13/12/2018, 14:23
Daruu inició entonces una dura travesía de al menos una hora entre caminos semiderruídos, riscos y pequeños bosques, acompañado de la inestimable ayuda de Akatosu. Como el can original había previsto, el rastro resultó terriblemente difícil de seguir. Al menos al principio. Porque transcurrido un buen rato el clon se fijó en un rastro y no despegó la nariz del suelo.
Hasta que dejó de haber suelo.
Tras descender por una colina empinada, el peculiar dúo llegó a lo que parecía ser un lago gigantesco. Daruu sintió una punzada en el corazón: aquél lugar le despertaba cosas; no sabía exactamente qué cosas. Pero estaban ahí. Quizás intuía que, años y años atrás, allí había ocurrido algo importante. Quizás es como dicen, que en nuestro chakra se guardan secretos de nuestros antepasados. O tal vez su vista había registrado algo en lo que su cerebro aún no se había percatado.
—Daruu —llamó su atención el perro de Kiroe, apenas en un susurro—. Está aquí. Sola.
—¿Estás seguro? —Daruu tragó saliva. ¿Se confirmaban entonces los peores temores de Zetsuo y Kori? ¿Ayame había vuelto a huir de ellos? ¿Pero por qué?
—No hay duda posible. ¿Debería...?
—Sí. Cuanto antes. Por favor, Akatosu. Marcha.
Akatosu procedió entonces a recortar con celeridad el camino que habían recorrido, buscando al original.
Daruu no perdió el tiempo y se acercó un poco más al borrón que se dejaba ver entre la niebla, de espaldas. Desde allí no era más que una sombra blanca, como un fantasma. «Como el que describían aquellos dos en Yamiria», recordó Daruu. Pero Daruu no creía en los fantasmas, de modo que se acercó un poco más.
Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Daruu se descubrió observando a una Ayame muy distinta. No sólo en apariencia —como habían supuesto, se había cambiado la ropa y tintado el pelo—: aquella forma de andar no era la suya. Y sintió, muy adentro, un primitivo escalofrío. ¿Qué...?
—¿A... Ayame? Te hemos... estado buscando —llamó, tímidamente.
Hasta que dejó de haber suelo.
Tras descender por una colina empinada, el peculiar dúo llegó a lo que parecía ser un lago gigantesco. Daruu sintió una punzada en el corazón: aquél lugar le despertaba cosas; no sabía exactamente qué cosas. Pero estaban ahí. Quizás intuía que, años y años atrás, allí había ocurrido algo importante. Quizás es como dicen, que en nuestro chakra se guardan secretos de nuestros antepasados. O tal vez su vista había registrado algo en lo que su cerebro aún no se había percatado.
—Daruu —llamó su atención el perro de Kiroe, apenas en un susurro—. Está aquí. Sola.
—¿Estás seguro? —Daruu tragó saliva. ¿Se confirmaban entonces los peores temores de Zetsuo y Kori? ¿Ayame había vuelto a huir de ellos? ¿Pero por qué?
—No hay duda posible. ¿Debería...?
—Sí. Cuanto antes. Por favor, Akatosu. Marcha.
Akatosu procedió entonces a recortar con celeridad el camino que habían recorrido, buscando al original.
Daruu no perdió el tiempo y se acercó un poco más al borrón que se dejaba ver entre la niebla, de espaldas. Desde allí no era más que una sombra blanca, como un fantasma. «Como el que describían aquellos dos en Yamiria», recordó Daruu. Pero Daruu no creía en los fantasmas, de modo que se acercó un poco más.
Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Daruu se descubrió observando a una Ayame muy distinta. No sólo en apariencia —como habían supuesto, se había cambiado la ropa y tintado el pelo—: aquella forma de andar no era la suya. Y sintió, muy adentro, un primitivo escalofrío. ¿Qué...?
—¿A... Ayame? Te hemos... estado buscando —llamó, tímidamente.