13/12/2018, 19:01
(Última modificación: 13/12/2018, 19:45 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—¿A... Ayame? Te hemos... estado buscando.
Ella ya lo había escuchado antes incluso de que hablara: Unos quedos pasos chapoteando sobre la superficie del agua a su espalda. Y aún así no había reaccionado. No habían sido pocas las personas que, curiosas, se habían acercado a ella para investigar qué hacía una muchacha sola en mitad de la nada. Ella misma se había encargado de ahuyentarlos a todos, y en la mayoría de los casos unos simples Genjutsu habían servido. A los civiles más reticentes, un poco de magia con el agua y la niebla. Y así se había ganado el sobrenombre de El Fantasma de la Niebla, que ya comenzaba a extenderse más allá de los lindes del País del Agua.
Pero la voz que acababa de llegar a sus oídos... Oh, aquella voz...
Se giró con cierta lentitud, desplazando un pie por delante del otro para quedar de perfil hacia el recién llegado.
Kokuō pudo sentir el silencioso sollozo en la voz de Ayame, su expectación, su anticipación, aquel familiar nerviosismo aleteando en su pecho. Pudo sentir todo eso y mucho más, pero el Bijū la hizo a un lado como solía hacer. Pero, en aquella ocasión, con una especial precaución.
Allí estaba de nuevo, alzándose como las olas del océano chocando contra el acantilado: Su esperanza. Pero ella, como ese acantilado de roca maciza, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para aplacarla.
Porque Amedama Daruu no era un muchacho cualquiera y huir como había hecho con Uchiha Datsue no era una opción. Porque Daruu era la persona más importante para Ayame, y bien sabía que no pararía hasta recuperarla, aunque tuviera que perseguirla hasta el fin del mundo para conseguirlo. Algo que, ahora que se paraba a pensarlo, ya había hecho al acudir allí. ¿Pero cómo? ¿Acaso las noticias ya habían llegado a Amegakure? No... no debían de haber llegado, a juzgar por la forma como la había llamado: "Ayame". Aún con aquella apariencia tan diferente, éll aún creía que era Ayame.
Con un sello de una mano, la misma mano del brazo que estaba escondido tras su cuerpo, la silueta de Kokuō desapareció. Y volvió a aparecer a escasos centímetros de Daruu, con sus chispeantes ojos aguamarina clavados en los violeta de él, y estiró el brazo hacia delante...
El acero había surgido desde debajo de su manga, directo a clavarse en el abdomen del muchacho.
Ella ya lo había escuchado antes incluso de que hablara: Unos quedos pasos chapoteando sobre la superficie del agua a su espalda. Y aún así no había reaccionado. No habían sido pocas las personas que, curiosas, se habían acercado a ella para investigar qué hacía una muchacha sola en mitad de la nada. Ella misma se había encargado de ahuyentarlos a todos, y en la mayoría de los casos unos simples Genjutsu habían servido. A los civiles más reticentes, un poco de magia con el agua y la niebla. Y así se había ganado el sobrenombre de El Fantasma de la Niebla, que ya comenzaba a extenderse más allá de los lindes del País del Agua.
Pero la voz que acababa de llegar a sus oídos... Oh, aquella voz...
Se giró con cierta lentitud, desplazando un pie por delante del otro para quedar de perfil hacia el recién llegado.
«No... no puede ser...»
Kokuō pudo sentir el silencioso sollozo en la voz de Ayame, su expectación, su anticipación, aquel familiar nerviosismo aleteando en su pecho. Pudo sentir todo eso y mucho más, pero el Bijū la hizo a un lado como solía hacer. Pero, en aquella ocasión, con una especial precaución.
«Daruu-kun... ¡Es Daruu-kun! ¡No se habían olvidado de mí!»
Allí estaba de nuevo, alzándose como las olas del océano chocando contra el acantilado: Su esperanza. Pero ella, como ese acantilado de roca maciza, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para aplacarla.
Porque Amedama Daruu no era un muchacho cualquiera y huir como había hecho con Uchiha Datsue no era una opción. Porque Daruu era la persona más importante para Ayame, y bien sabía que no pararía hasta recuperarla, aunque tuviera que perseguirla hasta el fin del mundo para conseguirlo. Algo que, ahora que se paraba a pensarlo, ya había hecho al acudir allí. ¿Pero cómo? ¿Acaso las noticias ya habían llegado a Amegakure? No... no debían de haber llegado, a juzgar por la forma como la había llamado: "Ayame". Aún con aquella apariencia tan diferente, éll aún creía que era Ayame.
Con un sello de una mano, la misma mano del brazo que estaba escondido tras su cuerpo, la silueta de Kokuō desapareció. Y volvió a aparecer a escasos centímetros de Daruu, con sus chispeantes ojos aguamarina clavados en los violeta de él, y estiró el brazo hacia delante...
«¡¡¡¡NO!!!! ¡¡¡¡DETENTE!!!!»
El acero había surgido desde debajo de su manga, directo a clavarse en el abdomen del muchacho.