14/12/2018, 00:22
Para sorpresa de Kokuō, Daruu sonrió. Si tenía que ser honesta, no pensaba que unas palabras así iban amedrentar el espíritu del chico, pero tampoco esperaba que, pese al indudable terror que sentía (podía percibirlo en sus temblorosas manos), sonriera de manera tan despreocupada.
—No —terminó por responder, con las mandíbulas apretadas—. No voy a irme. Ni me voy a olvidar de Ayame. Y desde luego que va a volver. ¡¡Porque yo la llevaré de vuelta!!
Daruu extendió el antebrazo izquierdo y exhaló desde sus labios una masa de líquido viscoso de color azul eléctrico que tardó unos valiosos segundos en adoptar la forma de una suerte de escudo endurecido de algo más de medio metro de diámetro.
—Budō: Amedama Knight —pronunció, tras extender el brazo que le quedaba libre y liberar un filo oculta desde debajo de su manga.
Pero el Bijū ni siquiera se movió del sitio. Ladeó la cabeza con absoluta indiferencia, y un mechón de cabello albo resbaló sobre sus hombros.
—Está dando por hecho muy rápido que la señorita sigue viva —habló, ignorando los desesperados chillidos de Ayame que reverberaban en su mente—. ¿Cómo está tan seguro de eso? ¿Cómo está tan seguro de que no la he aplastado con mis propios cascos junto a la jaula en la que me encerró?
»Y... ¿Por qué ese afán por rescatar a una traidora? Creía que odiaba a los traidores, joven.
—No —terminó por responder, con las mandíbulas apretadas—. No voy a irme. Ni me voy a olvidar de Ayame. Y desde luego que va a volver. ¡¡Porque yo la llevaré de vuelta!!
Daruu extendió el antebrazo izquierdo y exhaló desde sus labios una masa de líquido viscoso de color azul eléctrico que tardó unos valiosos segundos en adoptar la forma de una suerte de escudo endurecido de algo más de medio metro de diámetro.
—Budō: Amedama Knight —pronunció, tras extender el brazo que le quedaba libre y liberar un filo oculta desde debajo de su manga.
«Daruu-kun...»
Pero el Bijū ni siquiera se movió del sitio. Ladeó la cabeza con absoluta indiferencia, y un mechón de cabello albo resbaló sobre sus hombros.
—Está dando por hecho muy rápido que la señorita sigue viva —habló, ignorando los desesperados chillidos de Ayame que reverberaban en su mente—. ¿Cómo está tan seguro de eso? ¿Cómo está tan seguro de que no la he aplastado con mis propios cascos junto a la jaula en la que me encerró?
»Y... ¿Por qué ese afán por rescatar a una traidora? Creía que odiaba a los traidores, joven.
«Q... ¡¿Qué?!»