14/12/2018, 14:11
—Perfecto. Qué mentiras más cortas lanzas. Me acabas de confirmar que Ayame sigue viva, inútil.
Aquella fue la respuesta de Daruu, apuntándola con la punta de su espada. Pero, lejos de mostrarse sorprendida o asustada, Kokuō simplemente alzó las cejas en un gesto cansado.
—En ningún momento le he mentido, nunca he afirmado que Ayame estuviera muerta. Pero en realidad es como si lo estuviera para ustedes, porque nada va a cambiar las circunstancias. No hay marcha atrás —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero, volviendo al tema que nos atañe: No, la señorita no hizo ninguna locura en contra de su propia seguridad... Más bien traicionó la confianza de los suyos, de toda Amegakure.
En aquella ocasión Ayame ni siquiera protestó. Se limitaba a sollozar en silencio, quizás sabiendo que nada de lo que dijera detendría la lengua del Bijū.
—Mandó una carta a Uzushiogakure. Un mensaje arrastrándose a los pies de su líder, suplicando su perdón. Y utilizó a su amiguita de allí para hacerlo: Uzumaki Eri —pronunció, siseante y los ojos entrecerrados—. Y todo esto lo hizo a escondidas de su propia aldea, sabiendo lo enfadados que iban a estar con ella. Y desde luego no os lo iba a contar, a ninguno de ustedes. Ni siquiera a usted, que se supone que es su persona más importante y... querida. ¡Oh, si hasta colocó barreras mentales para que su padre no pudiera acceder a esos recuerdos! No sé qué opinaréis al respecto, pero a un acto así yo sólo lo conozco por el nombre de traición. Y, si no me creéis, siempre puede preguntarle a ella. Dígaselo usted misma, señorita. Dígale que es una traidora a su aldea.
Kokuō se detuvo de repente y su cuerpo se tambaleó como si hubiera estado a punto de caer al agua. Dio un par de pasos vacilantes para estabilizarse, y cuando alzó la mirada la mirada de sus ojos se había tornado castaña, las sombras de sus párpados habían desaparecido para ser ocupadas por unas profundas ojeras. Y lágrimas.
—Daruu...-kun... —sollozó, encogida sobre sí misma sin dejar de llorar.
Aquella fue la respuesta de Daruu, apuntándola con la punta de su espada. Pero, lejos de mostrarse sorprendida o asustada, Kokuō simplemente alzó las cejas en un gesto cansado.
—En ningún momento le he mentido, nunca he afirmado que Ayame estuviera muerta. Pero en realidad es como si lo estuviera para ustedes, porque nada va a cambiar las circunstancias. No hay marcha atrás —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero, volviendo al tema que nos atañe: No, la señorita no hizo ninguna locura en contra de su propia seguridad... Más bien traicionó la confianza de los suyos, de toda Amegakure.
En aquella ocasión Ayame ni siquiera protestó. Se limitaba a sollozar en silencio, quizás sabiendo que nada de lo que dijera detendría la lengua del Bijū.
—Mandó una carta a Uzushiogakure. Un mensaje arrastrándose a los pies de su líder, suplicando su perdón. Y utilizó a su amiguita de allí para hacerlo: Uzumaki Eri —pronunció, siseante y los ojos entrecerrados—. Y todo esto lo hizo a escondidas de su propia aldea, sabiendo lo enfadados que iban a estar con ella. Y desde luego no os lo iba a contar, a ninguno de ustedes. Ni siquiera a usted, que se supone que es su persona más importante y... querida. ¡Oh, si hasta colocó barreras mentales para que su padre no pudiera acceder a esos recuerdos! No sé qué opinaréis al respecto, pero a un acto así yo sólo lo conozco por el nombre de traición. Y, si no me creéis, siempre puede preguntarle a ella. Dígaselo usted misma, señorita. Dígale que es una traidora a su aldea.
Kokuō se detuvo de repente y su cuerpo se tambaleó como si hubiera estado a punto de caer al agua. Dio un par de pasos vacilantes para estabilizarse, y cuando alzó la mirada la mirada de sus ojos se había tornado castaña, las sombras de sus párpados habían desaparecido para ser ocupadas por unas profundas ojeras. Y lágrimas.
—Daruu...-kun... —sollozó, encogida sobre sí misma sin dejar de llorar.