14/12/2018, 17:22
«¡¡¡DARUUUUU!!!»
El grito desgarrador reverberó en la mente de Kokuō, pero Daruu no llegaría a escucharlo nunca. El muchacho se había refugiado detrás de su escudo, pero el caramelo no era lo suficientemente resistente para aguantar un láser de energía concentrada como aquel. Ambos desaparecieron con aquel chirrido.
Y aún así el Bijū sabía con certeza que no podía ser tan fácil.
Por eso no se sorprendió al verle emerger desde las aguas con un sonoro chapuzón y con el puño por delante, dispuesto a golpearla en el rostro. Pero Kokuō se agachó y lanzó su pierna hacia su abdomen. Pero donde debía haber estado la pierna surgió una pata. Una pata blanca terminada en un casco endurecido.
—"Monstruos", "monstruos". Es lo único que saben repetir como vulgares loros. No dejan de confirmarme lo que ya sabía: el ser humano no tiene ningún respeto por la vida. ¡Los únicos monstruos son ustedes! —bramó—. ¡No merecéis el regalo que Padre les dio!