14/12/2018, 18:06
Kokuō había esperado que aquel Daruu fuera una réplica. Había esperado que se desintegrara en agua o en humo ante el impacto, pero lo que no esperaba era, precisamente, que fuera un clon de Raiton. La descarga la sacudió de arriba a abajo, desde la planta del pie hasta la punta de cada uno de sus cabellos. El Gobi bramó, dolorido, y sacudió varias veces la cabeza en un vano intento de eliminar el malestar.
Los cuerpos humanos eran tan frágiles...
El verdadero Daruu había vuelto a resurgir en la misma posición donde se encontraba anteriormente, armado con ese escudo suyo.
—¿Padre? ¿Regalo? ¿¡Respeto por la vida!? ¿Qué respeto por la vida tenéis vosotros, los bijuu? ¡Venga a ver, lista de mierda! —bramaba—. ¿Qué respeto por la vida tiene alguien que masacró una ciudad entera, hasta a los niños pequeños? ¿¡Qué te hicieron a ti ellos, eh!? ¿Y qué te ha hecho a ti Ayame? ¡Ella no decidió tenerte dentro!
Kokuō esgrimió una sonrisa afilada, pero el brillo de sus ojos estaba lleno de amargura y de rencor.
—El mismo respeto que merece una especie que nos captura, nos encierra en contra de nuestra voluntad durante generaciones enteras y utiliza nuestro poder como si no fuéramos más que meras armas, meros objetos como ese escudo y esa espada que ahora blandes —le espetó, en un ronco gruñido. Kokuō retrajo los labios, enseñando los dientes—. No se engañe, muchacho. Los seres humanos ya se mataban entre ustedes utilizándonos como intermediarios para ello. Pero cuando decidimos revelarnos, cuando decidimos romper nuestras cadenas y reclamar la libertad que era nuestra por derecho; oh, entonces somos nosotros los monstruos. Y ese respeto comienza desde tu propia lengua.
Se alzó, estirando la espalda en toda su longitud y le dirigió una larga mirada a Daruu.
—La señorita no me ha hecho nada. Pero terminaría haciéndolo, como el resto de vuestra especie.
—Siempre proclaman que no desean nuestro poder, pero se vuelven adictos a él en cuanto lo prueban. ¡Todos son iguales!
—Pero no me malinterprete, yo tampoco le he hecho nada a ella. Las circunstancias me han dado este regalo, ¡y yo no pienso desaprovecharlo! ¡Soy libre de nuevo!
Kokuō arrancó a correr hacia Daruu de repente, las suelas de sus botas chapoteando sobre la superficie del agua.
Tigre.
Una mano surgió repentinamente justo debajo de Daruu, le agarró la pantorrilla y tiró de él con fuerza hacia abajo.
Tigre de nuevo.
Y a la espalda del muchacho, el agua se alzó con violencia y giró sobre sí misma para formar un taladro de agua que buscaría su cuerpo con el hambre de una bestia.
Los cuerpos humanos eran tan frágiles...
El verdadero Daruu había vuelto a resurgir en la misma posición donde se encontraba anteriormente, armado con ese escudo suyo.
—¿Padre? ¿Regalo? ¿¡Respeto por la vida!? ¿Qué respeto por la vida tenéis vosotros, los bijuu? ¡Venga a ver, lista de mierda! —bramaba—. ¿Qué respeto por la vida tiene alguien que masacró una ciudad entera, hasta a los niños pequeños? ¿¡Qué te hicieron a ti ellos, eh!? ¿Y qué te ha hecho a ti Ayame? ¡Ella no decidió tenerte dentro!
Kokuō esgrimió una sonrisa afilada, pero el brillo de sus ojos estaba lleno de amargura y de rencor.
—El mismo respeto que merece una especie que nos captura, nos encierra en contra de nuestra voluntad durante generaciones enteras y utiliza nuestro poder como si no fuéramos más que meras armas, meros objetos como ese escudo y esa espada que ahora blandes —le espetó, en un ronco gruñido. Kokuō retrajo los labios, enseñando los dientes—. No se engañe, muchacho. Los seres humanos ya se mataban entre ustedes utilizándonos como intermediarios para ello. Pero cuando decidimos revelarnos, cuando decidimos romper nuestras cadenas y reclamar la libertad que era nuestra por derecho; oh, entonces somos nosotros los monstruos. Y ese respeto comienza desde tu propia lengua.
Se alzó, estirando la espalda en toda su longitud y le dirigió una larga mirada a Daruu.
—La señorita no me ha hecho nada. Pero terminaría haciéndolo, como el resto de vuestra especie.
«No...»
—Siempre proclaman que no desean nuestro poder, pero se vuelven adictos a él en cuanto lo prueban. ¡Todos son iguales!
«¡Sabes que eso no es verdad! ¡Te lo dije!»
—Pero no me malinterprete, yo tampoco le he hecho nada a ella. Las circunstancias me han dado este regalo, ¡y yo no pienso desaprovecharlo! ¡Soy libre de nuevo!
Kokuō arrancó a correr hacia Daruu de repente, las suelas de sus botas chapoteando sobre la superficie del agua.
Tigre.
Una mano surgió repentinamente justo debajo de Daruu, le agarró la pantorrilla y tiró de él con fuerza hacia abajo.
Tigre de nuevo.
Y a la espalda del muchacho, el agua se alzó con violencia y giró sobre sí misma para formar un taladro de agua que buscaría su cuerpo con el hambre de una bestia.