14/12/2018, 20:04
(Última modificación: 14/12/2018, 20:05 por Hanamura Kazuma.)
No fue mucho lo que le costó a Kazuma encontrar el edificio, pero le fue un tanto difícil el decidirse a entrar. Le asaltaban interrogantes respecto a si era adecuado que alguien para quien la poesía era un pasatiempo se codeara con gente para la cual representaba la totalidad de sus metas y aspiraciones.
La determinación le llego de forma curiosa: estaba junto a la pared, al otro lado de la calle, cuando escucho gritar a una jovencita que ella era tan solo una espectadora. No pudo evitar reírse un poco, y comprender que el único requisito para participar era el deseo de hacerlo, lo que también implicaba cierto grado de necesaria determinación.
El joven se adentró en el edificio, admirando la decoración y el ambiente en general, que, si bien no eran suntuosos, si daban la impresión de pertenecer a un reducto de alta cultura. No le costó mucho encontrar una silla y fundirse en el bosque de espectadores, ansiosos ante lo que fuera a mostrarse en aquella tarima. En la misma se presentó un señor de coloridas vestiduras y ojos tan grandes como su sonrisa.
—Buenos días a todos nuestros queridos participantes y espectadores —dijo, para luego aclarar su garganta y despejar un poco la rigidez de su postura—. Mi nombre es Tsujino Keisaku y me gustaría contarles un poco sobre las circunstancias que me llevaron a organizar este evento.
»Siempre fui alguien sensible al poder de los versos, pero aquello no compaginaba con mi talento y mi deber como ninja. De forma anónima escribía poesía y participaba de las reuniones del círculo de poetas ocultos entre la hierba. Me escondía porque moralmente creía que un ninja no tendría nada que aportar a la labor de los poetas. Pero un dia, una gran amiga y poetisa, me hizo entender que el yo poeta y que el yo ninja eran una y la misma persona, y que, por lo tanto, tenía pleno derecho de hacer lo propio de un humano… También me enseño que todos tenemos algo que deseamos decir, que necesitamos expresar. Y que todos podemos hacerlo de forma hermosa, solo necesitamos la oportunidad adecuada y el valor suficiente.
»Por eso, mi finalidad, aquí y ahora, es darles a otros la oportunidad que yo tuve, y ya queda en sus manos el armarse de valor y arrojarse a su propio camino.
El público aplaudió y alabo aquellas conmovedoras palabras, y Keisaku levanto la mano para que se calmaran un poco.
—Pero estas son solo palabras efímeras como el viento —dijo, haciéndose escuchar por todos—. Lo mejor será que aprecien en espíritu propio la manifestación de lo que quiero transmitir: con ustedes, mi querida amiga y colega, Tano Kiyomi.
Y mientras Keisaku se retiraba, bajo las luces doradas aparecia la mujer que había sorprendido a Ranko. Sus elegantes vestimentas eran las mismas, pero ahora su cabello estaba arreglado de forma finísima y su rostro estaba pálido como la nieve y maquillado con la delicadeza de una obra maestra; al mejor estilo de las más altas geishas.
El público en general exclamo de asombro ante la aparición de lo que debía de ser una gran celebridad en el mundo de la poesía.
La determinación le llego de forma curiosa: estaba junto a la pared, al otro lado de la calle, cuando escucho gritar a una jovencita que ella era tan solo una espectadora. No pudo evitar reírse un poco, y comprender que el único requisito para participar era el deseo de hacerlo, lo que también implicaba cierto grado de necesaria determinación.
El joven se adentró en el edificio, admirando la decoración y el ambiente en general, que, si bien no eran suntuosos, si daban la impresión de pertenecer a un reducto de alta cultura. No le costó mucho encontrar una silla y fundirse en el bosque de espectadores, ansiosos ante lo que fuera a mostrarse en aquella tarima. En la misma se presentó un señor de coloridas vestiduras y ojos tan grandes como su sonrisa.
—Buenos días a todos nuestros queridos participantes y espectadores —dijo, para luego aclarar su garganta y despejar un poco la rigidez de su postura—. Mi nombre es Tsujino Keisaku y me gustaría contarles un poco sobre las circunstancias que me llevaron a organizar este evento.
»Siempre fui alguien sensible al poder de los versos, pero aquello no compaginaba con mi talento y mi deber como ninja. De forma anónima escribía poesía y participaba de las reuniones del círculo de poetas ocultos entre la hierba. Me escondía porque moralmente creía que un ninja no tendría nada que aportar a la labor de los poetas. Pero un dia, una gran amiga y poetisa, me hizo entender que el yo poeta y que el yo ninja eran una y la misma persona, y que, por lo tanto, tenía pleno derecho de hacer lo propio de un humano… También me enseño que todos tenemos algo que deseamos decir, que necesitamos expresar. Y que todos podemos hacerlo de forma hermosa, solo necesitamos la oportunidad adecuada y el valor suficiente.
»Por eso, mi finalidad, aquí y ahora, es darles a otros la oportunidad que yo tuve, y ya queda en sus manos el armarse de valor y arrojarse a su propio camino.
El público aplaudió y alabo aquellas conmovedoras palabras, y Keisaku levanto la mano para que se calmaran un poco.
—Pero estas son solo palabras efímeras como el viento —dijo, haciéndose escuchar por todos—. Lo mejor será que aprecien en espíritu propio la manifestación de lo que quiero transmitir: con ustedes, mi querida amiga y colega, Tano Kiyomi.
Y mientras Keisaku se retiraba, bajo las luces doradas aparecia la mujer que había sorprendido a Ranko. Sus elegantes vestimentas eran las mismas, pero ahora su cabello estaba arreglado de forma finísima y su rostro estaba pálido como la nieve y maquillado con la delicadeza de una obra maestra; al mejor estilo de las más altas geishas.
El público en general exclamo de asombro ante la aparición de lo que debía de ser una gran celebridad en el mundo de la poesía.