15/12/2018, 16:39
Daruu profirió un grito de dolor cuando las dos saetas le acertaron en el hombro y en la pierna. Aquello le dificultaría el movimiento de ahí en adelante, y Kokuō había sido previsora en realizar una táctica así. Sin embargo, todavía no se dejó ver. Siguió refugiada silenciosamente entre el abrigo de la niebla mientras rodeaba lentamente al muchacho, al acecho.
—Maldita... no sólo has secuestrado a Ayame, sino también a sus técnicas y sus tácticas. ¡Kokuō! ¿¡Puedo hacerte una pregunta!? Sólo una.
Aquella situación ya la había vivido, y el Bijū gruñó para sus adentros al recordar la estúpida burla de Uchiha Datsue. Era irónico que dos humanos tan diferentes se defendieran del mismo modo al verse acorralados contra las fauces de la muerte.
—¿Eres tan necia como para pensar que he venido sólo? ¿Que nadie más quiere tanto a Ayame como para venir a rescatarla? No es Ayame la que está sola aquí.
Varios destellos rojizos se sucedieron dentro de la nube de humo, y tres figuras surgieron de aquella a toda velocidad, arrastrando jirones de negrura que no tardaron en disolverse en el ambiente.
Sollozó Ayame.
—¿Pero qué cojones es esto? —farfulló el médico, mirado a su alrededor con suma precaución.
—No podemos bajar la guardia —habló El Hielo, intentando escudriñar con sus ojos gélidos a través de la densa niebla.
Los tres adultos juntaron espalda con espalda en un intento por prevenir cualquier ataque malavenido. Pero entonces escucharon una voz que provenía justamente del mismo lugar donde Daruu había perdido la conciencia y donde la niebla se había despejado lo justo y necesario...
—Marchen.
Y Zetsuo se quedó tan pálido como su hijo mayor cuando giró la cabeza hacia el sonido. La réplica de Daruu les había advertido a duras penas y a toda prisa de lo que se había encontrado, pero ni una explicación larga, tendida y calmada sobre ello les podría haber preparado para una escena así. Porque habían encontrado a Ayame. La habían encontrado viva, pero jamás se habrían esperado encontrarla así. Sus cabellos negros se habían vuelto blancos, vestía unas ropas completamente diferentes y no había rastro alguno de la bandana que la identificaba como kunoichi de Amegakure. Y lo peor eran aquellos ojos, aquellos escalofriantes ojos que los apuñalaban sin piedad. Por si fuera poco, cargaba con el cuerpo inconsciente de Daruu, lo utilizaba como escudo y apuntaba con un puñal directamente a su cuello.
—Marchen de una vez y déjenme en paz. Cualquier movimiento en falso y el chico morirá.
—Maldita... no sólo has secuestrado a Ayame, sino también a sus técnicas y sus tácticas. ¡Kokuō! ¿¡Puedo hacerte una pregunta!? Sólo una.
Aquella situación ya la había vivido, y el Bijū gruñó para sus adentros al recordar la estúpida burla de Uchiha Datsue. Era irónico que dos humanos tan diferentes se defendieran del mismo modo al verse acorralados contra las fauces de la muerte.
—¿Eres tan necia como para pensar que he venido sólo? ¿Que nadie más quiere tanto a Ayame como para venir a rescatarla? No es Ayame la que está sola aquí.
Varios destellos rojizos se sucedieron dentro de la nube de humo, y tres figuras surgieron de aquella a toda velocidad, arrastrando jirones de negrura que no tardaron en disolverse en el ambiente.
«¡Papá! ¡Kōri! ¡Kiroe-san!»
Sollozó Ayame.
—¿Pero qué cojones es esto? —farfulló el médico, mirado a su alrededor con suma precaución.
—No podemos bajar la guardia —habló El Hielo, intentando escudriñar con sus ojos gélidos a través de la densa niebla.
Los tres adultos juntaron espalda con espalda en un intento por prevenir cualquier ataque malavenido. Pero entonces escucharon una voz que provenía justamente del mismo lugar donde Daruu había perdido la conciencia y donde la niebla se había despejado lo justo y necesario...
—Marchen.
Y Zetsuo se quedó tan pálido como su hijo mayor cuando giró la cabeza hacia el sonido. La réplica de Daruu les había advertido a duras penas y a toda prisa de lo que se había encontrado, pero ni una explicación larga, tendida y calmada sobre ello les podría haber preparado para una escena así. Porque habían encontrado a Ayame. La habían encontrado viva, pero jamás se habrían esperado encontrarla así. Sus cabellos negros se habían vuelto blancos, vestía unas ropas completamente diferentes y no había rastro alguno de la bandana que la identificaba como kunoichi de Amegakure. Y lo peor eran aquellos ojos, aquellos escalofriantes ojos que los apuñalaban sin piedad. Por si fuera poco, cargaba con el cuerpo inconsciente de Daruu, lo utilizaba como escudo y apuntaba con un puñal directamente a su cuello.
—Marchen de una vez y déjenme en paz. Cualquier movimiento en falso y el chico morirá.