15/12/2018, 19:07
Afortunadamente para Ayame, desgraciadamente para Kokuō, Kiroe tuvo los suficientes reflejos como para saltar a tiempo de evitar las afiladas espinas. Y Kōri no perdió un instante para congelar la superficie del lago a su alrededor para que el clon submarino no les volviera a sorprender de aquella manera.
—Maldito monstruo inmundo. ¡DEJA EN PAZ A MI FAMILIA! —bramó Zetsuo.
Y Kokuō frunció aún más el ceño. Los músculos de su brazo se tensaron, y cuando parecía que estaba a punto de ejecutar el movimiento de gracia Daruu recobró la conciencia momentáneamente. Agarró el filo que estaba a punto de segarle la vida, y de su mano brotó una descarga eléctrica que, conducida por el metal del kunai, terminó por sacudir de nuevo el cuerpo del Bijū.
—¡¡AHORA!! —pudo gritar, antes de volver a perder el conocimiento.
Pero cuando los adultos se preparaban para abalanzarse...
Kokuō desapareció en una voluta de humo, y el cuerpo de Daruu cayó inerte sobre el hielo. Otro Kage Bunshin.
No les costó encontrar al original. La niebla se disipó de golpe, repelida por una repentina presión que hizo vibrar el aire con violencia y sacudió también los cuerpos de los tres shinobi como vapor hirviendo. Y arriba, en el aire, se sucedía una imagen extraña y sobrecogedora. Kokuō aún flotaba gracias a sus alas de lapislázuli y les apuntaba directamente con la mano derecha, en torno a la cual volvían a concentrarse aquellas terroríficas partículas cargadas de destrucción. Sin embargo, su brazo libre, que temblaba violentamente, se aferraba al antebrazo del agresor como si intentara apartarlo de la trayectoria de los shinobi. Y la parte más terrorífica era la asimetría que se había formado en su rostro: con la parte izquierda de sus cabellos repentinamente oscurecidos y lágrimas cayendo sin cesar de su ojo castaño. Tal era el estrés emocional que estaba sufriendo Kokuō con aquella inesperada intervención, que incluso parecía que le costaba mantener la concentración para mantener las alas y formar la Bijūdama.
—Señorita...
—Maldito monstruo inmundo. ¡DEJA EN PAZ A MI FAMILIA! —bramó Zetsuo.
Y Kokuō frunció aún más el ceño. Los músculos de su brazo se tensaron, y cuando parecía que estaba a punto de ejecutar el movimiento de gracia Daruu recobró la conciencia momentáneamente. Agarró el filo que estaba a punto de segarle la vida, y de su mano brotó una descarga eléctrica que, conducida por el metal del kunai, terminó por sacudir de nuevo el cuerpo del Bijū.
—¡¡AHORA!! —pudo gritar, antes de volver a perder el conocimiento.
Pero cuando los adultos se preparaban para abalanzarse...
¡¡¡Puff!!!
Kokuō desapareció en una voluta de humo, y el cuerpo de Daruu cayó inerte sobre el hielo. Otro Kage Bunshin.
No les costó encontrar al original. La niebla se disipó de golpe, repelida por una repentina presión que hizo vibrar el aire con violencia y sacudió también los cuerpos de los tres shinobi como vapor hirviendo. Y arriba, en el aire, se sucedía una imagen extraña y sobrecogedora. Kokuō aún flotaba gracias a sus alas de lapislázuli y les apuntaba directamente con la mano derecha, en torno a la cual volvían a concentrarse aquellas terroríficas partículas cargadas de destrucción. Sin embargo, su brazo libre, que temblaba violentamente, se aferraba al antebrazo del agresor como si intentara apartarlo de la trayectoria de los shinobi. Y la parte más terrorífica era la asimetría que se había formado en su rostro: con la parte izquierda de sus cabellos repentinamente oscurecidos y lágrimas cayendo sin cesar de su ojo castaño. Tal era el estrés emocional que estaba sufriendo Kokuō con aquella inesperada intervención, que incluso parecía que le costaba mantener la concentración para mantener las alas y formar la Bijūdama.
—Señorita...
«¡¡¡BASTA!!! ¡¡¡ANTES QUE MATARLOS A ELLOS, MÁTAME A MÍ Y REVIVE DESPUÉS!!! ¡¡TE LO ADVIERTO, KOKUO!! ¡¡SI HACES ALGO ASÍ, JAMÁS TE LO PERDONARÉ!!»