15/12/2018, 19:54
Pero la vileza de Kokuo no conocía límites; tampoco su astucia. Quien amenazaba a Daruu resultó ser nada más ni nada menos que otro Kage Bunshin de la muchacha. El cuerpo de Daruu cayó al suelo boca arriba, las heridas de flecha sangrando levemente y tintando el lago de carmesí. Kiroe hizo por avanzar hacia él, pero Kori le retuvo sujetándole el brazo.
—¡No, Kiroe-san! Daruu es resistente, lo aguantará —indicó el Hielo—. Y si no padre le curará, pero el otro Kage Bunshin podría andar ahí debajo. ¡Caerás en una trampa!
—¡Por eso mismo! —indicó Kiroe—. ¡Por eso mismo debo protegerlo! Kokuo podría cobrarse su veng...
Pero todos enmudecieron ante el macabro espectáculo que se presentaba ante ellos. Allá arriba estaba la real. Apuntándoles con una de esas balas de energía. Los tres supieron al instante que si llegaba a disparar, no verían el sol del día siguiente.
Para Aotsuki Zetsuo, lo que veían sus ojos fue un vuelco al corazón. Ya era suficiente ultraje que, bajo la posesión del Gobi, Ayame se pareciese todavía más a su difunta madre. Una mella para su muralla. Pero ahora, ahora la mitad de Ayame era ella misma. Y estaba intentando detener a la bestia. Llorando. Otra mella para su muralla.
Y sin embargo, debía mantenerse firme.
Él era el patriarca de la familia Aotsuki. El muro de hierro y acero que protegería a todos los demás. Él debía soportar el oleaje por el bien de sus seres queridos. No flaquearía. En aquél momento, Aotsuki Zetsuo trataba mantener un único sentimiento en pie: el orgullo.
Era el único sentimiento que siempre le había hecho más fuerte.
—¡Tú, engendro, error de la naturaleza, monstruo sin empatía! —bramó, tan duramente como pudo. Si en algo era bueno Zetsuo, debéis saber que esto era manipular a los demás. Y estaba viendo una brecha muy humana en el tan sobrenatural portento de chakra del Gobi. Estaba perdiendo. Estaba perdiendo contra Ayame. Contra la Luna Azul. ¡Contra el orgullo de la familia Aotsuki! Una imperceptible sonrisa se hizo presente en sus finos y agrietados labios. Ellos iban a ganar. Ayame iba a ganar—. Te está ganando una niña pequeña. ¿Qué te parece? ¡Sométete al superior orden natural del ser humano, bestia!
»¡Sométete! ¡Eres nuestra! —Zetsuo levantó las manos, y comenzó a juntarlas lentamente. Esperó al momento apropiado. Esperó...
—¿¡Qué haces, Zetsuo!? —se alarmó Kiroe.
Pero Zetsuo ignoró a esa dichosa mujer entrometida y esperó. Esperó a que la muralla enemiga se quebrase lo suficiente.
—¡¡AYAME!!
»¿¡QUIÉN ERES!? ¿¡QUÉ ERES!?
—¡No, Kiroe-san! Daruu es resistente, lo aguantará —indicó el Hielo—. Y si no padre le curará, pero el otro Kage Bunshin podría andar ahí debajo. ¡Caerás en una trampa!
—¡Por eso mismo! —indicó Kiroe—. ¡Por eso mismo debo protegerlo! Kokuo podría cobrarse su veng...
Pero todos enmudecieron ante el macabro espectáculo que se presentaba ante ellos. Allá arriba estaba la real. Apuntándoles con una de esas balas de energía. Los tres supieron al instante que si llegaba a disparar, no verían el sol del día siguiente.
Para Aotsuki Zetsuo, lo que veían sus ojos fue un vuelco al corazón. Ya era suficiente ultraje que, bajo la posesión del Gobi, Ayame se pareciese todavía más a su difunta madre. Una mella para su muralla. Pero ahora, ahora la mitad de Ayame era ella misma. Y estaba intentando detener a la bestia. Llorando. Otra mella para su muralla.
Y sin embargo, debía mantenerse firme.
Él era el patriarca de la familia Aotsuki. El muro de hierro y acero que protegería a todos los demás. Él debía soportar el oleaje por el bien de sus seres queridos. No flaquearía. En aquél momento, Aotsuki Zetsuo trataba mantener un único sentimiento en pie: el orgullo.
Era el único sentimiento que siempre le había hecho más fuerte.
—¡Tú, engendro, error de la naturaleza, monstruo sin empatía! —bramó, tan duramente como pudo. Si en algo era bueno Zetsuo, debéis saber que esto era manipular a los demás. Y estaba viendo una brecha muy humana en el tan sobrenatural portento de chakra del Gobi. Estaba perdiendo. Estaba perdiendo contra Ayame. Contra la Luna Azul. ¡Contra el orgullo de la familia Aotsuki! Una imperceptible sonrisa se hizo presente en sus finos y agrietados labios. Ellos iban a ganar. Ayame iba a ganar—. Te está ganando una niña pequeña. ¿Qué te parece? ¡Sométete al superior orden natural del ser humano, bestia!
»¡Sométete! ¡Eres nuestra! —Zetsuo levantó las manos, y comenzó a juntarlas lentamente. Esperó al momento apropiado. Esperó...
—¿¡Qué haces, Zetsuo!? —se alarmó Kiroe.
Pero Zetsuo ignoró a esa dichosa mujer entrometida y esperó. Esperó a que la muralla enemiga se quebrase lo suficiente.
—¡¡AYAME!!
»¿¡QUIÉN ERES!? ¿¡QUÉ ERES!?