15/12/2018, 20:58
El muro se quebró. Kori y Kiroe se agacharon para protegerse del estallido, incapaces de predecir siquiera hacia donde había acabado disparando Ayame. O Kokuo. Sin embargo, Zetsuo se mantuvo impasible. Miró a los ojos a su hija.
—Estoy orgulloso de ti, Ayame. —Sonrió. Y juntó las manos. Un semblante duro como el Hierro volvió a aflorar en su rostro—. ¡¡Nehan Shōja no Jutsu!!
¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOOOOOM!!!!!
Llovía. A mares. Por unas horas, el País del Agua sería dominio de la Tormenta de Amenokami.
Zetsuo se agachó lacónicamente frente a Daruu y rebuscó en su portaobjetos. Le tomó prestadas unas esposas supresoras del chakra, y caminó hasta su hija. O más bien hasta lo que a todas luces era el Gobi. A Zetsuo le bastaba con saber que Ayame seguía ahí.
Le colocó las esposas. Estaba hecho.
Pero no había tiempo que perder. Echándosela al hombro, el águila dejó a la muchacha sobre la plataforma de hielo que había creado Kori, y se acercó a su hijo y a Kiroe para despertarlos con un par de buenos golpes en la mejilla. Suaves, pero firmes.
—Uh... ¿qué...?
—Está hecho.
El deber era el deber, y un médico nunca abandona a un paciente, sobretodo si estaba tan grave como Daruu. Zetsuo se acercó a él, lo arrastró también hasta la plataforma, y, con toda la tranquilidad, le extrajo las flechas. Sus manos se rodearon de un halo verdoso que aplicó sobre las dos heridas.
—Deberíamos considerarnos muy afortunados —dijo—. Lo que ha sucedido hoy aquí ha sido una enorme excepción. Sin duda había muchas probabilidades de que ahora todos nosotros estuviéramos muertos. —Observó a su hija de reojo—. ¿Qué cojones ha pasado para que acabe así? El clon de Amedama balbuceó algo de que no era una pérdida de control cualquiera.
—Des... desde luego, no se parece en nada a lo que pasó en el estadio.
—Me cago en la puta... Maldito sea el día en el que presté a mi hija al servicio de guardiana. Maldito sea el día...
—Estoy orgulloso de ti, Ayame. —Sonrió. Y juntó las manos. Un semblante duro como el Hierro volvió a aflorar en su rostro—. ¡¡Nehan Shōja no Jutsu!!
¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOOOOOM!!!!!
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Llovía. A mares. Por unas horas, el País del Agua sería dominio de la Tormenta de Amenokami.
Zetsuo se agachó lacónicamente frente a Daruu y rebuscó en su portaobjetos. Le tomó prestadas unas esposas supresoras del chakra, y caminó hasta su hija. O más bien hasta lo que a todas luces era el Gobi. A Zetsuo le bastaba con saber que Ayame seguía ahí.
Le colocó las esposas. Estaba hecho.
Pero no había tiempo que perder. Echándosela al hombro, el águila dejó a la muchacha sobre la plataforma de hielo que había creado Kori, y se acercó a su hijo y a Kiroe para despertarlos con un par de buenos golpes en la mejilla. Suaves, pero firmes.
—Uh... ¿qué...?
—Está hecho.
El deber era el deber, y un médico nunca abandona a un paciente, sobretodo si estaba tan grave como Daruu. Zetsuo se acercó a él, lo arrastró también hasta la plataforma, y, con toda la tranquilidad, le extrajo las flechas. Sus manos se rodearon de un halo verdoso que aplicó sobre las dos heridas.
—Deberíamos considerarnos muy afortunados —dijo—. Lo que ha sucedido hoy aquí ha sido una enorme excepción. Sin duda había muchas probabilidades de que ahora todos nosotros estuviéramos muertos. —Observó a su hija de reojo—. ¿Qué cojones ha pasado para que acabe así? El clon de Amedama balbuceó algo de que no era una pérdida de control cualquiera.
—Des... desde luego, no se parece en nada a lo que pasó en el estadio.
—Me cago en la puta... Maldito sea el día en el que presté a mi hija al servicio de guardiana. Maldito sea el día...