15/12/2018, 21:35
(Última modificación: 15/12/2018, 21:38 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
La mitad de Ayame apenas pudo formular una temblorosa sonrisa en sus labios cuando entrecruzó la mirada con su padre. Una serie de plumas, blancas como la nieve, comenzaron a danzar ante sus ojos. Lenta. Suavemente. Sus iris siguieron el movimiento de forma instintiva y pronto sus párpados se hicieron tan pesados que el sueño la arrastró inevitablemente.
Con el desvanecimiento de las dos conciencias, fue el color blanco el que volvió a ganar el terreno en sus cabellos. Las alas de agua terminaron por deshacerse y el cuerpo cayó a plomo, atrapado por la gravedad.
En el limbo del sueño, donde todo era nada y nada era todo, Ayame volvió a encontrarse con Kokuō cara a cara. El Bijū hervía de ira, pero la kunoichi no pudo sino sentir la más absoluta lástima por ella.
—Lo siento... —le dijo—. No podía dejarte hacer algo así. No podía dejar que les hicieras daño o que les... —Ayame se interrumpió, mordiéndose el labio de horror ante la sola idea—. Tenía que hacerlo. Espero que puedas perdonarme.
»No sé qué pasará de aquí en adelante, pero... Espero poder hacer algo por ayudarnos a las dos.
La muchacha sonrió para sí, con lástima, y terminó por cerrar los ojos. Había usado todas sus fuerzas y ahora pagaba las consecuencias. Se sentía terriblemente cansada, todo su cuerpo tiraba de ella hacia un abismo desconocido y aterrador y no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar. No le quedaba energía para resistirse. Era hora de volver a su jaula, a su prisión, más débil que nunca antes.
—Odio las ilusiones... —aquellas fueron las primeras palabras de Kōri al despertar, mientras se restregaba los ojos.
Aún aturdido y desorientado por el hechizo de Morfeo, el Jōnin miró a su alrededor. Zetsuo y Kiroe estaban un poco más allá, hablando entre sí mientras el médico aplicaba los cuidados necesarios a un herido Daruu. Ayame... o, mejor dicho, el Gobi, yacía cerca de ellos, inconsciente y con las muñecas aprisionadas por las esposas supresoras de chakra. Era una imagen sobrecogedora, una imagen que no esperaba ni deseaba haber presenciado cuando salieron en busca de su hermana. Pero aún quedaban muchos interrogantes en el aire, y los únicos que podían esclarecer el caso seguían desmayadas.
—¿Cuándo despertarán? —preguntó Kōri, acercándose.
—Aya... El Gobi cuando cancele el Genjutsu. Y, si os soy sincero, por ahora no me apetece una mierda que se despierte —espetó Zetsuo, concentrado en su labor. Aún con aquellas esposas inutilizando su sistema circulatorio de chakra, no podían fiarse de la peligrosidad de aquella Bestia. No sabían de lo que era capaz, y lo último que estaba dispuesto a permitirse en aquel momento era volver a perder a Ayame después de todo lo que les había costado recuperarla—. Amedama espero que despierte pronto, aún tiene muchas preguntas que responder...
Zetsuo gruñó y, con toda la delicadeza que tenía (es decir, ninguna), gritó:
—¡¡¡AMEDAMA!!! ¡¡¡DEJA YA DE DORMIR, ME CAGO EN LA HOSTIA!!!
Con el desvanecimiento de las dos conciencias, fue el color blanco el que volvió a ganar el terreno en sus cabellos. Las alas de agua terminaron por deshacerse y el cuerpo cayó a plomo, atrapado por la gravedad.
. . .
En el limbo del sueño, donde todo era nada y nada era todo, Ayame volvió a encontrarse con Kokuō cara a cara. El Bijū hervía de ira, pero la kunoichi no pudo sino sentir la más absoluta lástima por ella.
—Lo siento... —le dijo—. No podía dejarte hacer algo así. No podía dejar que les hicieras daño o que les... —Ayame se interrumpió, mordiéndose el labio de horror ante la sola idea—. Tenía que hacerlo. Espero que puedas perdonarme.
»No sé qué pasará de aquí en adelante, pero... Espero poder hacer algo por ayudarnos a las dos.
La muchacha sonrió para sí, con lástima, y terminó por cerrar los ojos. Había usado todas sus fuerzas y ahora pagaba las consecuencias. Se sentía terriblemente cansada, todo su cuerpo tiraba de ella hacia un abismo desconocido y aterrador y no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar. No le quedaba energía para resistirse. Era hora de volver a su jaula, a su prisión, más débil que nunca antes.
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—Odio las ilusiones... —aquellas fueron las primeras palabras de Kōri al despertar, mientras se restregaba los ojos.
Aún aturdido y desorientado por el hechizo de Morfeo, el Jōnin miró a su alrededor. Zetsuo y Kiroe estaban un poco más allá, hablando entre sí mientras el médico aplicaba los cuidados necesarios a un herido Daruu. Ayame... o, mejor dicho, el Gobi, yacía cerca de ellos, inconsciente y con las muñecas aprisionadas por las esposas supresoras de chakra. Era una imagen sobrecogedora, una imagen que no esperaba ni deseaba haber presenciado cuando salieron en busca de su hermana. Pero aún quedaban muchos interrogantes en el aire, y los únicos que podían esclarecer el caso seguían desmayadas.
—¿Cuándo despertarán? —preguntó Kōri, acercándose.
—Aya... El Gobi cuando cancele el Genjutsu. Y, si os soy sincero, por ahora no me apetece una mierda que se despierte —espetó Zetsuo, concentrado en su labor. Aún con aquellas esposas inutilizando su sistema circulatorio de chakra, no podían fiarse de la peligrosidad de aquella Bestia. No sabían de lo que era capaz, y lo último que estaba dispuesto a permitirse en aquel momento era volver a perder a Ayame después de todo lo que les había costado recuperarla—. Amedama espero que despierte pronto, aún tiene muchas preguntas que responder...
Zetsuo gruñó y, con toda la delicadeza que tenía (es decir, ninguna), gritó:
—¡¡¡AMEDAMA!!! ¡¡¡DEJA YA DE DORMIR, ME CAGO EN LA HOSTIA!!!