17/12/2018, 20:33
Zetsuo no respondió a la última provocación de Kiroe. Se mantuvo estático, sentado frente al Gobi con los ojos entrecerrados y clavados en el Bijū y con su mente perdida en pensamientos que sólo él conocía. La mujer se alejó en la misma dirección que Daruu y Kōri, a las espaldas de su padre, dejó escapar el aire por la nariz. Pocos segundos después siguió la estela de los dos Amedama.
El agua siseaba de frío bajo las suelas del joven que las atravesaba con sus ojos es escarcha fijos en las pequeñas ondulaciones que se producían bajo sus pies. Abajo, mucho más abajo, se intuían ciertas formas oscuras con un cierto patrón que le ponía el vello de punta al pensar en la ciudad que una vez se alzó allí, seguramente tan orgullosa como la mismísima Amegakure. Pero ya no quedaba nada de la esplendorosa Kirigakure, sólo unas ruinas ahogadas en el fondo de un lago neblinoso. Y pensar que la misma historia podía repetirse ahora con las tres aldeas... El Hielo alejó aquellos funestos pensamientos de su mente, los congeló como estaba congelando el innegable hecho de que su hermana pequeña estaba siendo poseída por un monstruo constituido por chakra que la había encerrado dentro de su propio cuerpo, y saltó a la orilla cerca de Daruu y Kiroe, que conversaban entre sí sobre lo sucedido.
—Disculpadle —pidió, tan falto de emoción como siempre, pero con una humilde inclinación de cabeza—. Esta situación es muy difícil para todos, pero... padre no soportaría perder a otro miembro de la familia —explicó de forma escueta, y su mente irremediablemente retrocedió muchos años atrás: con él siendo apenas un crío esperando en un pasillo oscuro apenas iluminado por unas pocas bombillas y sosteniendo el pequeño cuerpecito recién nacido de Ayame envuelto en mantas y con Zetsuo saliendo de la habitación del hospital con la mirada perdida y las manos manchadas de sangre—. Sé que su forma de actuar no es la correcta —añadió, antes de que pudieran reprocharle nada—. Pero lo que le mueve ahora no es el orgullo, es el miedo.
De hecho, cuando regresaron hasta donde se encontraba el hombre, todos pudieron apreciar un violento cambio en su actitud. No se disculpó ni dio explicaciones, pero se mantuvo sumido en un apacible silencio mientras Daruu hacía los preparativos para el teletransporte.
Y, de un momento a otro, estaban de nuevo en Amegakure. Pese a la ingente cantidad de personas y la distancia que los separaba, Daruu había conseguido transportarlos a todos sin mayores consecuencias que una inevitable fatiga que le hizo caer al suelo de rodillas entre incontrolables resuellos.
—Bien. Kōri y Daruu, os quedáis en la Pastelería hasta que volvamos —indicó Kiroe—. O aquí en casa. Llevamos varios días desaparecidos y nos estarán buscando, lo último que queremos es que os pase algo.
—¡Pero no es justo! —protestó Daruu, pero Kiroe le calló de inmediato:
—Cállate y obedece. Es una orden —escupió Kiroe, y se echó a Kokuo al hombro—. Vamos, Zetsuo, tenemos algunas explicaciones que dar.
—Espera, Kiroe —gruñó Zetsuo, quitándose la túnica que había estado vistiendo. Se acercó a Kokuō y se la echó por encima, tapando su cabeza con la capucha—. Lo último que queremos es que vean así a Ayame por la calle y que se esparzan rumores innecesarios... o que cunda el pánico. Kōri, mantén el comunicador encendido, por lo que pudiera pasar.
No. No se fiaba de lo que pudiera ocurrir en el despacho de Amekoro Yui. Aquella mujer era tan explosiva y tan inmediata como la misma tormenta, no podían prever qué podía ocurrir.
Con los preparativos hechos, Zetsuo se dirigió a la puerta de la habitación de Daruu y dejó que Kiroe, con su hija maniatada sobre el hombro y aún inconsciente, pasara primero. Después se dispuso a salir, pero antes de dar un paso fuera del umbral de la puerta se detuvo en seco y giró ligeramente la cabeza, aunque sus ojos no eran visibles desde la posición de los dos jóvenes.
—Am... Daruu, gracias. Y buen trabajo.
Se marchó y cerró la puerta tras de sí, dejando a los dos jóvenes a solas.
Había llegado la hora de enfrentarse al ojo de la tormenta.
El agua siseaba de frío bajo las suelas del joven que las atravesaba con sus ojos es escarcha fijos en las pequeñas ondulaciones que se producían bajo sus pies. Abajo, mucho más abajo, se intuían ciertas formas oscuras con un cierto patrón que le ponía el vello de punta al pensar en la ciudad que una vez se alzó allí, seguramente tan orgullosa como la mismísima Amegakure. Pero ya no quedaba nada de la esplendorosa Kirigakure, sólo unas ruinas ahogadas en el fondo de un lago neblinoso. Y pensar que la misma historia podía repetirse ahora con las tres aldeas... El Hielo alejó aquellos funestos pensamientos de su mente, los congeló como estaba congelando el innegable hecho de que su hermana pequeña estaba siendo poseída por un monstruo constituido por chakra que la había encerrado dentro de su propio cuerpo, y saltó a la orilla cerca de Daruu y Kiroe, que conversaban entre sí sobre lo sucedido.
—Disculpadle —pidió, tan falto de emoción como siempre, pero con una humilde inclinación de cabeza—. Esta situación es muy difícil para todos, pero... padre no soportaría perder a otro miembro de la familia —explicó de forma escueta, y su mente irremediablemente retrocedió muchos años atrás: con él siendo apenas un crío esperando en un pasillo oscuro apenas iluminado por unas pocas bombillas y sosteniendo el pequeño cuerpecito recién nacido de Ayame envuelto en mantas y con Zetsuo saliendo de la habitación del hospital con la mirada perdida y las manos manchadas de sangre—. Sé que su forma de actuar no es la correcta —añadió, antes de que pudieran reprocharle nada—. Pero lo que le mueve ahora no es el orgullo, es el miedo.
De hecho, cuando regresaron hasta donde se encontraba el hombre, todos pudieron apreciar un violento cambio en su actitud. No se disculpó ni dio explicaciones, pero se mantuvo sumido en un apacible silencio mientras Daruu hacía los preparativos para el teletransporte.
Y, de un momento a otro, estaban de nuevo en Amegakure. Pese a la ingente cantidad de personas y la distancia que los separaba, Daruu había conseguido transportarlos a todos sin mayores consecuencias que una inevitable fatiga que le hizo caer al suelo de rodillas entre incontrolables resuellos.
—Bien. Kōri y Daruu, os quedáis en la Pastelería hasta que volvamos —indicó Kiroe—. O aquí en casa. Llevamos varios días desaparecidos y nos estarán buscando, lo último que queremos es que os pase algo.
—¡Pero no es justo! —protestó Daruu, pero Kiroe le calló de inmediato:
—Cállate y obedece. Es una orden —escupió Kiroe, y se echó a Kokuo al hombro—. Vamos, Zetsuo, tenemos algunas explicaciones que dar.
—Espera, Kiroe —gruñó Zetsuo, quitándose la túnica que había estado vistiendo. Se acercó a Kokuō y se la echó por encima, tapando su cabeza con la capucha—. Lo último que queremos es que vean así a Ayame por la calle y que se esparzan rumores innecesarios... o que cunda el pánico. Kōri, mantén el comunicador encendido, por lo que pudiera pasar.
No. No se fiaba de lo que pudiera ocurrir en el despacho de Amekoro Yui. Aquella mujer era tan explosiva y tan inmediata como la misma tormenta, no podían prever qué podía ocurrir.
Con los preparativos hechos, Zetsuo se dirigió a la puerta de la habitación de Daruu y dejó que Kiroe, con su hija maniatada sobre el hombro y aún inconsciente, pasara primero. Después se dispuso a salir, pero antes de dar un paso fuera del umbral de la puerta se detuvo en seco y giró ligeramente la cabeza, aunque sus ojos no eran visibles desde la posición de los dos jóvenes.
—Am... Daruu, gracias. Y buen trabajo.
Se marchó y cerró la puerta tras de sí, dejando a los dos jóvenes a solas.
Había llegado la hora de enfrentarse al ojo de la tormenta.