18/12/2018, 19:15
Era mediodía y dos figuras, un hombre y una mujer, caminaban a paso apresurado por las concurridas calles de Amegakure. Ambos presentaban un aspecto lamentable, como si no hubieran dormido ni comido en condiciones en los últimos días, con profundas ojeras marcando sus párpados y suciedad acumulada en sus ropajes desgastados y su piel y cabellos. Ella llevaba sobre el hombro un bulto, cubierto por una túnica más larga que él, y que el hombre no dejaba de mirar de reojo. Llamaban la atención, claro que lo hacían. Tanto su aspecto como los pies atados con hilos y las manos esposadas, ambos colgantes, que asomaban con cada balanceo de aquel fardo mal disimulado llamarían la atención de cualquiera. Los civiles cuchicheaban, y algún shinobi curioso llegó a acercarse para curiosear. Pero no hizo falta más que una mirada de Aotsuki Zetsuo para quitarle las ganas de preguntar y continuar su camino.
Dada la urgencia de la situación, no se andaron con rodeos. Desde la Pastelería de Kiroe se dirigieron prestos, directos y en completo silencio al rascacielos más alto de toda la aldea. Y tal era la prisa que llevaban que él ni siquiera se fijó en que aquel día la lluvia había decidido darles un descanso. Los múltiples demonios y gárgolas que vigilaban las paredes exteriores del Edificio de la Arashikage los recibieron desde las alturas y sus malignos ojos de piedra fueron mudos testigos de la llegada de otro monstruo a sus instalaciones. Fue Zetsuo quien abrió la puerta principal y le cedió el paso a Kiroe. Ambos atravesaron el amplio vestíbulo y se dirigieron al mostrador.
—¡Tenemos que hablar con la Arashikage, es una máxima urgencia! —exclamó Zetsuo, dando una sonora palmada en la madera del mostrador.
Dada la urgencia de la situación, no se andaron con rodeos. Desde la Pastelería de Kiroe se dirigieron prestos, directos y en completo silencio al rascacielos más alto de toda la aldea. Y tal era la prisa que llevaban que él ni siquiera se fijó en que aquel día la lluvia había decidido darles un descanso. Los múltiples demonios y gárgolas que vigilaban las paredes exteriores del Edificio de la Arashikage los recibieron desde las alturas y sus malignos ojos de piedra fueron mudos testigos de la llegada de otro monstruo a sus instalaciones. Fue Zetsuo quien abrió la puerta principal y le cedió el paso a Kiroe. Ambos atravesaron el amplio vestíbulo y se dirigieron al mostrador.
—¡Tenemos que hablar con la Arashikage, es una máxima urgencia! —exclamó Zetsuo, dando una sonora palmada en la madera del mostrador.