19/12/2018, 00:19
Daruu accedió y, después de salir de su habitación, ambos bajaron las escaleras que habrían de conducirlos al piso inferior, a la Pastelería de Kiroe-chan. Se notaba que llevaba varios días cerrada, tantos como había durado su peculiar aventura: las persianas estaban echadas, las sillas recogidas sobre las mesas y el ambiente estaba cargado, húmedo y frío. El muchacho se agachó tras el mostrador y encendió las luces, que titilaron brevemente antes de terminar de iluminar el local.
—Lo siento, sensei. No creo que me de tiempo a prepararte unos bollos de vainilla —se excusó, y un triste destello decepcionado cruzó los iris de Kōri.
—No importa —dijo, sin embargo. Tomó asiento en una de las banquetas que se encontraban frente al mostrador y entrelazó los dedos de ambas manos. Se mantuvo durante algunos segundos en silencio, pensativo. Pero no tardó demasiado en alzar la cabeza y clavar la mirada de sus ojos en los de Daruu y expresar lo que rondaba por su cabeza—. El Bijū... ¿Cómo fue... lo de luchar contra él?
—Lo siento, sensei. No creo que me de tiempo a prepararte unos bollos de vainilla —se excusó, y un triste destello decepcionado cruzó los iris de Kōri.
—No importa —dijo, sin embargo. Tomó asiento en una de las banquetas que se encontraban frente al mostrador y entrelazó los dedos de ambas manos. Se mantuvo durante algunos segundos en silencio, pensativo. Pero no tardó demasiado en alzar la cabeza y clavar la mirada de sus ojos en los de Daruu y expresar lo que rondaba por su cabeza—. El Bijū... ¿Cómo fue... lo de luchar contra él?