30/12/2018, 04:37
(Última modificación: 30/12/2018, 04:46 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Datsue había estado muy tranquilo hasta aquel momento. Muy interesado en hablar. Muy interesado en escuchar. No era casualidad. Lo había hecho porque, desde el principio, desde el mismo momento en que había sentido el éxtasis recorriendo sus venas y oído las posteriores palabras de Shukaku, había tenido un mal presentimiento.
Había estado cayendo al vacío desde aquel preciso instante, y en un intento por darle la espalda a la realidad, se había aferrado a cualquier cosa que entretuviese su mente del inevitable desenlace. Zoku, Kenzou, Hanabi, Takigakure… La propia Kajiya Anzu. Todo le valía para agarrarse a ello y apartar la mirada del cada vez más próximo suelo.
Su subconsciente, incluso, había tratado de tejer teorías por lo que aquello no podía estar pasando. ¿Un Genjutsu desde el principio? ¿Fingiendo su éxtasis, simulando las mismas palabras de Shukaku del principio?
Shukaku al habla: a tu teoría la descuartizo yo en un momentito. Pero, si aquello no había sido un Genjutsu —pues estaba seguro de que ahora, gracias a su Sharingan, no estaba en uno—, y tanto monstruo como humano coincidían en la causa de muerte de su Hermano… Entonces…
Entonces…
Entonces, como todo el mundo sabe cuando te tiras de un vigésimo piso, te rompes la jodida crisma.
Datsue cayó de rodillas, la fotografía de los Hermanos del Desierto todavía entre las manos. Sus ojos, secos, puestos en la imagen de Akame. Su cuerpo, anestesiado, como cuando te dan un golpe tan tremendo, que antes de sentir dolor, tienes esa extraña sensación de que se te durmió la parte del cuerpo golpeada.
Retazos de recuerdos acudieron a su mente. Recordó la primera misión con Akame, el mismo día en que le había conocido.
—¡Alegra esa cara! —le había dicho nada más verle—. ¡Que no todos los días puede decir uno que va a hacer una misión con Datsue el Intrépido!
Akame se había limitado a enarcar una ceja, escéptico. Ya desde aquel momento había sabido que estaba ante un verdadero profesional. Su mente voló entonces hasta la aventura que habían vivido en Yamiria, allí donde había conocido a Aiko. Recordó las blasfemias que Akame había soltado cuando Datsue no levantó el culo para ir a atrapar al asesino, teniendo que hacerlo él solo. Ya desde el primer momento, su Hermano le sacaba las castañas del fuego.
Recordó su aventura en Isla Monotonía, junto a Kaido. Qué curioso, había creído irse con dos amigos de allí. Luego, claro, la había cagado. Como siempre. Le había dado a su Hermano donde más dolía con su estúpida revista. Recordó el dolor reflejado en sus ojos al hablar de Haskoz. Recordó la salvaje pelea que tuvieron en su reconciliación. Recordó las penurias, los gritos y enfados que se echaban el uno al otro cuando su sensei les esposó por un mes como castigo.
También las risas.
También los sueños que nunca verían cumplir.
Caían gotas en la fotografía.
Recordó sus grandes éxitos y sus grandes cagadas juntos. Recordó aquel embarazoso momento con Yakisoba —Zoku— en un claro del bosque. Recordó su discusión con Shukaku antes de dar el golpetazo. Sus tira y aflojas. Sus riñas. Akame no había aceptado ayudarle a rescatar a Aiko, y Datsue se lo había echado en cara desde entonces. No a viva voz, como debía haber hecho, sino con un silencio tenso. Alejándose. Pero en realidad, Akame siempre había estado a su lado, incluso en la sombra. No le había delatado, aún cuando era su deber. ¿Y qué había hecho, cuando Datsue había decidido aún así ir por su cuenta? Se había presentado en el jodido Círculo de Rocas Ancestrales, vigilando y asegurándose de que a su Hermano no le sucedía nada en aquella loca reunión con amejines.
Qué tontería, ahora le hubiese gustado agradecerle aquel gesto.
Y también darle las gracias por la vez que le había ayudado con la Marca del Hierro, sin pedir nada a cambio. Akame nunca le pedía nada a cambio. No a él. Ni una sola puta vez.
Se llevó los nudillos a la boca y mordió. Tuvo que hacerlo, o de lo contrario creía que la súbita presión que sintió en el pecho iba a hacer que su caja torácica estallase. Trató de liberar tensión reventándose la garganta en un grito que no terminaba de salir, como si le estuviesen estrangulando.
Cayeron lágrimas y cayó sangre por su mano. Su cuerpo se sacudió violentamente mientras trataba de detener el llanto, mordiendo con más y más fuerza el nudillo, comprimiendo más y más la bola que crecía en su pecho. Sus ojos, cerrados con fuerza. No quería dejar escapar ni una lágrima más. No quería, no quería... No podía, no podía...
No quería llorar su muerte, porque sabía que eso era demasiado doloroso. No podía estar en duelo, porque necesitaría arrancarse el corazón para poder soportarlo.
Necesitaba huir. Necesitaba buscar una salida.
—Voy… a… matarle… —Venganza… Venganza… Venganza…—. Voy a matarle… Voy a matarle… Voy a matarle… —decía con una voz que no sonaba a él.
Su cuerpo se levantó muy lentamente.
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle… —Necesitaba vengarse para dejar atrás el dolor. Necesitaba matar para no sentir la muerte—. Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...
Sí, sí, ¡sí!
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle... —Lo iba a hacer, lo iba a hacer, lo iba a hacer...
«¿Qué necesito, qué necesito, qué necesito?» Abrió la puerta del armario. Ninjatō. La medio desenvainó, arrancándole una funesta promesa. Afilada. Listo. La hoja lloró al ser envainada. Al cinto.
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...
«¿Qué más, qué más, qué más?» Chaleco ninja. Listo. Portaobjetos. Listo. Bomba explosiva de rango A. Listo. Sello explosivo de rango B. Listo. Makimono… ¿Makimono? Sí, podía venirle bien. Listo. Fuda Kami. Listo
No comprobó si llevaba el resto de cosas en el portaobjetos. No era necesario. No iban a servirle para matar a Sarutobi Hanabi.
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...
«¿Qué me dejo, qué me dejo, qué me dejo?» Oh, sí… Acercó una mano a la bandana. La necesitaba, sí…
… ¡para metérsela por el culo antes de matarle!
Había estado cayendo al vacío desde aquel preciso instante, y en un intento por darle la espalda a la realidad, se había aferrado a cualquier cosa que entretuviese su mente del inevitable desenlace. Zoku, Kenzou, Hanabi, Takigakure… La propia Kajiya Anzu. Todo le valía para agarrarse a ello y apartar la mirada del cada vez más próximo suelo.
Su subconsciente, incluso, había tratado de tejer teorías por lo que aquello no podía estar pasando. ¿Un Genjutsu desde el principio? ¿Fingiendo su éxtasis, simulando las mismas palabras de Shukaku del principio?
«¡JIAJIAJIAJIA! ¿¡NO TIENES MIEDO, RATITA!? ¡¡AHORA TENGO TODO MI PODER!! ¡VENGA, DUÉRMETE, ESTOY DESEANDO ENSEÑARTE CÓMO PASÓ!»
Shukaku al habla: a tu teoría la descuartizo yo en un momentito. Pero, si aquello no había sido un Genjutsu —pues estaba seguro de que ahora, gracias a su Sharingan, no estaba en uno—, y tanto monstruo como humano coincidían en la causa de muerte de su Hermano… Entonces…
Entonces…
Entonces, como todo el mundo sabe cuando te tiras de un vigésimo piso, te rompes la jodida crisma.
Datsue cayó de rodillas, la fotografía de los Hermanos del Desierto todavía entre las manos. Sus ojos, secos, puestos en la imagen de Akame. Su cuerpo, anestesiado, como cuando te dan un golpe tan tremendo, que antes de sentir dolor, tienes esa extraña sensación de que se te durmió la parte del cuerpo golpeada.
Retazos de recuerdos acudieron a su mente. Recordó la primera misión con Akame, el mismo día en que le había conocido.
—¡Alegra esa cara! —le había dicho nada más verle—. ¡Que no todos los días puede decir uno que va a hacer una misión con Datsue el Intrépido!
Akame se había limitado a enarcar una ceja, escéptico. Ya desde aquel momento había sabido que estaba ante un verdadero profesional. Su mente voló entonces hasta la aventura que habían vivido en Yamiria, allí donde había conocido a Aiko. Recordó las blasfemias que Akame había soltado cuando Datsue no levantó el culo para ir a atrapar al asesino, teniendo que hacerlo él solo. Ya desde el primer momento, su Hermano le sacaba las castañas del fuego.
Recordó su aventura en Isla Monotonía, junto a Kaido. Qué curioso, había creído irse con dos amigos de allí. Luego, claro, la había cagado. Como siempre. Le había dado a su Hermano donde más dolía con su estúpida revista. Recordó el dolor reflejado en sus ojos al hablar de Haskoz. Recordó la salvaje pelea que tuvieron en su reconciliación. Recordó las penurias, los gritos y enfados que se echaban el uno al otro cuando su sensei les esposó por un mes como castigo.
También las risas.
También los sueños que nunca verían cumplir.
Caían gotas en la fotografía.
Recordó sus grandes éxitos y sus grandes cagadas juntos. Recordó aquel embarazoso momento con Yakisoba —Zoku— en un claro del bosque. Recordó su discusión con Shukaku antes de dar el golpetazo. Sus tira y aflojas. Sus riñas. Akame no había aceptado ayudarle a rescatar a Aiko, y Datsue se lo había echado en cara desde entonces. No a viva voz, como debía haber hecho, sino con un silencio tenso. Alejándose. Pero en realidad, Akame siempre había estado a su lado, incluso en la sombra. No le había delatado, aún cuando era su deber. ¿Y qué había hecho, cuando Datsue había decidido aún así ir por su cuenta? Se había presentado en el jodido Círculo de Rocas Ancestrales, vigilando y asegurándose de que a su Hermano no le sucedía nada en aquella loca reunión con amejines.
Qué tontería, ahora le hubiese gustado agradecerle aquel gesto.
Y también darle las gracias por la vez que le había ayudado con la Marca del Hierro, sin pedir nada a cambio. Akame nunca le pedía nada a cambio. No a él. Ni una sola puta vez.
Se llevó los nudillos a la boca y mordió. Tuvo que hacerlo, o de lo contrario creía que la súbita presión que sintió en el pecho iba a hacer que su caja torácica estallase. Trató de liberar tensión reventándose la garganta en un grito que no terminaba de salir, como si le estuviesen estrangulando.
Cayeron lágrimas y cayó sangre por su mano. Su cuerpo se sacudió violentamente mientras trataba de detener el llanto, mordiendo con más y más fuerza el nudillo, comprimiendo más y más la bola que crecía en su pecho. Sus ojos, cerrados con fuerza. No quería dejar escapar ni una lágrima más. No quería, no quería... No podía, no podía...
No quería llorar su muerte, porque sabía que eso era demasiado doloroso. No podía estar en duelo, porque necesitaría arrancarse el corazón para poder soportarlo.
Necesitaba huir. Necesitaba buscar una salida.
—Voy… a… matarle… —Venganza… Venganza… Venganza…—. Voy a matarle… Voy a matarle… Voy a matarle… —decía con una voz que no sonaba a él.
Su cuerpo se levantó muy lentamente.
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle… —Necesitaba vengarse para dejar atrás el dolor. Necesitaba matar para no sentir la muerte—. Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...
Sí, sí, ¡sí!
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle... —Lo iba a hacer, lo iba a hacer, lo iba a hacer...
«¿Qué necesito, qué necesito, qué necesito?» Abrió la puerta del armario. Ninjatō. La medio desenvainó, arrancándole una funesta promesa. Afilada. Listo. La hoja lloró al ser envainada. Al cinto.
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...
«¿Qué más, qué más, qué más?» Chaleco ninja. Listo. Portaobjetos. Listo. Bomba explosiva de rango A. Listo. Sello explosivo de rango B. Listo. Makimono… ¿Makimono? Sí, podía venirle bien. Listo. Fuda Kami. Listo
No comprobó si llevaba el resto de cosas en el portaobjetos. No era necesario. No iban a servirle para matar a Sarutobi Hanabi.
—Voy a matarle, voy a matarle, voy a matarle...
«¿Qué me dejo, qué me dejo, qué me dejo?» Oh, sí… Acercó una mano a la bandana. La necesitaba, sí…
… ¡para metérsela por el culo antes de matarle!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado