5/01/2019, 00:35
Las palabras de Daruu tenían todo el sentido del mundo. La misma Kokuō había lamentado en voz alta el no haber aceptado la propuesta del Kyūbi, una propuesta de cuyos detalles desconocían pero, tratándose de la situación que tenían entre manos, desde luego no podía tratarse de nada bueno. Pero Kōri ni siquiera tuvo tiempo de responder. La puerta de la pastelería acababa de abrirse, y Kiroe la cruzó con cara de pocos amigos. No habló instantáneamente, en su lugar se mantuvo allí plantada, con los brazos cruzados.
—¿Y bien? —interrogó Daruu, incorporándose.
—Nos cayó una buena bronca, pero no ha pasado nada —respondió ella—. Eso sí, el sellado parece difícil de revertir. Les llevará tiempo. Mientras tanto, Ayame y Kokuō deben permanecer en el calabozo.
—Es... es normal —afirmó Daruu al cabo de varios segundos, antes de volver a sentarse—. ¿Y Zetsuo?
—Venía detrás de mí, estará al llegar.
Y no le faltaba razón. Aotsuki Zetsuo cruzó el umbral pocos segundos después. Era evidente que el viejo águila trataba de mantenerse estoico, pero el aspecto que presentaba era absolutamente deplorable: Entró empapado de los pies a la cabeza, mucho más pálido que cuando se había ido y la mirada perdida clavada en el frente pero sin ver. Entraba con la postura firme, pero los puños apretados y el espíritu de un soldado derrotado.
—Ayame estará encerrada en el calabozo hasta que Arashikage-sama encuentre la manera de revertir el sellado —comunicó, derrumbándose sobre la silla más cercana que encontró, e incluso su voz parecía haber perdido toda aquella fuerza que le caracterizaba. Como si su acero se hubiera oxidado.
Estaba cansado. Terriblemente cansado.
—¿Y bien? —interrogó Daruu, incorporándose.
—Nos cayó una buena bronca, pero no ha pasado nada —respondió ella—. Eso sí, el sellado parece difícil de revertir. Les llevará tiempo. Mientras tanto, Ayame y Kokuō deben permanecer en el calabozo.
—Es... es normal —afirmó Daruu al cabo de varios segundos, antes de volver a sentarse—. ¿Y Zetsuo?
—Venía detrás de mí, estará al llegar.
Y no le faltaba razón. Aotsuki Zetsuo cruzó el umbral pocos segundos después. Era evidente que el viejo águila trataba de mantenerse estoico, pero el aspecto que presentaba era absolutamente deplorable: Entró empapado de los pies a la cabeza, mucho más pálido que cuando se había ido y la mirada perdida clavada en el frente pero sin ver. Entraba con la postura firme, pero los puños apretados y el espíritu de un soldado derrotado.
—Ayame estará encerrada en el calabozo hasta que Arashikage-sama encuentre la manera de revertir el sellado —comunicó, derrumbándose sobre la silla más cercana que encontró, e incluso su voz parecía haber perdido toda aquella fuerza que le caracterizaba. Como si su acero se hubiera oxidado.
Estaba cansado. Terriblemente cansado.