5/01/2019, 02:13
Solía pasar que cuando uno tenía enfocado escalar la montaña que tenía en frente, no prestaba atención a las cosas que había entre él y esta. Porque, comparados, eran simples minucias. ¿Qué era un acantilado, sin puente que salvase el precipicio, en comparación con miles de metros de escarpada pared rocosa? Poco, pero cuando te dabas de frente contra ella tenías que focalizarte, o ni siquiera llegarías a la montaña.
Algo así le pasó a Datsue, en el preciso momento en que Yubiwa desapareció en una nube de humo.
—¡Hijo de…! —¡Había dado por hecho que le sacaría de allí! Pero no, claro que no se había atrevido a meterse personalmente en la boca del lobo. Había usado a un clon, como hubiese hecho él—. ¿Para salir podrías usar la…?
Miró al clon, y el clon le miró a él, con cara confusa. No tenían ni la más remota idea.
—A ver, pensemos —dijo, llevándose una mano al mentón—. Si yo fuese Yubiwa, y quisiese entrar en Uzu… Tengo las puertas de la entrada. Siempre vigilado, necesitaría el Henge de la persona adecuada, una que volviese de misión o algo así. O, podría venir por mar… Por el embarcadero. En un… ¿barco? —Pero Yubiwa había dicho la, en femenino. Entonces, ¿a qué se refería?—. Yubiwa, del antiguo País del Río. Y en los ríos no se usan embarcaciones tan grandes como barcos, sino… —¡click!—, barcas. ¿Se referiría a una jodida barca?
El Kage Bunshin no asintió, pero lanzó una de esas miradas que venían a decir: puede ser.
—Tú ya sabes lo que hacer —dijo, decidido, sin cambiar los planes para su clon. Se aseguró de tener todo su armamento encima, incluida la bandana de Uzu. Las placas de Takigakure, no obstante, las metió en el portaobjetos. El Ninjatō decidió sellarlo en el antebrazo, para llamar menos la atención. Y que no faltase el juego de ganzúas. Ese que tantas veces le había salvado la vida, escondido en un sitio que solo él y dos personas más conocían. «Ahora solo una», se recordó con amargura.
—Todavía estás a tiempo de mandarlo todo a la mierda —habló, su clon, al verle la cara contraída por la rabia.
Se quedaron un rato en silencio, observándose. Datsue relajó el rostro y chasqueó la lengua. Tomó una túnica negra del armario y se vistió con ella. Luego, quitó la fotografía del cuadro y se la metió en un bolsillo interior. Hizo lo mismo con la foto de los Intrépidos.
Caminó hasta el umbral, se acordó de algo y dio media vuelta. No podía dejar el dibujo del Nekomusume allí. Tras quitarlo del corcho, se lo guardó también.
—Deberías hacer limpieza de esto mientras tanto —dijo, pasando los ojos por todos los documentos que allí había. El último fuuinjutsu en el que había estado trabajando; nombres de los clientes que había ido haciendo; ingresos que había obtenido a lo largo del año desde su trato con los Señores del Hierro y la venta de armas… Cuanto antes se convirtiesen en cenizas, mejor.
Salió hasta el salón y se arrodilló donde dormía su perro. Dicen que los perros se parecen a su dueño, y aquel lo demostraba con un sueño profundo sin igual. Cuando Datsue le tomó de la cabecita y le besó, sin embargo, abrió ligeramente los ojos, somnoliento.
—No puedo llevarte a dónde voy —Aunque, ¿y sí…? Negó con la cabeza. Solo les pondría en peligro a los dos—. Pórtate bien, ¿vale? Sé que Eri y Nabi cuidarán bien de ti.
Se restregó los ojos, dio una larga y profunda bocanada y no miró atrás.
«Sharingan, conmigo. Henge, listo…»
Así era, porque cuando Datsue bajase el último escalón del portal, y saliese a las calles del exterior, el mundo no le vería como a un Uchiha con necesidad de ponerle bozal. Sino, justamente, la imagen contraria. Alguien que transmitía buen rollo. Alguien que, en ningún caso, sería sospechoso de intentar nada turbio. Nada malo. Nada ilegal. Verían la imagen de…
… Uzumaki Eri.
¿Sus pasos? Si nadie se lo impedía, tranquilos pero firmes en dirección al embarcadero.
Algo así le pasó a Datsue, en el preciso momento en que Yubiwa desapareció en una nube de humo.
—¡Hijo de…! —¡Había dado por hecho que le sacaría de allí! Pero no, claro que no se había atrevido a meterse personalmente en la boca del lobo. Había usado a un clon, como hubiese hecho él—. ¿Para salir podrías usar la…?
Miró al clon, y el clon le miró a él, con cara confusa. No tenían ni la más remota idea.
—A ver, pensemos —dijo, llevándose una mano al mentón—. Si yo fuese Yubiwa, y quisiese entrar en Uzu… Tengo las puertas de la entrada. Siempre vigilado, necesitaría el Henge de la persona adecuada, una que volviese de misión o algo así. O, podría venir por mar… Por el embarcadero. En un… ¿barco? —Pero Yubiwa había dicho la, en femenino. Entonces, ¿a qué se refería?—. Yubiwa, del antiguo País del Río. Y en los ríos no se usan embarcaciones tan grandes como barcos, sino… —¡click!—, barcas. ¿Se referiría a una jodida barca?
El Kage Bunshin no asintió, pero lanzó una de esas miradas que venían a decir: puede ser.
—Tú ya sabes lo que hacer —dijo, decidido, sin cambiar los planes para su clon. Se aseguró de tener todo su armamento encima, incluida la bandana de Uzu. Las placas de Takigakure, no obstante, las metió en el portaobjetos. El Ninjatō decidió sellarlo en el antebrazo, para llamar menos la atención. Y que no faltase el juego de ganzúas. Ese que tantas veces le había salvado la vida, escondido en un sitio que solo él y dos personas más conocían. «Ahora solo una», se recordó con amargura.
—Todavía estás a tiempo de mandarlo todo a la mierda —habló, su clon, al verle la cara contraída por la rabia.
Se quedaron un rato en silencio, observándose. Datsue relajó el rostro y chasqueó la lengua. Tomó una túnica negra del armario y se vistió con ella. Luego, quitó la fotografía del cuadro y se la metió en un bolsillo interior. Hizo lo mismo con la foto de los Intrépidos.
Caminó hasta el umbral, se acordó de algo y dio media vuelta. No podía dejar el dibujo del Nekomusume allí. Tras quitarlo del corcho, se lo guardó también.
—Deberías hacer limpieza de esto mientras tanto —dijo, pasando los ojos por todos los documentos que allí había. El último fuuinjutsu en el que había estado trabajando; nombres de los clientes que había ido haciendo; ingresos que había obtenido a lo largo del año desde su trato con los Señores del Hierro y la venta de armas… Cuanto antes se convirtiesen en cenizas, mejor.
Salió hasta el salón y se arrodilló donde dormía su perro. Dicen que los perros se parecen a su dueño, y aquel lo demostraba con un sueño profundo sin igual. Cuando Datsue le tomó de la cabecita y le besó, sin embargo, abrió ligeramente los ojos, somnoliento.
—No puedo llevarte a dónde voy —Aunque, ¿y sí…? Negó con la cabeza. Solo les pondría en peligro a los dos—. Pórtate bien, ¿vale? Sé que Eri y Nabi cuidarán bien de ti.
Se restregó los ojos, dio una larga y profunda bocanada y no miró atrás.
«Sharingan, conmigo. Henge, listo…»
Así era, porque cuando Datsue bajase el último escalón del portal, y saliese a las calles del exterior, el mundo no le vería como a un Uchiha con necesidad de ponerle bozal. Sino, justamente, la imagen contraria. Alguien que transmitía buen rollo. Alguien que, en ningún caso, sería sospechoso de intentar nada turbio. Nada malo. Nada ilegal. Verían la imagen de…
… Uzumaki Eri.
¿Sus pasos? Si nadie se lo impedía, tranquilos pero firmes en dirección al embarcadero.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado