5/01/2019, 02:37
Daruu decidió, por fin, bajar el último escalón de aquél oscuro pasillo y posar firmemente la mano sobre el pomo de la puerta metálica, pesada y con las bisagras desgastadas y chirriantes. Entró en la lúgubre prisón y cerró el portón, que emitió un fuerte retumbe metálico. Ya desde ahí le pareció escuchar el eco de una severa voz femenina. Sonrió para sí. Ayame había despertado, y estaba discutiendo con el Gobi. No, con Kokuo.
Se echó las manos tras la espalda y avanzó con decisión mirando a un lado y al otro. No era una cárcel grande. Ni siquiera era una cárcel, sino los calabozos de la Torre de la Arashikage. Una retención temporal. Sí, sin duda era buena idea mantener a Ayame cerca de Yui.
Estaba vacío, a excepción de la última celda a la derecha. Allí se encontró de nuevo con aquél formidable contrincante... y ahora, la carcelera de su pareja.
—Buenos días, Ayame —dijo. Agarró una banqueta cercana, arrastrándola hasta sí, y tomó asiento con las manos entre las rodillas, agarradas—. Buenos días a ti también... Kokuō.
Se echó las manos tras la espalda y avanzó con decisión mirando a un lado y al otro. No era una cárcel grande. Ni siquiera era una cárcel, sino los calabozos de la Torre de la Arashikage. Una retención temporal. Sí, sin duda era buena idea mantener a Ayame cerca de Yui.
Estaba vacío, a excepción de la última celda a la derecha. Allí se encontró de nuevo con aquél formidable contrincante... y ahora, la carcelera de su pareja.
—Buenos días, Ayame —dijo. Agarró una banqueta cercana, arrastrándola hasta sí, y tomó asiento con las manos entre las rodillas, agarradas—. Buenos días a ti también... Kokuō.