5/01/2019, 19:00
Daruu agachó la cabeza durante unos instantes, meditativo.
—¿Sabes? —dijo tras varios segundos—. Sí que me parece una lástima. Porque creo... creo que te entiendo. Te entiendo porque Ayame también parecía igual de melancólica cuando no le dejaban salir de la aldea.
Kokuō dejó escapar el aire por la nariz en un ligero resoplido. El encierro de Ayame en la aldea no podía compararse con su propio cautiverio. ¿Cómo hacerlo? El castigo de la muchacha había durado un par de meses a lo sumo, y su jaula medía decenas de kilómetros. Ella podía seguir moviéndose con total normalidad. Ella había pasado años, decenas de años, en una jaula tan diminuta que apenas podía moverse. Y eso sin hablar de su ejecución, y del tiempo que había pasado muerta.
—Kokuō —volvió a llamarla Daruu—. ¿Cuál es tu historia? ¿Cuál es vuestra historia? La de vuestra especie. ¿De dónde venís? No conozco más que lo que me han contado en la Academia, y eso viene de la épica de las Cinco Grandes. ¿Qué sois? Os creó Rikudo-sennin, ¿no? A partir del chakra del Juubi. ¿Por qué motivo os dio un cuerpo y una conciencia propia?
Kokuō se vio sorprendida por aquellas preguntas, pero aquella sorpresa sólo se manifestó en su rostro durante unos breves segundos. Después, entrecerró ligeramente los ojos. Contemplaba a Daruu como si fuera la primera vez que lo veía. Aquel muchacho no parecía tan diferente de Ayame como creía. Pese a su descaro, se refería a ella por su nombre y ahora...
—Es el segundo humano que me hace esa pregunta —comentó, y un mechón de cabello resbaló por su hombro cuando ladeó la cabeza hacia él. Calló durante varios instantes, preguntándose si sería buena o mala idea responder a su curiosidad, pero al final terminó por suspirar. Después de todo, ya le habían sacado a la fuerza toda la información que querían de ella—. Sí. Nuestro padre era Rikudo Senin. El por qué nos creó con cuerpo y conciencia es algo que sólo supo él. Quizás el mismo Jūbi a partir del cual nos creó tuviera cuerpo y conciencia, pero eso es algo que ninguno de nosotros recuerda. Lo único que sabemos es que nos creó para protegeros. Para protegeros del mal del Jūbi.
»Y así nos lo estáis agradeciendo.
Una afilada sonrisa curvó los labios de Kokuō.
—¿Sabes? —dijo tras varios segundos—. Sí que me parece una lástima. Porque creo... creo que te entiendo. Te entiendo porque Ayame también parecía igual de melancólica cuando no le dejaban salir de la aldea.
Kokuō dejó escapar el aire por la nariz en un ligero resoplido. El encierro de Ayame en la aldea no podía compararse con su propio cautiverio. ¿Cómo hacerlo? El castigo de la muchacha había durado un par de meses a lo sumo, y su jaula medía decenas de kilómetros. Ella podía seguir moviéndose con total normalidad. Ella había pasado años, decenas de años, en una jaula tan diminuta que apenas podía moverse. Y eso sin hablar de su ejecución, y del tiempo que había pasado muerta.
—Kokuō —volvió a llamarla Daruu—. ¿Cuál es tu historia? ¿Cuál es vuestra historia? La de vuestra especie. ¿De dónde venís? No conozco más que lo que me han contado en la Academia, y eso viene de la épica de las Cinco Grandes. ¿Qué sois? Os creó Rikudo-sennin, ¿no? A partir del chakra del Juubi. ¿Por qué motivo os dio un cuerpo y una conciencia propia?
Kokuō se vio sorprendida por aquellas preguntas, pero aquella sorpresa sólo se manifestó en su rostro durante unos breves segundos. Después, entrecerró ligeramente los ojos. Contemplaba a Daruu como si fuera la primera vez que lo veía. Aquel muchacho no parecía tan diferente de Ayame como creía. Pese a su descaro, se refería a ella por su nombre y ahora...
—Es el segundo humano que me hace esa pregunta —comentó, y un mechón de cabello resbaló por su hombro cuando ladeó la cabeza hacia él. Calló durante varios instantes, preguntándose si sería buena o mala idea responder a su curiosidad, pero al final terminó por suspirar. Después de todo, ya le habían sacado a la fuerza toda la información que querían de ella—. Sí. Nuestro padre era Rikudo Senin. El por qué nos creó con cuerpo y conciencia es algo que sólo supo él. Quizás el mismo Jūbi a partir del cual nos creó tuviera cuerpo y conciencia, pero eso es algo que ninguno de nosotros recuerda. Lo único que sabemos es que nos creó para protegeros. Para protegeros del mal del Jūbi.
»Y así nos lo estáis agradeciendo.
Una afilada sonrisa curvó los labios de Kokuō.