5/01/2019, 23:30
—¡Ayame! ¡Ayame! —gritaba Daruu, abalanzándose sobre los barrotes con la misma desesperación.
Los dos jóvenes se encontraron después de tanto tiempo y sus manos buscaron hambrientas al otro. Sin hacer caso de los barrotes que los separaban, Ayame y Daruu buscaron fundirse en uno solo. Él junto su nariz con la de ella, y entonces se daría cuenta de que tenía la frente ardiendo. Ella, sin dejar de llorar, se refugió en su olor, el olor a bosque de pinos que tanto la reconfortaba.
—¡Ayame! Te echo de menos, Ayame...
—Y yo... y yo... —sollozaba ella, sin fuerzas.
Aquello había sido del todo imprudente. Una locura. Y cualquiera que los hubiera visto en aquella situación los habría separado entre gritos, reprendiendo a los dos muchachos por irresponsables y por insensatos. Kokuō podría haber aprovechado el momento y la cercanía para atacar a Daruu. Podría haberse visto en un serio peligro. En aquellos instantes, Ayame era una auténtica bomba de relojería. Pero Ayame no conseguía reunir las fuerzas ni las ganas para separarse de él.
—Ayame, ¿cómo gestionamos todo esto? Yo no puedo sólo. Allá afuera nadie va a ponerse a dialogar con Kokuō como lo he hecho yo. Ni siquiera sé si ha sido sensato. Si podemos confiar en lo que dice, si no tiene intención de aplastarte a la mínima de cambio... Aún así, gracias por dejarme verla, Kokuō, si estás ahí.
—No lo sé... No lo sé... —murmuró ella, débilmente—. Yo... no sé qué va a pasar... Tengo mucho miedo... Yo... Yo...
Los dos jóvenes se encontraron después de tanto tiempo y sus manos buscaron hambrientas al otro. Sin hacer caso de los barrotes que los separaban, Ayame y Daruu buscaron fundirse en uno solo. Él junto su nariz con la de ella, y entonces se daría cuenta de que tenía la frente ardiendo. Ella, sin dejar de llorar, se refugió en su olor, el olor a bosque de pinos que tanto la reconfortaba.
—¡Ayame! Te echo de menos, Ayame...
—Y yo... y yo... —sollozaba ella, sin fuerzas.
Aquello había sido del todo imprudente. Una locura. Y cualquiera que los hubiera visto en aquella situación los habría separado entre gritos, reprendiendo a los dos muchachos por irresponsables y por insensatos. Kokuō podría haber aprovechado el momento y la cercanía para atacar a Daruu. Podría haberse visto en un serio peligro. En aquellos instantes, Ayame era una auténtica bomba de relojería. Pero Ayame no conseguía reunir las fuerzas ni las ganas para separarse de él.
—Ayame, ¿cómo gestionamos todo esto? Yo no puedo sólo. Allá afuera nadie va a ponerse a dialogar con Kokuō como lo he hecho yo. Ni siquiera sé si ha sido sensato. Si podemos confiar en lo que dice, si no tiene intención de aplastarte a la mínima de cambio... Aún así, gracias por dejarme verla, Kokuō, si estás ahí.
—No lo sé... No lo sé... —murmuró ella, débilmente—. Yo... no sé qué va a pasar... Tengo mucho miedo... Yo... Yo...