7/01/2019, 00:32
Una vez más, pasaron un par de días hasta que algún visitante abrió el portón del calabozo del Edificio de la Arashikage. Esta vez, sin embargo, no se trataba de Daruu.
Los pasos eran delicados, como si apenas rozaran el suelo. Sólo se les escuchaba porque el resto era puro silencio. En cuanto el estruendo metálico del cierre cesó, la temperatura en el calabozo descendió un par de grados. Encerrada en la penumbra como estaba, la presencia del Hielo era tan deslumbrante como el primer rayo de Sol al abrir la persiana.
El joven levantó la silla con cuidado, la puso delante de la celda y tomó asiento, sin decir ni una sola palabra.
Sus ojos, gélidos, inexpresivos, estaban clavados en los de Kokuo. No había rencor en su mirada.
Ni felicidad. Ni tristeza. Nada.
Los pasos eran delicados, como si apenas rozaran el suelo. Sólo se les escuchaba porque el resto era puro silencio. En cuanto el estruendo metálico del cierre cesó, la temperatura en el calabozo descendió un par de grados. Encerrada en la penumbra como estaba, la presencia del Hielo era tan deslumbrante como el primer rayo de Sol al abrir la persiana.
El joven levantó la silla con cuidado, la puso delante de la celda y tomó asiento, sin decir ni una sola palabra.
Sus ojos, gélidos, inexpresivos, estaban clavados en los de Kokuo. No había rencor en su mirada.
Ni felicidad. Ni tristeza. Nada.