7/01/2019, 00:42
Dos días pasaron tras la última visita de Daruu. Fue después de la última toma de su medicina cuando el inconfundible sonido metálico de la puerta abriéndose llegó hasta sus oídos.
«Aquí viene de nuevo.» Pensó Kokuō, que aún se frotaba el dorso de la mano contra la comisura de los labios, profundamente asqueada.
Pero había algo extraño en el ambiente. Aquellos pasos no eran los de Daruu. El sonido de aquellos pasos era apenas perceptible, incluso para sus oídos. Sus pies susurraban sobre las losas de piedra del calabozo. Y entonces la invadió una súbita sensación de frío.
La silueta, blanca como la nieve, entró al fin en su rango de visión. Kōri tomó la banqueta de madera con cuidado y se sentó frente a la celda sin pronunciar palabra alguna. Ni un saludo, ni un insulto, ni palabras de rencor. Nada. Su silencio era tan gélido como su sola presencia. Y El Hielo parecía decidido a atravesarla con aquellos iris de escarcha. Pero ni siquiera en su mirada supo apreciar sentimiento ninguno: ni enfado, ni rencor, ni siquiera satisfacción por verla allí encerrada. Nada. Absolutamente nada.
Y Kokuō no supo como reaccionar a algo así. Estaba acostumbrada a que la odiaran, a que la repudiaran, pero no a que no expresaran nada hacia ella.
Por eso, simplemente le imitó. Guardó silencio y le retó con sus ojos turquesas.
«Aquí viene de nuevo.» Pensó Kokuō, que aún se frotaba el dorso de la mano contra la comisura de los labios, profundamente asqueada.
Pero había algo extraño en el ambiente. Aquellos pasos no eran los de Daruu. El sonido de aquellos pasos era apenas perceptible, incluso para sus oídos. Sus pies susurraban sobre las losas de piedra del calabozo. Y entonces la invadió una súbita sensación de frío.
«No es Daruu. Es...»
La silueta, blanca como la nieve, entró al fin en su rango de visión. Kōri tomó la banqueta de madera con cuidado y se sentó frente a la celda sin pronunciar palabra alguna. Ni un saludo, ni un insulto, ni palabras de rencor. Nada. Su silencio era tan gélido como su sola presencia. Y El Hielo parecía decidido a atravesarla con aquellos iris de escarcha. Pero ni siquiera en su mirada supo apreciar sentimiento ninguno: ni enfado, ni rencor, ni siquiera satisfacción por verla allí encerrada. Nada. Absolutamente nada.
Y Kokuō no supo como reaccionar a algo así. Estaba acostumbrada a que la odiaran, a que la repudiaran, pero no a que no expresaran nada hacia ella.
Por eso, simplemente le imitó. Guardó silencio y le retó con sus ojos turquesas.