11/01/2019, 16:49
(Última modificación: 11/01/2019, 16:52 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—"Curiosidad" —repitió Daruu, acariciándose la barbilla—. Sí, me lo creo. Esa es la palabra que utilizaría yo para definir lo que siente Kōri respecto a Kokuō. Espero que le lleve a confiar un poco más en ella.
Ayame asintió en silencio, aunque no estaba muy segura al respecto. En algunas ocasiones, Kōri podía llegar a ser tan curiosa como ella misma, pero sus principios prevalecían sobre todo lo demás. Aún así había sido un alivio comprobar que la conversación entre ambos había concurrido con aquella fría calma. No estaba segura de que pudiera ser igual si hubiese sido su padre el que hubiera acudido a visitarla. Y, hablando de su padre, ¿cómo estaría? ¿Estaría preocupado por ella?
—Dime, Ayame —Daruu llamó atención, sacándola de sus pensamientos—. ¿Y tú? ¿Tú confías en Kokuo? ¿Crees que está... bien lo que estamos haciendo?
Ayame agachó la cabeza y se removió en su sitio.
—Yo... no lo sé... —musitó, al cabo de unos tensos segundos. Una parte de ella, quizás su parte más humana, no podía evitarlo. De forma instintiva sentía un miedo atroz hacia los Bijū en general, y no ayudaba todas aquellas veces que había escuchado la aterradora voz de Kokuō en su cabeza, incitándola a perder el control, amenazando la seguridad de sus seres queridos, amenazándola a ella con que algún día la rompería desde dentro para liberarse de sus barrotes, aquel abrasador fuego en su piel cada vez que cedía a las tentaciones, las pesadillas... No podía olvidar todo aquello, pero al mismo tiempo...—. Pero ahora que sé como se siente, ahora que he estado en su misma situación... No puedo dejar que vuelva a estar encerrada así durante toda la eternidad. Yo sólo llevo un par de meses en esa jaula y... y es escalofriante, Daruu-kun... —admitió, con un terrible escalofrío—. Estar encerrado durante tanto tiempo... sin espacio apenas para moverte... en un lugar que no cambia nunca... No quiero ni imaginar lo que debe ser estar así durante años y años...
»Lo entiendes, ¿verdad...?
Ayame asintió en silencio, aunque no estaba muy segura al respecto. En algunas ocasiones, Kōri podía llegar a ser tan curiosa como ella misma, pero sus principios prevalecían sobre todo lo demás. Aún así había sido un alivio comprobar que la conversación entre ambos había concurrido con aquella fría calma. No estaba segura de que pudiera ser igual si hubiese sido su padre el que hubiera acudido a visitarla. Y, hablando de su padre, ¿cómo estaría? ¿Estaría preocupado por ella?
—Dime, Ayame —Daruu llamó atención, sacándola de sus pensamientos—. ¿Y tú? ¿Tú confías en Kokuo? ¿Crees que está... bien lo que estamos haciendo?
Ayame agachó la cabeza y se removió en su sitio.
—Yo... no lo sé... —musitó, al cabo de unos tensos segundos. Una parte de ella, quizás su parte más humana, no podía evitarlo. De forma instintiva sentía un miedo atroz hacia los Bijū en general, y no ayudaba todas aquellas veces que había escuchado la aterradora voz de Kokuō en su cabeza, incitándola a perder el control, amenazando la seguridad de sus seres queridos, amenazándola a ella con que algún día la rompería desde dentro para liberarse de sus barrotes, aquel abrasador fuego en su piel cada vez que cedía a las tentaciones, las pesadillas... No podía olvidar todo aquello, pero al mismo tiempo...—. Pero ahora que sé como se siente, ahora que he estado en su misma situación... No puedo dejar que vuelva a estar encerrada así durante toda la eternidad. Yo sólo llevo un par de meses en esa jaula y... y es escalofriante, Daruu-kun... —admitió, con un terrible escalofrío—. Estar encerrado durante tanto tiempo... sin espacio apenas para moverte... en un lugar que no cambia nunca... No quiero ni imaginar lo que debe ser estar así durante años y años...
»Lo entiendes, ¿verdad...?