12/01/2019, 04:46
Muñeca no dijo nada en un largo rato.
—Sí —respondió, cuando Kaido ya había dado por zanjada la conversación hacía un tiempo—. Creo que tengo doce años.
Y con eso se tendría que quedar Kaido, porque Muñeca no añadiría nada más al respecto.
Hibakari era un pueblo interesante. Lo que no era más que una aldea pesquera, se había ido ampliando con el paso de los años hasta convertirse en el gran pueblo que era ahora. Llena de bullicio, locales y gente paseando por sus calles. No tenía nada que envidiarle a una ciudad, salvo que quizá el turista medio prefería Kasukami.
Allí se vivía mucho de la pesca, de la artesanía, y, porque no decirlo, de la droga. Al menos, los que trabajaban para Dragón Rojo. Muñeca condujo a Kaido hasta un barrio menos transitado, donde curiosamente, toda presencia de guardia había desaparecido. Correteó por las callejuelas, dando saltitos de vez en cuando o deteniéndose a mirar el escaparate de alguna tienda de ropa y accesorios.
Hallaron a un crío sentado en una callejuela, que no debía tener más de diez años, sin hacer nada. Simplemente, observando. Reconoció a Muñeca en seguida, y apartó la mirada, asustado.
Muñeca no le hizo caso y se adentró en un local que había al lado. Apestaba a tabaco, entremezclado con un olor dulzón que Kaido identificó: era el mismo que había olido en el almacén de Katame, en aquella misión B dónde le había asesinado. Parecía un simple bar, con una mesa de billar en el centro, tan solo una mesa, y una barra a la izquierda. No había clientes, salvo por los dos tipos que se encontraban en aquellos momentos jugando al billar. Curiosamente, sin bebida ni ningún tipo de consumición a su lado. Solo un cenicero donde iban descargando sus cigarrillos, encima de la propia mesa de billar. El camarero que había tras la barra era un hombre mayor, de unos setenta años por lo menos, barba canosa y casi sin pelo.
Los tres saludaron con una reverencia a Muñeca en cuanto la vieron. La niña, sin embargo, apenas les presto atención. Siguió recta, subiendo por unas estrechas escaleras que había a la izquierda de la barra, como si fuese dueña del local. Abrió la puerta que había al final, sin llamar.
—Ay, ¡qué bueno vel-los! —Era Money, sentando tras una gran mesa—. Y, pues, ¿ya me vienen a desplumal?
La habitación era bastante amplia, llena de cuadros abstractos y estanterías repletas de libros. La mesa estaba repleta de folios y pergaminos, además de tintero y una pluma de oro que Money acababa de soltar.
Money, ¿qué decir de él? Tenía pendientes hechos de rubíes. Un collar grueso de oro puro. Dos pulseras de oro. Un sello de oro en el dedo corazón. Un jersey hecho de billetes —o, bueno, lo parecía. De billetes de 500 ryos—, y, en definitiva, parecía que le gustaba el lujo.
También tenía los ojos verdes, la piel oscura y rastas largas, además de una fina barba de candado. Era flaco, y no se le veía demasiado alto.
—Sí —respondió, cuando Kaido ya había dado por zanjada la conversación hacía un tiempo—. Creo que tengo doce años.
Y con eso se tendría que quedar Kaido, porque Muñeca no añadiría nada más al respecto.
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Hibakari era un pueblo interesante. Lo que no era más que una aldea pesquera, se había ido ampliando con el paso de los años hasta convertirse en el gran pueblo que era ahora. Llena de bullicio, locales y gente paseando por sus calles. No tenía nada que envidiarle a una ciudad, salvo que quizá el turista medio prefería Kasukami.
Allí se vivía mucho de la pesca, de la artesanía, y, porque no decirlo, de la droga. Al menos, los que trabajaban para Dragón Rojo. Muñeca condujo a Kaido hasta un barrio menos transitado, donde curiosamente, toda presencia de guardia había desaparecido. Correteó por las callejuelas, dando saltitos de vez en cuando o deteniéndose a mirar el escaparate de alguna tienda de ropa y accesorios.
Hallaron a un crío sentado en una callejuela, que no debía tener más de diez años, sin hacer nada. Simplemente, observando. Reconoció a Muñeca en seguida, y apartó la mirada, asustado.
Muñeca no le hizo caso y se adentró en un local que había al lado. Apestaba a tabaco, entremezclado con un olor dulzón que Kaido identificó: era el mismo que había olido en el almacén de Katame, en aquella misión B dónde le había asesinado. Parecía un simple bar, con una mesa de billar en el centro, tan solo una mesa, y una barra a la izquierda. No había clientes, salvo por los dos tipos que se encontraban en aquellos momentos jugando al billar. Curiosamente, sin bebida ni ningún tipo de consumición a su lado. Solo un cenicero donde iban descargando sus cigarrillos, encima de la propia mesa de billar. El camarero que había tras la barra era un hombre mayor, de unos setenta años por lo menos, barba canosa y casi sin pelo.
Los tres saludaron con una reverencia a Muñeca en cuanto la vieron. La niña, sin embargo, apenas les presto atención. Siguió recta, subiendo por unas estrechas escaleras que había a la izquierda de la barra, como si fuese dueña del local. Abrió la puerta que había al final, sin llamar.
—Ay, ¡qué bueno vel-los! —Era Money, sentando tras una gran mesa—. Y, pues, ¿ya me vienen a desplumal?
La habitación era bastante amplia, llena de cuadros abstractos y estanterías repletas de libros. La mesa estaba repleta de folios y pergaminos, además de tintero y una pluma de oro que Money acababa de soltar.
Money, ¿qué decir de él? Tenía pendientes hechos de rubíes. Un collar grueso de oro puro. Dos pulseras de oro. Un sello de oro en el dedo corazón. Un jersey hecho de billetes —o, bueno, lo parecía. De billetes de 500 ryos—, y, en definitiva, parecía que le gustaba el lujo.
También tenía los ojos verdes, la piel oscura y rastas largas, además de una fina barba de candado. Era flaco, y no se le veía demasiado alto.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado