12/01/2019, 23:13
Y así, Uzumaki Eri y Sarutobi Hanabi terminaron de desayunar y salieron de la casa de la pelirroja. El mandatario cogió una curiosa caja de plástico con un asa, que había dejado frente a la puerta de Eri, y partieron hacia el centro de la villa.
Levantando cabezas y miradas de curiosos –no todos los días el kage de tu villa se pasea por la calle así como así–, los dos shinobi dirigieron sus pasos hasta el Estadio de Celebraciones. En la entrada, dos chuunin de mediana edad, uno calvo y otro moreno con barba de tres días, se cuadraron en cuanto los vieron llegar.
—Hanabi-sama. Eri-senpai. —El de la izquierda les dedicó una profunda reverencia.
—¿Está libre el estadio, como acordamos?
—Sí, Hanabi-sama. No hemos dejado pasar a nadie.
Hanabi asintió, se dio la vuelta, y con un ademán de la mano indicó a Eri que le siguiese a través del largo pasillo del interior de la grada del estadio. Ya en el ruedo, las gradas hacían de una suerte de pared que bloqueaba el ajetreo del exterior. Allí podrían concentrarse en el entrenamiento. Hanabi caminó hasta el centro de la sala y dejó la caja en el suelo. Se acarició la barbilla, la volvió a coger del asa y se acercó cerca de la grada. La dejó allí con cuidado, y volvió a donde estaba Eri.
—Dime, Eri-san —dijo Hanabi con una media sonrisa—. Creo que ninguno de vuestra generación me ha visto pelear todavía, ¿verdad?
»¿Qué te parece si nos divertimos un poco, eh?
Levantando cabezas y miradas de curiosos –no todos los días el kage de tu villa se pasea por la calle así como así–, los dos shinobi dirigieron sus pasos hasta el Estadio de Celebraciones. En la entrada, dos chuunin de mediana edad, uno calvo y otro moreno con barba de tres días, se cuadraron en cuanto los vieron llegar.
—Hanabi-sama. Eri-senpai. —El de la izquierda les dedicó una profunda reverencia.
—¿Está libre el estadio, como acordamos?
—Sí, Hanabi-sama. No hemos dejado pasar a nadie.
Hanabi asintió, se dio la vuelta, y con un ademán de la mano indicó a Eri que le siguiese a través del largo pasillo del interior de la grada del estadio. Ya en el ruedo, las gradas hacían de una suerte de pared que bloqueaba el ajetreo del exterior. Allí podrían concentrarse en el entrenamiento. Hanabi caminó hasta el centro de la sala y dejó la caja en el suelo. Se acarició la barbilla, la volvió a coger del asa y se acercó cerca de la grada. La dejó allí con cuidado, y volvió a donde estaba Eri.
—Dime, Eri-san —dijo Hanabi con una media sonrisa—. Creo que ninguno de vuestra generación me ha visto pelear todavía, ¿verdad?
»¿Qué te parece si nos divertimos un poco, eh?