13/01/2019, 01:50
—Ah, sí, claro. Lo siento, qué desconsiderado por mi parte —se relamió Zetsuo, saboreando cada sílaba—. Deja que lo vuelva a intentar.
Kokuō alzó una ceja con escepticismo. Conocía a aquel orgulloso hombre, mucho más de lo que él la conocía a ella. Y quizás por eso ni siquiera le sorprendió la respuesta que le dio tras aclararse la garganta e inclinarse hacia ella:
—Vamos, cambia. Puto monstruo parásito —dijo, con una cruel sonrisa curvando sus labios.
Y Kokuō, lejos de demostrar aquella rabia que incendiaba sus entrañas, se acercó aún más a él. Todo lo que aquellos molestos barrotes le permitían. Al contrario que su hija, no le tenía ningún miedo a aquel despreciable humano, y hacía todo lo posible por demostrárselo metiendo el dedo dónde más le dolía: en su orgullo, en su sentimiento de superioridad sobre los demás.
—Los humanos, siempre tan valiente detrás de unos barrotes. Es curioso que me llame "parásito" cuando fueron ustedes los que me apresaron en este cuerpo y que la señorita se fortaleciera con mi chakra —comentó, en un peligroso siseo que terminó por curvar sus labios en una sonrisa igual de ladina—. Pues me parece que se va a quedar usted con las ganas, señor. Un despreciable humano como usted no me va a dar órdenes.
Y entonces le escupió a la cara.
Kokuō alzó una ceja con escepticismo. Conocía a aquel orgulloso hombre, mucho más de lo que él la conocía a ella. Y quizás por eso ni siquiera le sorprendió la respuesta que le dio tras aclararse la garganta e inclinarse hacia ella:
—Vamos, cambia. Puto monstruo parásito —dijo, con una cruel sonrisa curvando sus labios.
Y Kokuō, lejos de demostrar aquella rabia que incendiaba sus entrañas, se acercó aún más a él. Todo lo que aquellos molestos barrotes le permitían. Al contrario que su hija, no le tenía ningún miedo a aquel despreciable humano, y hacía todo lo posible por demostrárselo metiendo el dedo dónde más le dolía: en su orgullo, en su sentimiento de superioridad sobre los demás.
—Los humanos, siempre tan valiente detrás de unos barrotes. Es curioso que me llame "parásito" cuando fueron ustedes los que me apresaron en este cuerpo y que la señorita se fortaleciera con mi chakra —comentó, en un peligroso siseo que terminó por curvar sus labios en una sonrisa igual de ladina—. Pues me parece que se va a quedar usted con las ganas, señor. Un despreciable humano como usted no me va a dar órdenes.
Y entonces le escupió a la cara.
«¡¡KOKUO!!»