13/01/2019, 19:34
—¿¡Qué!? —gritó Daruu.
Pero antes de que Kokuō pudiera responder se marchó entre fuertes pisotones, dejándola perpleja y ojiplática.
—Nada bueno... me temo.
Lo descubrieron tres cuartos de hora más tarde, cuando Daruu regresó a los calabozos con media cara hinchada y el labio partido. Ayame ahogó una exclamación, horrorizada, pero Kokuō se llevó una mano a la frente.
—¡Y no voy a dejar de visitaros por mucho que digas! —masculló como pudo, con aquella mandíbula inflamada.
—Los humanos pueden llegar a ser tan testarudos... —susurró Kokuō, dejando resbalar la mano por la cara. Pero no tardó en arrepentirse, había dado con su nariz herida y un punzante dolor le hizo contraer el rostro en una profunda mueca de dolor—. ¿No había tenido bastante con su madre?
Con pasos lentos se acercó al cubo de agua y mojó una de las gasas en el agua congelada.
—Haga lo que quiera, a mí me da igual —terminó por acceder, al tiempo que se daba la vuelta y le arrojaba la gasa a través de los barrotes, directa al rostro.
Ella misma se había aplicado una sobre la nariz. Pese a su resistencia anterior, y al contrario de lo que había ocurrido con lo desagradables de las medicinas, había descubierto que el agua helada le calmaba aquel punzante dolor de la cara.
Pero antes de que Kokuō pudiera responder se marchó entre fuertes pisotones, dejándola perpleja y ojiplática.
«¡NO! ¿¡Qué demonios va a hacer!?»
—Nada bueno... me temo.
Lo descubrieron tres cuartos de hora más tarde, cuando Daruu regresó a los calabozos con media cara hinchada y el labio partido. Ayame ahogó una exclamación, horrorizada, pero Kokuō se llevó una mano a la frente.
—¡Y no voy a dejar de visitaros por mucho que digas! —masculló como pudo, con aquella mandíbula inflamada.
—Los humanos pueden llegar a ser tan testarudos... —susurró Kokuō, dejando resbalar la mano por la cara. Pero no tardó en arrepentirse, había dado con su nariz herida y un punzante dolor le hizo contraer el rostro en una profunda mueca de dolor—. ¿No había tenido bastante con su madre?
Con pasos lentos se acercó al cubo de agua y mojó una de las gasas en el agua congelada.
—Haga lo que quiera, a mí me da igual —terminó por acceder, al tiempo que se daba la vuelta y le arrojaba la gasa a través de los barrotes, directa al rostro.
Ella misma se había aplicado una sobre la nariz. Pese a su resistencia anterior, y al contrario de lo que había ocurrido con lo desagradables de las medicinas, había descubierto que el agua helada le calmaba aquel punzante dolor de la cara.