14/01/2019, 15:41
El Uzukage y Eri abandonaron su casa una vez terminaron de desayunar, y, para sorpresa de la muchacha; fuera de la casa había una caja de plástico que parecía haber sido dejada ahí por el Uzukage, pues la tomó en cuanto salió. Eri sonrió ligeramente, pensando que, a lo mejor, no hubiera admitido un "no" por respuesta.
Ambos caminaban por las calles de la villa, ganándose un par de miradas de asombro y giros de cabeza que hacían a la pelirroja sentirse ligeramente incómoda, hasta que por fin llegaron a su destino: el Estadio de Celebraciones. Allí, dos chuunin los recibieron.
—Hanabi-sama. Eri-senpai. —Eri hizo una ligera inclinación de cabeza.
—¿Está libre el estadio, como acordamos?
—Sí, Hanabi-sama. No hemos dejado pasar a nadie.
Hanabi asintió ante las palabras del guardia e indicó a Eri que lo siguiese. Ella asintió y ambos se adentraron al pasillo que daría con el estadio, hasta que ambos se encontraron alejados del bullicio que resonaba fuera de las paredes del estadio para poder entrenar sin ningún tipo de contratiempo. La pelirroja no dijo nada, simplemente esperó a que Hanabi terminase, pero parecía no saber donde dejar la caja.
Al final la dejó cerca de una grada.
—Dime, Eri-san. Creo que ninguno de vuestra generación me ha visto pelear todavía, ¿verdad —ella negó, la verdad es que no conocía ni en qué era experto su líder, ni si quiera lo había visto blandir un kunai—. ¿Qué te parece si nos divertimos un poco, eh?
—¿Quiere decir que... Combatamos ahora? —preguntó la pelirroja, anonadada—. Cielos Uzukage-sama, dudo estar a su altura... —alegó ella, rascándose la mejilla—. Pero no le diré que no.
Y sonrió, con cierto nerviosismo.
Ambos caminaban por las calles de la villa, ganándose un par de miradas de asombro y giros de cabeza que hacían a la pelirroja sentirse ligeramente incómoda, hasta que por fin llegaron a su destino: el Estadio de Celebraciones. Allí, dos chuunin los recibieron.
—Hanabi-sama. Eri-senpai. —Eri hizo una ligera inclinación de cabeza.
—¿Está libre el estadio, como acordamos?
—Sí, Hanabi-sama. No hemos dejado pasar a nadie.
Hanabi asintió ante las palabras del guardia e indicó a Eri que lo siguiese. Ella asintió y ambos se adentraron al pasillo que daría con el estadio, hasta que ambos se encontraron alejados del bullicio que resonaba fuera de las paredes del estadio para poder entrenar sin ningún tipo de contratiempo. La pelirroja no dijo nada, simplemente esperó a que Hanabi terminase, pero parecía no saber donde dejar la caja.
Al final la dejó cerca de una grada.
—Dime, Eri-san. Creo que ninguno de vuestra generación me ha visto pelear todavía, ¿verdad —ella negó, la verdad es que no conocía ni en qué era experto su líder, ni si quiera lo había visto blandir un kunai—. ¿Qué te parece si nos divertimos un poco, eh?
—¿Quiere decir que... Combatamos ahora? —preguntó la pelirroja, anonadada—. Cielos Uzukage-sama, dudo estar a su altura... —alegó ella, rascándose la mejilla—. Pero no le diré que no.
Y sonrió, con cierto nerviosismo.