14/01/2019, 22:46
Pero Yui y Hanabi sólo tuvieron que esperar unos pocos minutos para que el tercer Grande les acompañaran y completaran el triángulo de poder.
Moyashi Kenzou entró en el templo sin dios, tan sonriente e imponente como siempre. Aquella era una ocasión especial, sumamente importante y delicada, por lo que lucía sus mejores galas como Morikage: un kimono largo de color verde que anudaba a su cintura con ayuda de un obi. Por encima de este vestía el clásico haori blanco, acompañando al cubrecuellos y al ceremonial sombrero de Kage que por una vez llevaba sobre la cabeza. Lejos estaba de su habitual vestimenta distendida e informal, pero la situación así lo requería. Y, como sus otros dos iguales, no venía sólo. Le acompañaban dos figuras y, quizás para sorpresa de alguno, ninguna de ellas era Yubiwa: a su izquierda un misterioso desconocido que vestía una larga túnica verdosa y que cubría su cabeza con una amplia capucha y su rostro con un antifaz en forma de mariposa; a su derecha una mujer de deslumbrante belleza y apariencia sumamente delicada, de cabellera perfectamente cuidada, larga y roja como el carmín; y que parecía tener los ojos siempre cerrados. Vestía un tradicional furisode con motivos florales, pero no parecía que su intrincado diseño dificultara sus movimientos.
—Disculpen la demora, señoras, señores —saludó Kenzou, con aquella inmutable sonrisa suya y una respetuosa inclinación de cabeza hacia sus iguales, antes de tomar asiento en uno de los bancos de piedra que quedaban libres frente a la mesa—. Es un placer encontrarnos los tres Kage de nuevo, como en los viejos tiempos, aunque sea en estas... condiciones tan delicadas. Hanabi-dono, Yui-dono.
Y, ahora sí, se retiró el sombrero de Kage echándolo sobre su espalda y dejando que colgara del lazo que llevaba en torno a su cuello.
Moyashi Kenzou entró en el templo sin dios, tan sonriente e imponente como siempre. Aquella era una ocasión especial, sumamente importante y delicada, por lo que lucía sus mejores galas como Morikage: un kimono largo de color verde que anudaba a su cintura con ayuda de un obi. Por encima de este vestía el clásico haori blanco, acompañando al cubrecuellos y al ceremonial sombrero de Kage que por una vez llevaba sobre la cabeza. Lejos estaba de su habitual vestimenta distendida e informal, pero la situación así lo requería. Y, como sus otros dos iguales, no venía sólo. Le acompañaban dos figuras y, quizás para sorpresa de alguno, ninguna de ellas era Yubiwa: a su izquierda un misterioso desconocido que vestía una larga túnica verdosa y que cubría su cabeza con una amplia capucha y su rostro con un antifaz en forma de mariposa; a su derecha una mujer de deslumbrante belleza y apariencia sumamente delicada, de cabellera perfectamente cuidada, larga y roja como el carmín; y que parecía tener los ojos siempre cerrados. Vestía un tradicional furisode con motivos florales, pero no parecía que su intrincado diseño dificultara sus movimientos.
—Disculpen la demora, señoras, señores —saludó Kenzou, con aquella inmutable sonrisa suya y una respetuosa inclinación de cabeza hacia sus iguales, antes de tomar asiento en uno de los bancos de piedra que quedaban libres frente a la mesa—. Es un placer encontrarnos los tres Kage de nuevo, como en los viejos tiempos, aunque sea en estas... condiciones tan delicadas. Hanabi-dono, Yui-dono.
Y, ahora sí, se retiró el sombrero de Kage echándolo sobre su espalda y dejando que colgara del lazo que llevaba en torno a su cuello.
