16/01/2019, 21:31
El Uzukage se llevó las manos tras la cabeza y le mostró una amplia sonrisa.
—Bobadas, seguro que eres bastante competente —dijo—. Además, no me va a venir mal quitarme algo de tensión del cuerpo... hace tanto que no tengo una buena pelea...
De pronto, la voz de Hanabi pareció otra distinta, más grave. El joven líder del Remolino pareció crecer al menos un metro, aunque no había ganado altura. No, no era eso. Era la fuerza de su chakra. Por supuesto, Eri había sentido alguna vez la fuerza del chakra en otras personas, pero con Hanabi era muy distinto. Era como si hubiera estado guardando dentro de él la fuerza de...
...un bijuu.
Eri no recordaba haber sentido algo así desde que Ayame perdió el control y tuvieron que pararle los pies, allá fuera en las Planicies del Silencio. Sentía una terrible opresión en el pecho. Le era difícil respirar.
Hanabi se llevó la mano derecha al interior de su haori de kage y alcanzó algo a la espalda. Desplegó frente a sí un pergamino, y con la otra mano asió y sustrajo lo que parecía ser un bastón de madera. Arrojó el pergamino a un lado y sopló. Dos pequeños chorros de fuego fueron a parar a cada uno de los extremos del arma. Después de eso, Hanabi se puso en guardia, sujetando el bastón con la siniestra firmemente frente a él.
—¿Quieres probar suerte? —Guiñó un ojo.
—Bobadas, seguro que eres bastante competente —dijo—. Además, no me va a venir mal quitarme algo de tensión del cuerpo... hace tanto que no tengo una buena pelea...
De pronto, la voz de Hanabi pareció otra distinta, más grave. El joven líder del Remolino pareció crecer al menos un metro, aunque no había ganado altura. No, no era eso. Era la fuerza de su chakra. Por supuesto, Eri había sentido alguna vez la fuerza del chakra en otras personas, pero con Hanabi era muy distinto. Era como si hubiera estado guardando dentro de él la fuerza de...
...un bijuu.
Eri no recordaba haber sentido algo así desde que Ayame perdió el control y tuvieron que pararle los pies, allá fuera en las Planicies del Silencio. Sentía una terrible opresión en el pecho. Le era difícil respirar.
Hanabi se llevó la mano derecha al interior de su haori de kage y alcanzó algo a la espalda. Desplegó frente a sí un pergamino, y con la otra mano asió y sustrajo lo que parecía ser un bastón de madera. Arrojó el pergamino a un lado y sopló. Dos pequeños chorros de fuego fueron a parar a cada uno de los extremos del arma. Después de eso, Hanabi se puso en guardia, sujetando el bastón con la siniestra firmemente frente a él.
—¿Quieres probar suerte? —Guiñó un ojo.