17/01/2019, 02:45
Pocas veces algo lograba embelesar a Kaido de tal manera que tuviera que quedarse pasmado en la mitad de un lago. Tenía prisa, mucha prisa, pero esa vez; esa única vez... sintió que debía detenerse para así contemplar la majestuosidad tras lo que podría ser su último atardecer.
Porque sí, era absurdo pensar que no tenía sus serias dudas acerca de si debía o no enfrentar —que no matar—. a Uchiha Zaide. La victoria en cualquiera de sus formas se le venía antojando bastante escurridiza, incluso traicionera... y temía no tener la fortaleza suficiente para poder derrotar a ese hombre. De no poder volver a reclamar su puesto y demostrar a todos su fuerza para que le reconocieran.
Temía. Aunque no a la muerte misma.
Sino a no ser recordado como él querría. A pudrirse en las arenas del tiempo.
Había oído de aquel lugar. De la historia que se escondía tras sus plataformas, y el monumento. Una gran batalla que se suscitó entre dos poderosos rivales y que acabó, finalmente, con la fatídica muerte de un kage. Shiona. Una Uzumaki. Por esa razón, era normal que los uzujin más melodramáticos fueran a presentar sus respetos cada tanto. ¿Un amejin? probablemente no. ¿Un exiliado?
... un exiliado común habría común y corriente habría pegado la vuelta inmediatamente, al reconocer a su viejo rival. Al hombre con el que tenía cuentas pendientes, y muchas deudas que saldar.
Estaba ahí, postrado frente al homenaje, gesticulando palabras en soledad.
Kaido sonrió, con todas las ganas de darle un par de palmadas al destino por ponerlos a ambos en un mismo lugar. ¿El porqué? tened paciencia, pronto lo averiguaréis.
—Escúchame, Muñeca. Tengo unos asuntitos que resolver con ese hombre que ves allá. Es un viejo conocido. ¿Por qué no me esperas aquí? —le pidió—. y si las cosas se tuercen... ya sabes lo que tienes que hacer.
Una voz interrumpió de duelo de Datsue.
—Ha de haber sido una batalla jodidamente épica, ¿no? esa que acabó con la vida de tu kage.
Umikiba Kaido no había cambiado mucho desde aquel entonces. Lo único que saltaba a la vista, además de la inexistencia de una placa que le identificara como shinobi, era aquel tatuaje de tinta negra y matices rojos que representaban la figura de un Dragón, erguido e imponente.
Porque sí, era absurdo pensar que no tenía sus serias dudas acerca de si debía o no enfrentar —que no matar—. a Uchiha Zaide. La victoria en cualquiera de sus formas se le venía antojando bastante escurridiza, incluso traicionera... y temía no tener la fortaleza suficiente para poder derrotar a ese hombre. De no poder volver a reclamar su puesto y demostrar a todos su fuerza para que le reconocieran.
Temía. Aunque no a la muerte misma.
Sino a no ser recordado como él querría. A pudrirse en las arenas del tiempo.
Había oído de aquel lugar. De la historia que se escondía tras sus plataformas, y el monumento. Una gran batalla que se suscitó entre dos poderosos rivales y que acabó, finalmente, con la fatídica muerte de un kage. Shiona. Una Uzumaki. Por esa razón, era normal que los uzujin más melodramáticos fueran a presentar sus respetos cada tanto. ¿Un amejin? probablemente no. ¿Un exiliado?
... un exiliado común habría común y corriente habría pegado la vuelta inmediatamente, al reconocer a su viejo rival. Al hombre con el que tenía cuentas pendientes, y muchas deudas que saldar.
Estaba ahí, postrado frente al homenaje, gesticulando palabras en soledad.
Era Uchiha Datsue.
Kaido sonrió, con todas las ganas de darle un par de palmadas al destino por ponerlos a ambos en un mismo lugar. ¿El porqué? tened paciencia, pronto lo averiguaréis.
—Escúchame, Muñeca. Tengo unos asuntitos que resolver con ese hombre que ves allá. Es un viejo conocido. ¿Por qué no me esperas aquí? —le pidió—. y si las cosas se tuercen... ya sabes lo que tienes que hacer.
. . .
Una voz interrumpió de duelo de Datsue.
—Ha de haber sido una batalla jodidamente épica, ¿no? esa que acabó con la vida de tu kage.
Umikiba Kaido no había cambiado mucho desde aquel entonces. Lo único que saltaba a la vista, además de la inexistencia de una placa que le identificara como shinobi, era aquel tatuaje de tinta negra y matices rojos que representaban la figura de un Dragón, erguido e imponente.