17/01/2019, 21:23
«¡¿Qué has hecho?! ¡Lo has matado!»
Gritaba una horrorizada Ayame. Ante la violenta reacción del Bijū, Daruu había caído al suelo casi inconsciente. Pero Kokuō no reaccionó ni cuando escuchó unos apresurados y pesados pasos acercándose como una turba. El escándalo no había pasado desapercibido a los guardias.
—¡¿Qué cojones ha pasado aquí?!
—¡Es Amedama! ¡Rápido, tenemos que sacarlo de aquí!
—¡Jodido monstruo! ¡Ya le dijimos que no era sensato venir tantas veces a ver a ese engendro!
¡BAM!
La patada que el guardia le asestó a las rejas reverberó por todo el calabozo, pero Kokuō no se movió. Seguía de espaldas a ellos, con la cabeza gacha y los hombros hundidos. En aquellos instantes, no quedaba nada del talante orgulloso de la Bestia que le caracterizaba. En aquellos instantes, no era más que una Bestia apalizada que estaba cansada de aquella situación. Nada le importaba.
No fue hasta que los guardias se marcharon con el muchacho cuando se tiró sobre su futón, cerró los ojos y se dejó llevar. Se dejó acunar por las sombras de su celda. Y durmió toda la noche y parte del día siguiente. Siguió con los ojos cerrados aún cuando ya no tenía más sueño. Simplemente, no quería moverse más.
Y durante el siguiente día, Daruu no apareció por los calabozos.
«Espero que está bien...»