19/01/2019, 13:28
La sorpresa cayó sobre todos, o casi todos, los presentes como un jarro de agua fría. Shanise se atragantó con su propia saliva, Hanabi lanzó un largo y pesado suspiro, pero Yui ni dudó ni un ápice al dictaminar su sentencia:
—Por supuesto, Kenzou. La traición es intolerable. Lo añadiremos también a nuestro Libro Bingo... —Yui se aclaró la garganta—. Pero, ¿Yubiwa-kun? ¿Un traidor? Me cuesta creerlo.
—Créame, Yui-dono, para nosotros fue una auténtica sorpresa... —respondió Kenzou, con una inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.
—De cualquier forma, creo que eso podemos discutirlo en otra ocasión, ¿no, Yui-sama? —añadió Shanise, junto a su mandataria.
—Sí... sí. No me andaré con rodeos. Todos sabéis ya cual fue el destino de mi jinchuuriki y gracias a Kenzou también sabemos ahora que hay un puto monstruo por ahí que se hace llamar Señor de unos Ocho Generales hijos de perra que andan revirtiendo sellados de jinchuuriki. Os confirmo que conseguimos recuperar a Ayame con éxito. Aunque, en efecto, el sello está... revertido. Y no hemos... encontrado – la manera de volverlo a revertir.
El silencio se deslizó por el escenario como una densa manta de sirope de caramelo. Nadie habló durante los siguientes segundos, hasta que Shanise formuló las palabras que habían quedado atascadas en los orgullosos y fruncidos labios de su Arashikage.
—Hanabi-dono. ¿El Consejo de Sabios Uzumaki podría ayudar con la reversión del sello de Ayame?
Toda la atención cayó sobre el Uzukage, y el propio Kenzou se volvió hacia él, a la vez interesado y curioso en la reacción que tendría el joven líder.
—Me alegra oír que lograsteis recuperar a Ayame sana y a salvo —dijo, y parecía sincero en sus palabras—. El Consejo de Sabios Uzumaki ha estado trabajando desde el momento en que supimos que Kurama podía revertir los sellados de nuestros Jinchuurikis, y lo cierto es que en los últimos días han llegado a resultados bastante optimistas.
«¿Oohh? Esto se pone interesante...» Pensó Kenzou.
—Yubiwa-dono, Kenzou-dono, creo que estaréis conmigo en que esta es la mayor amenaza a la que nuestras Villas se ha enfrentado en doscientos años —continuó Hanabi, y Kenzou no pudo menos que asentir—. Sería un gran error por nuestra parte subestimar a Kurama y su ejército. Honestamente, ahora mismo, van por delante nuestra. Nos conocen, y, de algún modo, parecen poder identificar a nuestros Jinchuurikis. Nosotros, en cambio, apenas sabemos nada de ellos. El año pasado dieron dos grandes golpes: revertir el sellado de Ayame; y… matar a uno de mis Jinchuuriki.
Aquello sí que fue como un puñetazo directo a la mandíbula.
—Pero en el pasado ya se eliminó una amenaza igual. Luchando… juntos —culminó, con sus ojos de fuego atravesándolos de parte a parte. Sobre todo a Amekoro Yui.
—Un momento, señores, ¿el joven Uchiha Datsue ha muerto? —preguntó Kenzou, y su eterna sonrisa se había visto súbitamente ensombrecida ante la noticia. ¿El prodigioso Datsue? ¿El de la lengua de plata? ¿El que había protagonizado tantas desventuras entre las tres aldeas? ¿El mismo que era capaz de invocar a un gigante de chakra que podía aplastar a cualquier enemigo? ¿El mismo que había absorbido una bijuudama de una de aquellas Bestias usando uno de sus ojos? ¿El mismo que había llegado tan lejos como para convencer a su propio jinchuuriki para llevárselo a su terreno en su peculiar guerra contra Amegakure?—. ¿O quizás se trata de su Hermano del Desierto? ¿No se suponía que esos Generales se limitaban a revertir los sellados de los jinchuuriki? Vaya, esto sí que no lo esperaba...
—Por supuesto, Kenzou. La traición es intolerable. Lo añadiremos también a nuestro Libro Bingo... —Yui se aclaró la garganta—. Pero, ¿Yubiwa-kun? ¿Un traidor? Me cuesta creerlo.
—Créame, Yui-dono, para nosotros fue una auténtica sorpresa... —respondió Kenzou, con una inclinación de cabeza a modo de agradecimiento.
—De cualquier forma, creo que eso podemos discutirlo en otra ocasión, ¿no, Yui-sama? —añadió Shanise, junto a su mandataria.
—Sí... sí. No me andaré con rodeos. Todos sabéis ya cual fue el destino de mi jinchuuriki y gracias a Kenzou también sabemos ahora que hay un puto monstruo por ahí que se hace llamar Señor de unos Ocho Generales hijos de perra que andan revirtiendo sellados de jinchuuriki. Os confirmo que conseguimos recuperar a Ayame con éxito. Aunque, en efecto, el sello está... revertido. Y no hemos... encontrado – la manera de volverlo a revertir.
El silencio se deslizó por el escenario como una densa manta de sirope de caramelo. Nadie habló durante los siguientes segundos, hasta que Shanise formuló las palabras que habían quedado atascadas en los orgullosos y fruncidos labios de su Arashikage.
—Hanabi-dono. ¿El Consejo de Sabios Uzumaki podría ayudar con la reversión del sello de Ayame?
Toda la atención cayó sobre el Uzukage, y el propio Kenzou se volvió hacia él, a la vez interesado y curioso en la reacción que tendría el joven líder.
—Me alegra oír que lograsteis recuperar a Ayame sana y a salvo —dijo, y parecía sincero en sus palabras—. El Consejo de Sabios Uzumaki ha estado trabajando desde el momento en que supimos que Kurama podía revertir los sellados de nuestros Jinchuurikis, y lo cierto es que en los últimos días han llegado a resultados bastante optimistas.
«¿Oohh? Esto se pone interesante...» Pensó Kenzou.
—Yubiwa-dono, Kenzou-dono, creo que estaréis conmigo en que esta es la mayor amenaza a la que nuestras Villas se ha enfrentado en doscientos años —continuó Hanabi, y Kenzou no pudo menos que asentir—. Sería un gran error por nuestra parte subestimar a Kurama y su ejército. Honestamente, ahora mismo, van por delante nuestra. Nos conocen, y, de algún modo, parecen poder identificar a nuestros Jinchuurikis. Nosotros, en cambio, apenas sabemos nada de ellos. El año pasado dieron dos grandes golpes: revertir el sellado de Ayame; y… matar a uno de mis Jinchuuriki.
Aquello sí que fue como un puñetazo directo a la mandíbula.
—Pero en el pasado ya se eliminó una amenaza igual. Luchando… juntos —culminó, con sus ojos de fuego atravesándolos de parte a parte. Sobre todo a Amekoro Yui.
—Un momento, señores, ¿el joven Uchiha Datsue ha muerto? —preguntó Kenzou, y su eterna sonrisa se había visto súbitamente ensombrecida ante la noticia. ¿El prodigioso Datsue? ¿El de la lengua de plata? ¿El que había protagonizado tantas desventuras entre las tres aldeas? ¿El mismo que era capaz de invocar a un gigante de chakra que podía aplastar a cualquier enemigo? ¿El mismo que había absorbido una bijuudama de una de aquellas Bestias usando uno de sus ojos? ¿El mismo que había llegado tan lejos como para convencer a su propio jinchuuriki para llevárselo a su terreno en su peculiar guerra contra Amegakure?—. ¿O quizás se trata de su Hermano del Desierto? ¿No se suponía que esos Generales se limitaban a revertir los sellados de los jinchuuriki? Vaya, esto sí que no lo esperaba...