24/01/2019, 20:35
(Última modificación: 24/01/2019, 20:36 por Moyashi Kenzou. Editado 1 vez en total.)
Aquella era una de aquellas escasas ocasiones en las que Hanabi se mostró abiertamente de acuerdo con Shanise: Zoku había sido un verdadero peligro, y no sólo para su aldea. Y la sóla idea de que pudiera alzarse alguien con sus mismos ideales podría llevarles fácilmente a acompañar a las Antiguas Cinco Grandes a la extinción. Aunque realmente no había nadie sobre la superficie de Oonindo que no pudiera mostrarse de acuerdo con esa afirmación sin haber perdido la cordura.
Como si nada hubiera ocurrido en los últimos meses; o, más bien, como tres cuencos reparados con Kintsugi, los lazos entre las tres aldeas comenzaban a entrelazarse y reafirmarse. Era una gran noticia, algo digno de celebración, y todos en aquel templo eran conscientes de ello. Una demostración de ello era la muestra de confianza de Shanise, quitándose la máscara que la protegía en todo momento; las tazas de té que Kenzou volvía a ofrecer a todos los allí presentes, la sonrisa de Hanabi...
Y aquella súbita presión, electrizante, tan asfixiante que les cortó la respiración a todos. Las tazas de porcelana estallaron de repente en miles de pedacitos que se esparcieron por la mesa con un aterrorizado tintineo. Kenzou no necesitó volverse para saber de dónde venía aquella congoja. Sarutobi Hanabi, aquel novato e imberbe Uzukage, aquel escuchimizado y ojeroso jovenzuelo era la fuente de aquel poder. Y sólo había sentido en una ocasión algo similar a aquello, sólo podía comparar aquella fuerza con una sola cosa: el chakra de un Bijū. Sarutobi Hanabi, el sexto Uzukage de su aldea, era el Jinchūriki del Remolino.
Junto al Morikage, y aunque tan aterrorizados como conejillos, tanto Hana como el shinobi encapuchado se tensaron en una clara predisposición a proteger a su líder.
Pero aquella aplastante sensación desapareció tan rápido como había aparecido.
—¡Oh, disculpadme! —exclamó Hanabi, que parecía sorprendido por lo que acababa de desatar—. ¡Me vine demasiado arriba por la emoción!
Moyashi Kenzou dejó escapar el aire que había estado reteniendo en los pulmones.
—Por los huevos de Amenokami, Hanabi, qué coño... eso ha sido... interesante —Shanise fue la primera en hablar—. Por el amor de... ¡Hanabi-dono! ¡Contrólese! ¡Lo siento! ¡Qué coño lo siento! ¿¡Qué cojones ha sido...!?
—¡Pero, muchacho! —exclamó Kenzou, con una risotada que contrastaba con el sudor frío que perlaba su frente—. ¿Quién iba a decir que en un cuerpo tan flacucho como el tuyo se escondía un poder así? ¡Tú y yo tenemos que medirnos algún día de igual a igual! ¡Sí señor!
Shanise se aclaró la garganta, deseosa de volver al raíl principal.
—Como sea, aún tenemos cosas de qué hablar. Creo que deberíamos reforzar la seguridad, como mínimo de nuestros países y fronteras. Un poco más de control en localizaciones estratégicas no vendría nada mal. Y todavía nos queda el tema de mi Fuuinjutsu de control de accesos y de sus medidas contra el descuido de información. Y ya que andamos hablando de colaborar, podríamos valorar crear un grupo de ninjas que sirvan al Pacto, y no a las Villas. Ya sabéis. Aunque no sean neutrales del todo. ¿Una especie de guardias encargados de proteger el Pacto y de investigar a esos condenados Generales?
—¿Un grupo de ninjas ajenos a las aldeas? ¿De dónde vamos a sacar algo así? —preguntó Kenzou, y entonces se inclinó hacia delante en su asiento, plantando la palma de su mano sobre la mesa—. ¿O estás sugiriendo que esos ninjas sean nuestros propios ninjas? ¿Eres consciente de los riesgos que acarrearía algo así, Shanise-san? ¿De los secretos que se podrían filtrar?
Como si nada hubiera ocurrido en los últimos meses; o, más bien, como tres cuencos reparados con Kintsugi, los lazos entre las tres aldeas comenzaban a entrelazarse y reafirmarse. Era una gran noticia, algo digno de celebración, y todos en aquel templo eran conscientes de ello. Una demostración de ello era la muestra de confianza de Shanise, quitándose la máscara que la protegía en todo momento; las tazas de té que Kenzou volvía a ofrecer a todos los allí presentes, la sonrisa de Hanabi...
Y aquella súbita presión, electrizante, tan asfixiante que les cortó la respiración a todos. Las tazas de porcelana estallaron de repente en miles de pedacitos que se esparcieron por la mesa con un aterrorizado tintineo. Kenzou no necesitó volverse para saber de dónde venía aquella congoja. Sarutobi Hanabi, aquel novato e imberbe Uzukage, aquel escuchimizado y ojeroso jovenzuelo era la fuente de aquel poder. Y sólo había sentido en una ocasión algo similar a aquello, sólo podía comparar aquella fuerza con una sola cosa: el chakra de un Bijū. Sarutobi Hanabi, el sexto Uzukage de su aldea, era el Jinchūriki del Remolino.
Junto al Morikage, y aunque tan aterrorizados como conejillos, tanto Hana como el shinobi encapuchado se tensaron en una clara predisposición a proteger a su líder.
Pero aquella aplastante sensación desapareció tan rápido como había aparecido.
—¡Oh, disculpadme! —exclamó Hanabi, que parecía sorprendido por lo que acababa de desatar—. ¡Me vine demasiado arriba por la emoción!
Moyashi Kenzou dejó escapar el aire que había estado reteniendo en los pulmones.
—Por los huevos de Amenokami, Hanabi, qué coño... eso ha sido... interesante —Shanise fue la primera en hablar—. Por el amor de... ¡Hanabi-dono! ¡Contrólese! ¡Lo siento! ¡Qué coño lo siento! ¿¡Qué cojones ha sido...!?
—¡Pero, muchacho! —exclamó Kenzou, con una risotada que contrastaba con el sudor frío que perlaba su frente—. ¿Quién iba a decir que en un cuerpo tan flacucho como el tuyo se escondía un poder así? ¡Tú y yo tenemos que medirnos algún día de igual a igual! ¡Sí señor!
Shanise se aclaró la garganta, deseosa de volver al raíl principal.
—Como sea, aún tenemos cosas de qué hablar. Creo que deberíamos reforzar la seguridad, como mínimo de nuestros países y fronteras. Un poco más de control en localizaciones estratégicas no vendría nada mal. Y todavía nos queda el tema de mi Fuuinjutsu de control de accesos y de sus medidas contra el descuido de información. Y ya que andamos hablando de colaborar, podríamos valorar crear un grupo de ninjas que sirvan al Pacto, y no a las Villas. Ya sabéis. Aunque no sean neutrales del todo. ¿Una especie de guardias encargados de proteger el Pacto y de investigar a esos condenados Generales?
—¿Un grupo de ninjas ajenos a las aldeas? ¿De dónde vamos a sacar algo así? —preguntó Kenzou, y entonces se inclinó hacia delante en su asiento, plantando la palma de su mano sobre la mesa—. ¿O estás sugiriendo que esos ninjas sean nuestros propios ninjas? ¿Eres consciente de los riesgos que acarrearía algo así, Shanise-san? ¿De los secretos que se podrían filtrar?