27/01/2019, 00:18
(Última modificación: 27/01/2019, 00:18 por Moyashi Kenzou.)
El Kenzou, sin embargo, no podría haber previsto un escenario así bajo ninguna circunstancia. Había jugado su carta confiando en la eterna rivalidad entre Uzushiogakure y Amegakure, había jugado su carta confiando en el carácter explosivo de Amekoro Yui...
Pero se le había olvidado que aquella mujer, si había algo todavía más imperdonable para ella que las afrentas, era, precisamente, la traición.
—Tienes unos huevos de acero, pero yo tengo más. Y eso que no tengo. —exclamó la Arashikage, que se había abalanzado sobre el Uzukage y ahora agitaba con vehemencia su mano, sellando el acuerdo—. ¿Una Alianza? Parece que te pareces más a Shiona de lo que creía. ¡Ja! Qué estúpida, pero qué buena líder que fue. Siempre creyendo que podríamos tener paz y estabilidad para siempre. Pero la estupidez es contagiosa, por desgracia. Creeré una vez más en su ideal.
»Vamos, Hanabi. Hagamos un vínculo de sangre. Pero no sólo nuestros ninjas. Hagamos un vínculo de sangre LOS TRES. Y cualquiera que quiera subir al poder después de nosotros tendrá que pasar también por el trámite.
—P... pero Yui-sama, la fórmula... —balbuceó Shanise, pero Yui la despachó enseguida:
—Dile a tus Uzumaki si pueden fabricar una clave de sellado que pueda dividirse en tres, Hanabi. Coño, Shanise, piensa un poco, parece mentira que la experta seas tú. ¿Y bien? ¿Se puede hacer? ¿Tienes los huevos de demostrar de una vez que los uzujin tenéis tan buena intención como decís, Hanabi? Si es tan necesario que se rompa el vínculo, moriré por mi puta aldea. Ese es el trabajo de un kage. Joder.
Y Hanabi se volvió hacia su ANBU enmascarado con gesto interrogatorio:
—Una clave de sellado a tres…
—Ehm… Sí… Se puede hacer —respondió una voz femenina tras la máscara—. De hecho, creo que es una idea fantástica. L-lo siento.
—Tranquila, yo pienso igual, Kuza-san. Qué coño fantástica, me parece una idea cojonuda. De hecho, me molesta que no se me hubiese ocurrido a mí antes. Que así sea, Yui-dono. Que así sea.
Y la pelota volvió hacia el anciano Kenzou, que aún se estaba pellizcando el puente de la nariz sin creer lo que estaba escuchando. Entreabrió los ojos lo suficiente como para clavar sus iris grisáceos en los dos Kage restantes, y la sonrisa de sus labios se afiló aún más. No le gustaba. No le gustaba nada todo aquello. Pero Kusagakure necesitaba esa Alianza. Los Generales y Kurama eran la amenaza de una guadaña que se cernía sobre sus cuellos. No había manera que se pudiera echar atrás sin lamentar después las consecuencias. Debía hacerlo. Por Kusagakure, su aldea. Por sus gentes. Por su jinchuuriki.
—Estáis locos de atar. Los dos —habló, poniéndose en pie de forma brusca y repentina. Recortó en un par de zancadas la distancia que le separaban de Amekoro Yui y Sarutobi Hanabi y estampó con fuerza su propia mano contra la de ellos. Quizás con demasiada fuerza—. ¡Muy bien, hagámoslo entonces!
Pero se le había olvidado que aquella mujer, si había algo todavía más imperdonable para ella que las afrentas, era, precisamente, la traición.
—Tienes unos huevos de acero, pero yo tengo más. Y eso que no tengo. —exclamó la Arashikage, que se había abalanzado sobre el Uzukage y ahora agitaba con vehemencia su mano, sellando el acuerdo—. ¿Una Alianza? Parece que te pareces más a Shiona de lo que creía. ¡Ja! Qué estúpida, pero qué buena líder que fue. Siempre creyendo que podríamos tener paz y estabilidad para siempre. Pero la estupidez es contagiosa, por desgracia. Creeré una vez más en su ideal.
»Vamos, Hanabi. Hagamos un vínculo de sangre. Pero no sólo nuestros ninjas. Hagamos un vínculo de sangre LOS TRES. Y cualquiera que quiera subir al poder después de nosotros tendrá que pasar también por el trámite.
—P... pero Yui-sama, la fórmula... —balbuceó Shanise, pero Yui la despachó enseguida:
—Dile a tus Uzumaki si pueden fabricar una clave de sellado que pueda dividirse en tres, Hanabi. Coño, Shanise, piensa un poco, parece mentira que la experta seas tú. ¿Y bien? ¿Se puede hacer? ¿Tienes los huevos de demostrar de una vez que los uzujin tenéis tan buena intención como decís, Hanabi? Si es tan necesario que se rompa el vínculo, moriré por mi puta aldea. Ese es el trabajo de un kage. Joder.
Y Hanabi se volvió hacia su ANBU enmascarado con gesto interrogatorio:
—Una clave de sellado a tres…
—Ehm… Sí… Se puede hacer —respondió una voz femenina tras la máscara—. De hecho, creo que es una idea fantástica. L-lo siento.
—Tranquila, yo pienso igual, Kuza-san. Qué coño fantástica, me parece una idea cojonuda. De hecho, me molesta que no se me hubiese ocurrido a mí antes. Que así sea, Yui-dono. Que así sea.
Y la pelota volvió hacia el anciano Kenzou, que aún se estaba pellizcando el puente de la nariz sin creer lo que estaba escuchando. Entreabrió los ojos lo suficiente como para clavar sus iris grisáceos en los dos Kage restantes, y la sonrisa de sus labios se afiló aún más. No le gustaba. No le gustaba nada todo aquello. Pero Kusagakure necesitaba esa Alianza. Los Generales y Kurama eran la amenaza de una guadaña que se cernía sobre sus cuellos. No había manera que se pudiera echar atrás sin lamentar después las consecuencias. Debía hacerlo. Por Kusagakure, su aldea. Por sus gentes. Por su jinchuuriki.
—Estáis locos de atar. Los dos —habló, poniéndose en pie de forma brusca y repentina. Recortó en un par de zancadas la distancia que le separaban de Amekoro Yui y Sarutobi Hanabi y estampó con fuerza su propia mano contra la de ellos. Quizás con demasiada fuerza—. ¡Muy bien, hagámoslo entonces!