27/01/2019, 22:16
¡Y aún por encima provocaba la caída de Yui! ¡Qué mala pata la suya!
Cuando ella se levantó, masticando su nombre, se produjo uno de esos silencios que un hombre o una mujer presenciaba, como mucho, una vez en la vida. Katsudon tragó saliva. La ANBU no sabía ya donde meterse. A Hanabi las tres pastillas para la ansiedad que se acababa de tomar le parecían pocas. Pues, ese silencio, era el silencio que se escucha cuando la guillotina cae sobre tu cuello. O cuando la bomba A que tienes en la mano se ilumina antes de…
La guillotina se quedó atascada a medio camino. La bomba tenía la pólvora mojada. Nadie supo exactamente qué había sucedido. Tan solo que acababan de presenciar un verdadero milagro.
Yui se le acercó sonriente y le dio un señor pellizco en el brazo, que le hizo esbozar una de esas sonrisas muy forzadas, en la que juntabas los labios para que no se viese los dientes apretándose los unos contra otros para contener un aullido. Si Kenzou era lo que se llamaba un tipo fuerte, Yui no se quedaba atrás.
—Estaré encantado, Yui-dono. Estaré encantado… —A Hanabi parte de la alegría ya se le había esfumado. Kenzou tenía razón: iba a tener que sacar la billetera para arreglar aquel desaguisado. Quizá no sería mala idea ofrecer también a los samuráis una caja de la nueva cosecha de vino tinto, por las molestias causadas. Sí, sería lo mejor—. ¡Oh, Shanise-dono! Todavía nos quedaba hablar de ese fuuinjutsu vuestro.
Casi se le había olvidado entre tantas distracciones. Casi.
Cuando ella se levantó, masticando su nombre, se produjo uno de esos silencios que un hombre o una mujer presenciaba, como mucho, una vez en la vida. Katsudon tragó saliva. La ANBU no sabía ya donde meterse. A Hanabi las tres pastillas para la ansiedad que se acababa de tomar le parecían pocas. Pues, ese silencio, era el silencio que se escucha cuando la guillotina cae sobre tu cuello. O cuando la bomba A que tienes en la mano se ilumina antes de…
¡JAAAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
¡POR AMENOKAMI, QUÉ HOSTIÓN!
¡POR AMENOKAMI, QUÉ HOSTIÓN!
La guillotina se quedó atascada a medio camino. La bomba tenía la pólvora mojada. Nadie supo exactamente qué había sucedido. Tan solo que acababan de presenciar un verdadero milagro.
Yui se le acercó sonriente y le dio un señor pellizco en el brazo, que le hizo esbozar una de esas sonrisas muy forzadas, en la que juntabas los labios para que no se viese los dientes apretándose los unos contra otros para contener un aullido. Si Kenzou era lo que se llamaba un tipo fuerte, Yui no se quedaba atrás.
—Estaré encantado, Yui-dono. Estaré encantado… —A Hanabi parte de la alegría ya se le había esfumado. Kenzou tenía razón: iba a tener que sacar la billetera para arreglar aquel desaguisado. Quizá no sería mala idea ofrecer también a los samuráis una caja de la nueva cosecha de vino tinto, por las molestias causadas. Sí, sería lo mejor—. ¡Oh, Shanise-dono! Todavía nos quedaba hablar de ese fuuinjutsu vuestro.
Casi se le había olvidado entre tantas distracciones. Casi.