28/01/2019, 20:36
(Última modificación: 28/01/2019, 20:37 por Inuzuka Nabi.)
—Vamos. No deben quedar muchos, estarán dentro con el arma.
Eri no pareció pensarselo dos veces y Stuffy aún menos, ambos echaron a correr por el pasillo que llevaba a las profundidades de la mina. Yo iba detrás suyo a una distancia que no era capaz de recortar porque los dos cabrones corrían como galgos. Tras unos segundos de carrera se cruzaron con un hombre que patrullaba con una antorcha en la mano.
— ¿Qué cojones? —
Masculló mientras se llevaba la mano a un arma envainada que no llegó a sacar. Stuffy se lanzó a morderle el brazo con el que intentaba sacar el arma y aprovechando la distracción de un perro gigantesco intentando arrancarle el brazo, Eri le rebanó el cuello. No se detuvieron por esa minucia, pero me dieron el tiempo suficiente para recortar las distancias.
Conforme bajábamos por el pasillo empezaron a escucharse risas y conversaciones a volúmenes más bien altos. Cuando alcanzamos el final del pasillo, ni se detuvieron, se metieron Stuffy y Eri de lleno en la sala que se abría ante ellos.
La sala era enorme, tanto, que para verla entera tendrían que pararse un segundo a fijarse bien. El techo subía varias decenas de metros y las paredes se alejaban las unas de las otras otros tantos. En el centro, o más o menos en la parte central, había una larga mesa de madera que crujía a más no poder y parecía estar a punto de romperse por tres sitios diferentes.
Toda la estancia estaba bien iluminada por diferentes fuegos que crepitaban con intensidad peligrosamente cerca de la mesa. Nada de eso interesaba a las docenas de hombres que se reunían en susodicha mesa, bebiendo, comiendo y jactándose, sobre todo jactándose.
— JAJAJAJA, bua, tengo unas ganas de cepillarme a las putas esas que raptamos ayer.
— ¿Qué pollas dices? Hoy me toca a mi, imbécil.
— A ti te tocan las hermanas rubias esas, capullo.
— A esas las matamos ayer cuando intentaban escapar, si es que no sé qué le pasa al jefe que siempre las deja escapar.
— ¿Es que quieres morir? Que te va a escuchar, desgraciado.
Esa fue la única conversación que llegó a nuestros oidos, de los dos que más cerca estaban a la puerta, y aun así, estarían a diez metros largos. Stuffy enseñó los dientes y gruñó al mismo tiempo que algunos de los bandidos empezaron a señalarnos y a murmurar entre ellos.
— Woof!
Fue un único ladrido, fuerte y grave. Resonó por toda la sala y volvió en forma de eco, haciendo el silencio. La mayoría de los presentes se giraron a su líder, que se encontraba al final de la mesa. Llevaba una armadura impoluta y pesada, apoyada contra su silla, que parecía más un trono de piedra que una silla, había un hacha gigantesca. Él no dijo nada, mirando hacia nosotros. Stuffy y yo miramos a Eri, a la espera.
Eri no pareció pensarselo dos veces y Stuffy aún menos, ambos echaron a correr por el pasillo que llevaba a las profundidades de la mina. Yo iba detrás suyo a una distancia que no era capaz de recortar porque los dos cabrones corrían como galgos. Tras unos segundos de carrera se cruzaron con un hombre que patrullaba con una antorcha en la mano.
— ¿Qué cojones? —
Masculló mientras se llevaba la mano a un arma envainada que no llegó a sacar. Stuffy se lanzó a morderle el brazo con el que intentaba sacar el arma y aprovechando la distracción de un perro gigantesco intentando arrancarle el brazo, Eri le rebanó el cuello. No se detuvieron por esa minucia, pero me dieron el tiempo suficiente para recortar las distancias.
Conforme bajábamos por el pasillo empezaron a escucharse risas y conversaciones a volúmenes más bien altos. Cuando alcanzamos el final del pasillo, ni se detuvieron, se metieron Stuffy y Eri de lleno en la sala que se abría ante ellos.
La sala era enorme, tanto, que para verla entera tendrían que pararse un segundo a fijarse bien. El techo subía varias decenas de metros y las paredes se alejaban las unas de las otras otros tantos. En el centro, o más o menos en la parte central, había una larga mesa de madera que crujía a más no poder y parecía estar a punto de romperse por tres sitios diferentes.
Toda la estancia estaba bien iluminada por diferentes fuegos que crepitaban con intensidad peligrosamente cerca de la mesa. Nada de eso interesaba a las docenas de hombres que se reunían en susodicha mesa, bebiendo, comiendo y jactándose, sobre todo jactándose.
— JAJAJAJA, bua, tengo unas ganas de cepillarme a las putas esas que raptamos ayer.
— ¿Qué pollas dices? Hoy me toca a mi, imbécil.
— A ti te tocan las hermanas rubias esas, capullo.
— A esas las matamos ayer cuando intentaban escapar, si es que no sé qué le pasa al jefe que siempre las deja escapar.
— ¿Es que quieres morir? Que te va a escuchar, desgraciado.
Esa fue la única conversación que llegó a nuestros oidos, de los dos que más cerca estaban a la puerta, y aun así, estarían a diez metros largos. Stuffy enseñó los dientes y gruñó al mismo tiempo que algunos de los bandidos empezaron a señalarnos y a murmurar entre ellos.
— Woof!
Fue un único ladrido, fuerte y grave. Resonó por toda la sala y volvió en forma de eco, haciendo el silencio. La mayoría de los presentes se giraron a su líder, que se encontraba al final de la mesa. Llevaba una armadura impoluta y pesada, apoyada contra su silla, que parecía más un trono de piedra que una silla, había un hacha gigantesca. Él no dijo nada, mirando hacia nosotros. Stuffy y yo miramos a Eri, a la espera.
—Nabi—
![[Imagen: 23uv4XH.gif]](https://i.imgur.com/23uv4XH.gif)