3/02/2019, 16:28
El termino no le resultaba familiar, aunque ya lo esperaba. Hacía pocos meses que él había encontrado tan ominosa denominación y la había investigado hasta quedar satisfecho.
—¿Q-qué es un… un poeta maldito, Hanamura-san? Suena… a desgracia.
—La mejor forma de explicarlo es con un ejemplo —aseguro, mientras tomaba un tomo delgado y envejecido.
Los volumenes se acumulaban en su brazo derecho, tanto que cuando fue a sentarse a la mesa ya el mismo estaba temblando por el entumecimiento. Espero a que Ranko se sentase frente a él, mientras pasaba las páginas del humilde último libro que había tomado.
—Observa, el trabajo de un poeta maldito —pidió mientras entregaba aquel viejo libro abierto en una página seleccionada cuidadosamente.
A la derecha estaba el poema en prosa, en letras negrísimas y delgadas, casi esqueléticas:
Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio.
En la página contigua, haciéndole oscura compañía estaba una ilustración, cuya totalidad era negra como las palabras que le representaban: se trataba de una alta y amplia ventana, abierta hacia al cielo nocturno de un puerto. La luna brillaba a la manera de una isla desfalleciente, mientras las estrellas habían sido consumidas por una oscuridad tormentosa. Junto a la ventana yacía la silueta de un hombre elegantemente vestido, esperando eternamente. Al otro lado yacía un reloj de pared que marca la hora de la noche más oscura. Y justo sobre el alfeizar estaba un medallón abierto, esperando que alguien se atreviese a contemplar la realidad del tiempo perdido en su interior.
—¿Q-qué es un… un poeta maldito, Hanamura-san? Suena… a desgracia.
—La mejor forma de explicarlo es con un ejemplo —aseguro, mientras tomaba un tomo delgado y envejecido.
Los volumenes se acumulaban en su brazo derecho, tanto que cuando fue a sentarse a la mesa ya el mismo estaba temblando por el entumecimiento. Espero a que Ranko se sentase frente a él, mientras pasaba las páginas del humilde último libro que había tomado.
—Observa, el trabajo de un poeta maldito —pidió mientras entregaba aquel viejo libro abierto en una página seleccionada cuidadosamente.
A la derecha estaba el poema en prosa, en letras negrísimas y delgadas, casi esqueléticas:
El episodio nostálgico
Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio.
En la página contigua, haciéndole oscura compañía estaba una ilustración, cuya totalidad era negra como las palabras que le representaban: se trataba de una alta y amplia ventana, abierta hacia al cielo nocturno de un puerto. La luna brillaba a la manera de una isla desfalleciente, mientras las estrellas habían sido consumidas por una oscuridad tormentosa. Junto a la ventana yacía la silueta de un hombre elegantemente vestido, esperando eternamente. Al otro lado yacía un reloj de pared que marca la hora de la noche más oscura. Y justo sobre el alfeizar estaba un medallón abierto, esperando que alguien se atreviese a contemplar la realidad del tiempo perdido en su interior.
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