4/02/2019, 19:49
Tras la fugaz visita al Valle del Fin, Ayame y Kōri se encaminaron hacia el sur. Su padre había aprovechado su excursión para mandarles un par de recados y, tras medio día de camino a través de los Bosques de la Hoja, llegaron a su destino en Minori. Ayame nunca antes había estado allí, pero enseguida se percató de que aquel pueblo era tan pequeño como acogedor. Rodeado del bosque como estaba, todo en aquel lugar olía a naturaleza en estado puro. Cada una de las casas, construidas en su mayoría por madera, piedra y pizarra, iba acompañada de un pequeño huerto y, por si aquello no fuera suficiente, en las afueras de la villa enormes campos de cultivo se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Cebollas, ajos tiernos, coliflores, espinacas, patatas, lechugas, espárragos... toda clase de verduras quedaban a la vista en todo su esplendor.
—¡Aaaahhh! ¡Esto sí que me gusta! —exclamó Ayame, extendiendo los brazos por encima de la cabeza y deleitándose del olor del verde.
Junto a ella, Kōri señaló hacia un edificio cercano. Estaba constuido con un estilo de lo más clásido y sólo contaba con dos plantas. Junto a la entrada un cartel rezaba el nombre: "La posada de la patata".
—Nos hospedaremos allí. ¿Puedo confiar en que no te meterás en líos mientras voy a ver al señor Yasai?
—He tenido suficientes líos para toda una vida, gracias —respondió ella, con una risilla nerviosa—. Además, mira este pueblo, ¿qué podría pasar aquí? ¿Que un tomate me atacara por sorpresa?
Kōri no se rio de su chiste, se limitó a señalarse el oído.
—Por si acaso, lleva el comunicador encendido, ¿de acuerdo? Y si surge cualquier cosa, me llamas de inmediato.
—¡Vale, vale!
Los dos hermanos se despidieron, y Ayame echó a andar. No conocía aquel lugar, por lo que no podía saber adónde se dirigía. Tampoco le importaba, dejaba que fueran sus pies los que la guiaran mientras ella iba curioseando todo el lugar.
—¿Cómo debe ser dedicarse a esto? —se preguntó en voz alta cuando pasó frente a un huerto, donde un hombre y una mujer de avanzada edad trabajaban sin descanso sacando patatas del suelo.
—¡Aaaahhh! ¡Esto sí que me gusta! —exclamó Ayame, extendiendo los brazos por encima de la cabeza y deleitándose del olor del verde.
Junto a ella, Kōri señaló hacia un edificio cercano. Estaba constuido con un estilo de lo más clásido y sólo contaba con dos plantas. Junto a la entrada un cartel rezaba el nombre: "La posada de la patata".
—Nos hospedaremos allí. ¿Puedo confiar en que no te meterás en líos mientras voy a ver al señor Yasai?
—He tenido suficientes líos para toda una vida, gracias —respondió ella, con una risilla nerviosa—. Además, mira este pueblo, ¿qué podría pasar aquí? ¿Que un tomate me atacara por sorpresa?
Kōri no se rio de su chiste, se limitó a señalarse el oído.
—Por si acaso, lleva el comunicador encendido, ¿de acuerdo? Y si surge cualquier cosa, me llamas de inmediato.
—¡Vale, vale!
Los dos hermanos se despidieron, y Ayame echó a andar. No conocía aquel lugar, por lo que no podía saber adónde se dirigía. Tampoco le importaba, dejaba que fueran sus pies los que la guiaran mientras ella iba curioseando todo el lugar.
—¿Cómo debe ser dedicarse a esto? —se preguntó en voz alta cuando pasó frente a un huerto, donde un hombre y una mujer de avanzada edad trabajaban sin descanso sacando patatas del suelo.