4/02/2019, 20:05
Claro que, aquella repentina visita, llegó como una auténtica bola rodante:
—...aaaaaaaaAAYAAAAAMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
Pero para cuando Ayame se quiso dar cuenta de quién era aquella voz sintió un fuerte empujón que la empujó contra su hermano. El suelo se subió hasta ellos y, de un momento a otro, los tres Aotsuki estaban tirados en él, cada uno de ellos sepultado por el anterior. En la cima de la montaña, Amedama Kiroe estrujaba a una aturdida Ayame que poco podía hacer por liberarse de aquel agarre. La mujer la besuqueaba por toda la cara, dejando la marca de su pintalabios púrpura dibujada en su piel; pero, no contenta con ello, ahora estrujaba sus mejillas como si estuviera hecha de plastilina.
—¡Lo han conseguido! ¡Ay Amenokami mío, lo consiguieron! ¡Estás con nosotros de nuevo! —exclamaba, pero en aquella situación ella era la única que podía estar feliz.
—¡KIROE! —bramó Zetsuo, asfixiado bajo el último piso de aquella montaña humana.
Pero la pastelera, lejos de hacerle caso a él o a los quejidos amortizados de Kōri, seguía gritando.
—¡Sabía que eras tú, lo sabía! ¡Te acabo de ver pasar por delante de la pastelería! ¿¡YNOMEDICESNADA!?AAAAAAAAAAAAAAY
Pero Ayame no era capaz de responder. Entre los achuchones, su rostro convertido en la grotesca mueca de un besugo y que aún no estaba del todo recuperada... La muchacha se acababa de convertir en una muñeca sin vida mientras Kiroe seguía parloteando.
—»PerosiestabapreocupadísimaportíayhijamíanosabesloquenoshashechopasarmenosmalqueyaestásasalvoypensarqueunselladodebijuupodíarevertirseaydiosyaveráscuandoteveamiDaruucínloestápasandofatalnomecomenomebebeynomeprestaatenciónenlosentrenamientosyclaroluegotengoqueatizarleporquesinonomerindeelcabronceteyúltimamenteestámuyirreverentey...
—¡¡¡ME CAGO EN EL CHOCHO QUE TE PARIÓ!!! —rugió Zetsuo, haciendo gala de su fuerza para apartar a sus dos hijos de encima suyo.
Kōri se reincorporó de inmediato, aunque resollante, pero Ayame se había quedado en el suelo viendo las estrellas pasar frente a sus ojos. Aunque recuperada, estaba claro que aún no estaba para aquellas sacudidas:
—Ayayayay...
Pero el hombre, lejos de notarlo, se abalanzó sobre la mujer y la agarró con fuerza del brazo.
—¡¿ES QUE ESTÁS LOCA, JODIDA PASTELERA?! ¡¿QUIERES MATARNOS A TODOS?!
—...aaaaaaaaAAYAAAAAMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
Pero para cuando Ayame se quiso dar cuenta de quién era aquella voz sintió un fuerte empujón que la empujó contra su hermano. El suelo se subió hasta ellos y, de un momento a otro, los tres Aotsuki estaban tirados en él, cada uno de ellos sepultado por el anterior. En la cima de la montaña, Amedama Kiroe estrujaba a una aturdida Ayame que poco podía hacer por liberarse de aquel agarre. La mujer la besuqueaba por toda la cara, dejando la marca de su pintalabios púrpura dibujada en su piel; pero, no contenta con ello, ahora estrujaba sus mejillas como si estuviera hecha de plastilina.
—¡Lo han conseguido! ¡Ay Amenokami mío, lo consiguieron! ¡Estás con nosotros de nuevo! —exclamaba, pero en aquella situación ella era la única que podía estar feliz.
—¡KIROE! —bramó Zetsuo, asfixiado bajo el último piso de aquella montaña humana.
Pero la pastelera, lejos de hacerle caso a él o a los quejidos amortizados de Kōri, seguía gritando.
—¡Sabía que eras tú, lo sabía! ¡Te acabo de ver pasar por delante de la pastelería! ¿¡YNOMEDICESNADA!?AAAAAAAAAAAAAAY
Pero Ayame no era capaz de responder. Entre los achuchones, su rostro convertido en la grotesca mueca de un besugo y que aún no estaba del todo recuperada... La muchacha se acababa de convertir en una muñeca sin vida mientras Kiroe seguía parloteando.
—»PerosiestabapreocupadísimaportíayhijamíanosabesloquenoshashechopasarmenosmalqueyaestásasalvoypensarqueunselladodebijuupodíarevertirseaydiosyaveráscuandoteveamiDaruucínloestápasandofatalnomecomenomebebeynomeprestaatenciónenlosentrenamientosyclaroluegotengoqueatizarleporquesinonomerindeelcabronceteyúltimamenteestámuyirreverentey...
—¡¡¡ME CAGO EN EL CHOCHO QUE TE PARIÓ!!! —rugió Zetsuo, haciendo gala de su fuerza para apartar a sus dos hijos de encima suyo.
Kōri se reincorporó de inmediato, aunque resollante, pero Ayame se había quedado en el suelo viendo las estrellas pasar frente a sus ojos. Aunque recuperada, estaba claro que aún no estaba para aquellas sacudidas:
—Ayayayay...
Pero el hombre, lejos de notarlo, se abalanzó sobre la mujer y la agarró con fuerza del brazo.
—¡¿ES QUE ESTÁS LOCA, JODIDA PASTELERA?! ¡¿QUIERES MATARNOS A TODOS?!