6/02/2019, 00:28
Pero antes de que Ayame pudiera seguir preocupándose o excusándose, antes de que Zetsuo pudiera empezar a interrogarlas, o antes de que Kōri pudiera intervenir siquiera, la muchacha se vio arrastrada por un auténtico huracán. Kiroe la había capturado por el brazo, porque agarrar era un verbo que se quedaba corto para aquel secuestro, la había metido en el ascensor y ya estaba pulsando el botón de descenso.
—¡MÁS TE VALE, MALDITA PASTELERA! ¡Se supone que tiene que descansar! —oyeron la voz de Zetsuo, justo antes de que las puertas terminaran cerrándose con su estruendo metálico.
Un silencio vacío, tenso, sólo roto por el rumor de los motores invadió el espacio. O lo habría hecho, si no fuera por el incesante parloteo de Kiroe:
—¡Tú no te preocupes, va a ser la bomba! —exclamó, con una explosiva emoción que desató con una serie de palmaditas—. Ya verás, ya verás. Sólo tienes que quedarte ahí parada y... Dime, Ayame-chan~... ¿Al final conseguiste liberar a Kokuo? ¿Te ha hecho algún daño? —añadió, y su tono de voz había cambiado repentinamente.
Ayame ya lo había experimentado otras veces; por ejemplo, cuando la había interrogado para saber si estaba saliendo con su hijo. Pero aquella pregunta había caído sobre ella como un auténtico mazazo, por sorpresa, y sin ningún tipo de anestesia.
«Claro... Daruu-kun se lo contó aquella vez que regresó con el ojo morado...»
Tragó saliva, pero se obligó a esbozar una sonrisa. Una sonrisa que pareció una mueca en su gesto.
—L... ¿Liberar a Kokuō? ¿Pero qué locura es esa, Kiroe-san?
Lástima que Ayame siguiera sin saber mentir apropiadamente.
—Ni se os ocurra decírselo a Yui~... ¿Sabes hacer barreras mentales? Ponlas. Ya. Y ten cuidado con tu padre.
Por supuesto, Ayame tomó el consejo de Kiroe en práctica. La hubiese creído o no, no quería que alguien acabara conociendo aquellos escasos segundos. Por eso, hizo el sello del carnero con una mano y volvió a levantar las fronteras mentales.
Aquello ya comenzaba a convertirse en una costumbre...
—¡MÁS TE VALE, MALDITA PASTELERA! ¡Se supone que tiene que descansar! —oyeron la voz de Zetsuo, justo antes de que las puertas terminaran cerrándose con su estruendo metálico.
Un silencio vacío, tenso, sólo roto por el rumor de los motores invadió el espacio. O lo habría hecho, si no fuera por el incesante parloteo de Kiroe:
—¡Tú no te preocupes, va a ser la bomba! —exclamó, con una explosiva emoción que desató con una serie de palmaditas—. Ya verás, ya verás. Sólo tienes que quedarte ahí parada y... Dime, Ayame-chan~... ¿Al final conseguiste liberar a Kokuo? ¿Te ha hecho algún daño? —añadió, y su tono de voz había cambiado repentinamente.
Ayame ya lo había experimentado otras veces; por ejemplo, cuando la había interrogado para saber si estaba saliendo con su hijo. Pero aquella pregunta había caído sobre ella como un auténtico mazazo, por sorpresa, y sin ningún tipo de anestesia.
«Claro... Daruu-kun se lo contó aquella vez que regresó con el ojo morado...»
Tragó saliva, pero se obligó a esbozar una sonrisa. Una sonrisa que pareció una mueca en su gesto.
—L... ¿Liberar a Kokuō? ¿Pero qué locura es esa, Kiroe-san?
Lástima que Ayame siguiera sin saber mentir apropiadamente.
—Ni se os ocurra decírselo a Yui~... ¿Sabes hacer barreras mentales? Ponlas. Ya. Y ten cuidado con tu padre.
Por supuesto, Ayame tomó el consejo de Kiroe en práctica. La hubiese creído o no, no quería que alguien acabara conociendo aquellos escasos segundos. Por eso, hizo el sello del carnero con una mano y volvió a levantar las fronteras mentales.
Aquello ya comenzaba a convertirse en una costumbre...