11/02/2019, 00:52
La noche sería calmada, y el día siguiente, común y corriente.
Homura había acaparado a Riko para todos sus caprichos. Que si repartir volantes debajo de las puertas, que si colocar las decoraciones, que si pintar las líneas de salida, que si montar los pequeños puestos de comida para los vendedores. Si ella daba con el Uchiha, seguramente asignaría la mitad de todo aquello a Datsue, aunque ella tenía un especial interés en vigilar al Kaguya, quién sabe con qué intenciones. En los establos, la esposa del alguacil no sólo alimentaba y limpiaba a los animales, pues si Datsue volvía a verlos notaría que le habían hecho un corte de pelo un tanto ligero a su camello.
Quedaba por montar la tarima para el baile, pero pronto las misteriosas nubes sobre Shirotora rompieron a llorar y el místico líquido conocido cómo agua se resbaló por los tejados y mojó el suelo. Y aún así, la precipitación apenas superaba a una llovizna; Amenokami apenas iba a darles migajas a los habitantes de aquel sitio. Por su lado, algunos decidieron permanecer adentro, mientras otros aprovechaban para recoger algo en cubetas y toneles y guardarlo para sí.
Nuevamente, otro atardecer tranquilo.
En el pequeño bar del hotel, los turistas se juntaron para celebrar que estaba cerca la culminación del Festival de los Arroyos. Tal y cómo cuando llegaron por primera vez a Shirotora, la música reinaba nuevamente y los comensales se turnaban para alegrar el ambiente. Mañana sería el último día que tendría para mentalizarse, pues pasado la carrera daría comienzo a primera hora de la madrugada cuando el sol se asomase en el horizonte.
Entre tanto, el Yotsuki nuevamente se había montado en el escenario guitarra en mano, aprovechando claramente la fiesta. Estaba vez cantaba sobre un enamorado celoso, sin saber si creer en los rumores que contaban sobre su amada. ¿Dónde había estado? Pues con un trabajo que quizás iba a írsele de las manos. "En la que me ha metido el abuelo, sea la madre..." Al menos podía relajarse un rato antes del día importante. Las nubes negras auspiciaban más que una simple lluvia.
Homura había acaparado a Riko para todos sus caprichos. Que si repartir volantes debajo de las puertas, que si colocar las decoraciones, que si pintar las líneas de salida, que si montar los pequeños puestos de comida para los vendedores. Si ella daba con el Uchiha, seguramente asignaría la mitad de todo aquello a Datsue, aunque ella tenía un especial interés en vigilar al Kaguya, quién sabe con qué intenciones. En los establos, la esposa del alguacil no sólo alimentaba y limpiaba a los animales, pues si Datsue volvía a verlos notaría que le habían hecho un corte de pelo un tanto ligero a su camello.
Quedaba por montar la tarima para el baile, pero pronto las misteriosas nubes sobre Shirotora rompieron a llorar y el místico líquido conocido cómo agua se resbaló por los tejados y mojó el suelo. Y aún así, la precipitación apenas superaba a una llovizna; Amenokami apenas iba a darles migajas a los habitantes de aquel sitio. Por su lado, algunos decidieron permanecer adentro, mientras otros aprovechaban para recoger algo en cubetas y toneles y guardarlo para sí.
Nuevamente, otro atardecer tranquilo.
En el pequeño bar del hotel, los turistas se juntaron para celebrar que estaba cerca la culminación del Festival de los Arroyos. Tal y cómo cuando llegaron por primera vez a Shirotora, la música reinaba nuevamente y los comensales se turnaban para alegrar el ambiente. Mañana sería el último día que tendría para mentalizarse, pues pasado la carrera daría comienzo a primera hora de la madrugada cuando el sol se asomase en el horizonte.
Entre tanto, el Yotsuki nuevamente se había montado en el escenario guitarra en mano, aprovechando claramente la fiesta. Estaba vez cantaba sobre un enamorado celoso, sin saber si creer en los rumores que contaban sobre su amada. ¿Dónde había estado? Pues con un trabajo que quizás iba a írsele de las manos. "En la que me ha metido el abuelo, sea la madre..." Al menos podía relajarse un rato antes del día importante. Las nubes negras auspiciaban más que una simple lluvia.