12/02/2019, 20:05
(Última modificación: 12/02/2019, 22:29 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Habían viajado hacia el este desde Amegakure, ayudándose de las aves de Daruu para sortear las inexpugnables montañas del País de la Tierra. A Ayame le habría gustado utilizar sus propias alas, pero lo cierto era que no era capaz de ascender demasiado en altura con su técnica, por lo que le sería inútil para sortear aquellas cordilleras. Después de algo menos de un día de viaje, se encontraban en el corazón de la montaña, justo junto a un enorme valle en el que se extendía una enorme ciudad de estilo arquitectónico similar al Valle de los Dojos.
—¡Aaaaaaaaaaah... qué gusto! —exclamó Daruu, estirando los brazos por encima de la cabeza—. Madre mía, pero mira qué bonito. Esto casi parece el Valle Aodori.
—¿Has estado alguna vez en el Valle Aodori? —le preguntó Ayame, parpadeando confundida mientras estiraba las piernas después de tan largo viaje.
Pero no recibió una respuesta inmediata.
—Es toda una suerte, que los pájaros pudieran salvarnos rodear la cordillera —siguió hablando mientras se acercaba a las aves y estas se deshicieron en sendos charcos de agua—. Y también que consiguieras convencer a tu padre.
La abrazó, y ella le estrechó con fuerza mientras soltaba una risilla:
—Y no sabes lo que me ha costado... —respondió. Y lo cierto es que no estaba exagerando. Aún recordaba los chispeantes ojos de su padre cuando le había contado que ella y Daruu iban a salir de viaje. Aún no sabía cómo había salido victoriosa de sus gritos sobre el peligro de los Generales y que debía dejar de perder el tiempo y ascender de una buena vez a Chuunin—. Cuando vuelva me va a tener bajo su látigo sin descanso, ese ha sido el trato.
—Estoy deseando dejar todas estas armas durante unos días. —admitió él.
Pero Ayame torció el gesto en silencio. No podía evitarlo. Y estaba llegando al punto de la paranoia. Ya Cada vez que le parecía ver una sombra por el rabillo del ojo, cada vez que escuchaba el crujir de alguna ramita o susurró de los árboles se sobresaltaba. Sentía absoluto terror de que alguno de los Generales se abalanzara sobre ellos de repente, sin ninguna posibilidad de defenderse, como había ocurrido con Kuroyuki. Sentía absoluto pavor de que mataran a Daruu delante de sus ojos y después volvieran a revertirle el sello. ¿O la matarían, tal y como hicieron con Uchiha Akame?
No. No podía sentirse a gusto sin sus armas. Aunque bien sabía que frente a ellos eran tan inútiles como palitos de madera.
—¡Aaaaaaaaaaah... qué gusto! —exclamó Daruu, estirando los brazos por encima de la cabeza—. Madre mía, pero mira qué bonito. Esto casi parece el Valle Aodori.
—¿Has estado alguna vez en el Valle Aodori? —le preguntó Ayame, parpadeando confundida mientras estiraba las piernas después de tan largo viaje.
Pero no recibió una respuesta inmediata.
—Es toda una suerte, que los pájaros pudieran salvarnos rodear la cordillera —siguió hablando mientras se acercaba a las aves y estas se deshicieron en sendos charcos de agua—. Y también que consiguieras convencer a tu padre.
La abrazó, y ella le estrechó con fuerza mientras soltaba una risilla:
—Y no sabes lo que me ha costado... —respondió. Y lo cierto es que no estaba exagerando. Aún recordaba los chispeantes ojos de su padre cuando le había contado que ella y Daruu iban a salir de viaje. Aún no sabía cómo había salido victoriosa de sus gritos sobre el peligro de los Generales y que debía dejar de perder el tiempo y ascender de una buena vez a Chuunin—. Cuando vuelva me va a tener bajo su látigo sin descanso, ese ha sido el trato.
—Estoy deseando dejar todas estas armas durante unos días. —admitió él.
Pero Ayame torció el gesto en silencio. No podía evitarlo. Y estaba llegando al punto de la paranoia. Ya Cada vez que le parecía ver una sombra por el rabillo del ojo, cada vez que escuchaba el crujir de alguna ramita o susurró de los árboles se sobresaltaba. Sentía absoluto terror de que alguno de los Generales se abalanzara sobre ellos de repente, sin ninguna posibilidad de defenderse, como había ocurrido con Kuroyuki. Sentía absoluto pavor de que mataran a Daruu delante de sus ojos y después volvieran a revertirle el sello. ¿O la matarían, tal y como hicieron con Uchiha Akame?
No. No podía sentirse a gusto sin sus armas. Aunque bien sabía que frente a ellos eran tan inútiles como palitos de madera.