15/02/2019, 20:59
(Última modificación: 15/02/2019, 21:02 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Enseguida, jovencita —respondió el dueño, que se apresuró a coger una bolsa de papel y metió en ella las dos figuras.
—Muchas gracias, señor —concedió ella, entregando varios billetes a cambio de la bolsa que le tendía.
Y cuando la tuvo entre sus manos le sonrió, triunfal, a Daruu.
—No tenías por qué —dijo él, mientras se alejaban del puesto, pero ella se encogió de hombros.
—Oh, vamos, tenías que ver la cara de cachorrito encaprichado que habías puesto —se rio ella.
Daruu tiró de su manga de repente, y ella no pudo sino mirarle completamente confundida mientras la reconducía hacia una calle menos concurrida que la avenida principal. Y cuando pudieron respirar aire libre lo entendió: estaba huyendo de las multitudes.
—¡Ahora tengo que invitarte yo a comer! —añadió, y ella continuó la broma:
—Oh... ¡me ha pillado! —replicó, sacándole la lengua.
Hasta el momento no se había dado cuenta, pero lo cierto era que tenía un hambre voraz. Y no era para menos, el mediodía ya había pasado hace tiempo, y ellos llevaban sin probar bocado desde por la mañana temprano. Así pues, los dos muchachos terminaron en un puesto de pinchos de carne de pollo y verduras.
—Ahora tendremos que encontrar un sitio para dormir. ¿Nos quedaremos un par de días, entonces? ¿Tres...? —sugirió poco después, dándole golpecitos con el codo.
«Otra vez la cara de cachorrito.» Se rio ella, y entonces le señaló con el pincho a medio comer.
—Tres días —concedió, sonriente—. Pero no mucho más. O papá vendrá a buscarnos expresamente para invitarnos a volver...
—Muchas gracias, señor —concedió ella, entregando varios billetes a cambio de la bolsa que le tendía.
Y cuando la tuvo entre sus manos le sonrió, triunfal, a Daruu.
—No tenías por qué —dijo él, mientras se alejaban del puesto, pero ella se encogió de hombros.
—Oh, vamos, tenías que ver la cara de cachorrito encaprichado que habías puesto —se rio ella.
Daruu tiró de su manga de repente, y ella no pudo sino mirarle completamente confundida mientras la reconducía hacia una calle menos concurrida que la avenida principal. Y cuando pudieron respirar aire libre lo entendió: estaba huyendo de las multitudes.
—¡Ahora tengo que invitarte yo a comer! —añadió, y ella continuó la broma:
—Oh... ¡me ha pillado! —replicó, sacándole la lengua.
Hasta el momento no se había dado cuenta, pero lo cierto era que tenía un hambre voraz. Y no era para menos, el mediodía ya había pasado hace tiempo, y ellos llevaban sin probar bocado desde por la mañana temprano. Así pues, los dos muchachos terminaron en un puesto de pinchos de carne de pollo y verduras.
—Ahora tendremos que encontrar un sitio para dormir. ¿Nos quedaremos un par de días, entonces? ¿Tres...? —sugirió poco después, dándole golpecitos con el codo.
«Otra vez la cara de cachorrito.» Se rio ella, y entonces le señaló con el pincho a medio comer.
—Tres días —concedió, sonriente—. Pero no mucho más. O papá vendrá a buscarnos expresamente para invitarnos a volver...