16/02/2019, 19:46
(Última modificación: 16/02/2019, 21:38 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Y la reacción esperada no se hizo de rogar: Daruu se cruzó de brazos, evidentemente molesto, pero se rió:
—¡Agh! ¡Pero qué gilipollas eres cuando quieres! Pues que sepas que sé que tu curiosidad es más impaciente que la mía.
—Exacto. Y por eso serás tú quién me lo diga primero —le sacó ella la lengua.
Pero la discusión se quedó ahí. Daruu había frenado en seco y miraba con ojos abiertos como platos hacia un punto determinado situado al frente.
—No. No puede ser. Es el destino. —Daruu señaló al cartel de un edificio de varios pisos de altura que había quedado justo frente a sus ojos. Entonces tomó a Ayame del hombro con su otra mano y la zarandeó—. ¡Es el destino, Ayame!
Y es que en el cartel de madera habían tallado cuidadosamente la silueta de un pato subiendo en diagonal la ladera de una empinada montaña: «El Patito Montés».
—Venga ya... me estás tomando el pelo...
—Está claro. Nos tenemos que alojar ahí. Los dioses nos han puesto este hotel en las narices por algún motivo —se carcajeó Daruu, echando a andar hacia la puerta de entrada.
—Bueno, mientras no nos cobren un riñón y medio... —accedió ella, encogiéndose de hombros.
Como el resto de los edificios de la ciudad, El Patito Montés estaba construido al más puro estilo tradicional, con puertas correderas de bambú, de brillantes suelos y paredes de madera barnizada. La recepción era una sala muy espaciosa, con sofás desperdigados y algunos montículos de roca que hacían las veces de cascadas artificiales a modo de adorno. Los dos muchachos se acercaron al mostrador, una barra de madera detrás de la cual se encontraba un hombre más bien corpulento, al más puro estilo montaraz.
—Buenas tardes, señor, veníamos a... reservar... una... habitación...
Las palabras de Ayame fueron muriendo en sus labios a medida que avanzaba en la frase. Sus mejillas, encendidas como dos faroles, delataban a todas luces sus pensamientos. Hasta el momento no había reparado en ello, pero era la primera vez que dormía a solas en la misma habitación con Daruu. En otras ocasiones, cuando habían tenido que servirse de alguna posada durante alguna de sus misiones, Kōri había estado con ellos.
Pero ahora estaban completamente solos.
—¡Agh! ¡Pero qué gilipollas eres cuando quieres! Pues que sepas que sé que tu curiosidad es más impaciente que la mía.
—Exacto. Y por eso serás tú quién me lo diga primero —le sacó ella la lengua.
Pero la discusión se quedó ahí. Daruu había frenado en seco y miraba con ojos abiertos como platos hacia un punto determinado situado al frente.
—No. No puede ser. Es el destino. —Daruu señaló al cartel de un edificio de varios pisos de altura que había quedado justo frente a sus ojos. Entonces tomó a Ayame del hombro con su otra mano y la zarandeó—. ¡Es el destino, Ayame!
Y es que en el cartel de madera habían tallado cuidadosamente la silueta de un pato subiendo en diagonal la ladera de una empinada montaña: «El Patito Montés».
—Venga ya... me estás tomando el pelo...
—Está claro. Nos tenemos que alojar ahí. Los dioses nos han puesto este hotel en las narices por algún motivo —se carcajeó Daruu, echando a andar hacia la puerta de entrada.
—Bueno, mientras no nos cobren un riñón y medio... —accedió ella, encogiéndose de hombros.
Como el resto de los edificios de la ciudad, El Patito Montés estaba construido al más puro estilo tradicional, con puertas correderas de bambú, de brillantes suelos y paredes de madera barnizada. La recepción era una sala muy espaciosa, con sofás desperdigados y algunos montículos de roca que hacían las veces de cascadas artificiales a modo de adorno. Los dos muchachos se acercaron al mostrador, una barra de madera detrás de la cual se encontraba un hombre más bien corpulento, al más puro estilo montaraz.
—Buenas tardes, señor, veníamos a... reservar... una... habitación...
Las palabras de Ayame fueron muriendo en sus labios a medida que avanzaba en la frase. Sus mejillas, encendidas como dos faroles, delataban a todas luces sus pensamientos. Hasta el momento no había reparado en ello, pero era la primera vez que dormía a solas en la misma habitación con Daruu. En otras ocasiones, cuando habían tenido que servirse de alguna posada durante alguna de sus misiones, Kōri había estado con ellos.
Pero ahora estaban completamente solos.