16/02/2019, 21:56
Ayame y Daruu entraron en El Patito Montés, un hotel de estilo shinto tradicional con puertas correderas y suelo de madera. Daruu sintió un agradable cosquilleo: sin duda lo que más le gustó de su estancia en el Valle de los Dojos fue también aquél tipo de arquitectura. Era relajante, cálido, hasta místico. En Amegakure, los edificios eran de metal y piedra, fríos, técnicos, funcionales. La decoración de aquél sitio le parecía mucho más artística, con ribetes dorados en el escritorio y las mesas de la recepción, estatuillas de piedra y fuentes con estirados dragones orientales.
Detrás del mostrador había un hombre corpulento, de pelo castaño. Estaba de espaldas. Ayame se adelantó y tomó la iniciativa, aunque las palabras le fallaron a medio hablar, y Daruu se fijó en que se había puesto totalmente roja. [psub=mediumseagreen]¿Qué le pasa... le da vergüenza?[/color], pensó Daruu, ajeno a las preocupaciones de Ayame, que más bien pronto serían suyas. Dio un paso adelante, ayudando a Ayame.
—Una habitación para tres días. Con desayuno y cena, por favor —dijo.
—Un momento, por favor... —contestó el hombretón con una voz profunda como una caverna—. Vale, ya estoy. A ver, dejadme mirar, parejita... ¡Oh, no! Estamos completos.
—Oh, no... —Daruu, decepcionado, le puso una mano en el hombro a Ayame y se dio la vuelta.
—¡Esperad! Eh... esto... supongo que está bien, porque no creo que nadie fuera a reservarla de todas formas... ¡Habéis tenido suerte, jóvenes! No todo el mundo puede disfrutar de la suite de El Patito Montés a precio de habitación normal. Pero es la única que nos queda, y prefiero llenar a tener esa vacía durante toda la temporada. Se ve que los ricachones de más allá de las cordilleras no han querido disfrutar de la primavera del valle este año...
—¿¡U... una suite!? —exclamó Daruu. Miró a Ayame, sin creérselo.
—¡Y a precio normal, ojo! —señaló el recepcionista, alzando su rechoncho dedo índice—. Tenéis salón con televisión y radio, cafetera, cocina, un mueble bar y una cama grandísima con las sábanas del tejido más suave que podréis encontrar en Oonindo.
Le hubiese gustado decir que sí, por favor, y entregarle el dinero a aquél hombre tan amable. Pero Daruu se acababa de dar cuenta de algo.
Una cama.
Por supuesto, ya era consciente de ello. Pero hasta ese preciso instante, no había sido realmente consciente.
Una.
Realmente iban a hacerlo. ¿Pero y si salía algo mal? ¿Y si ella no...?
Detrás del mostrador había un hombre corpulento, de pelo castaño. Estaba de espaldas. Ayame se adelantó y tomó la iniciativa, aunque las palabras le fallaron a medio hablar, y Daruu se fijó en que se había puesto totalmente roja. [psub=mediumseagreen]¿Qué le pasa... le da vergüenza?[/color], pensó Daruu, ajeno a las preocupaciones de Ayame, que más bien pronto serían suyas. Dio un paso adelante, ayudando a Ayame.
—Una habitación para tres días. Con desayuno y cena, por favor —dijo.
—Un momento, por favor... —contestó el hombretón con una voz profunda como una caverna—. Vale, ya estoy. A ver, dejadme mirar, parejita... ¡Oh, no! Estamos completos.
—Oh, no... —Daruu, decepcionado, le puso una mano en el hombro a Ayame y se dio la vuelta.
—¡Esperad! Eh... esto... supongo que está bien, porque no creo que nadie fuera a reservarla de todas formas... ¡Habéis tenido suerte, jóvenes! No todo el mundo puede disfrutar de la suite de El Patito Montés a precio de habitación normal. Pero es la única que nos queda, y prefiero llenar a tener esa vacía durante toda la temporada. Se ve que los ricachones de más allá de las cordilleras no han querido disfrutar de la primavera del valle este año...
—¿¡U... una suite!? —exclamó Daruu. Miró a Ayame, sin creérselo.
—¡Y a precio normal, ojo! —señaló el recepcionista, alzando su rechoncho dedo índice—. Tenéis salón con televisión y radio, cafetera, cocina, un mueble bar y una cama grandísima con las sábanas del tejido más suave que podréis encontrar en Oonindo.
Le hubiese gustado decir que sí, por favor, y entregarle el dinero a aquél hombre tan amable. Pero Daruu se acababa de dar cuenta de algo.
Una cama.
Por supuesto, ya era consciente de ello. Pero hasta ese preciso instante, no había sido realmente consciente.
Una.
Realmente iban a hacerlo. ¿Pero y si salía algo mal? ¿Y si ella no...?