16/02/2019, 22:53
Por suerte para ella, Daruu se adelantó para echarle un cable.
—Una habitación para tres días. Con desayuno y cena, por favor.
—Un momento, por favor... —les respondió una voz tan profunda como el eco de una caverna—. Vale, ya estoy. A ver, dejadme mirar, parejita...
«Parejita... ¿Tan evidente es?» Ayame se sonrojó aún más.
—¡Oh, no! Estamos completos.
Daruu y Ayame se lamentaron al mismo tiempo. Intercambiaron una mirada, apenados, pero cuando él le puso una mano en el hombro y ambos se dieron la vuelta, con la idea en mente de buscar otra posada donde pasar las noches, volvieron a escuchar la voz del recepcionista llamándoles:
—¡Esperad! Eh... esto... supongo que está bien, porque no creo que nadie fuera a reservarla de todas formas... ¡Habéis tenido suerte, jóvenes! No todo el mundo puede disfrutar de la suite de El Patito Montés a precio de habitación normal. Pero es la única que nos queda, y prefiero llenar a tener esa vacía durante toda la temporada. Se ve que los ricachones de más allá de las cordilleras no han querido disfrutar de la primavera del valle este año...
—¡¿Una suite?! —exclamaron al unísono, incrédulos.
—¡Y a precio normal, ojo! —señaló, alzando su rechoncho dedo índice—. Tenéis salón con televisión y radio, cafetera, cocina, un mueble bar y una cama grandísima con las sábanas del tejido más suave que podréis encontrar en Oonindo.
Ambos se quedaron de nuevo paralizados, patidifusos entre la sorpresa... y algo más. El rostro de Ayame no se decidía si sonrojarse o palidecerse, y la muchacha había comenzado a juguetear con sus manos al borde de un ataque de nervios.
«Una... una cama... Tendremos que compartir cama...» Aquello era algo que debía haber supuesto en el mismo momento que había aceptado irse de viaje con Daruu. Pero, de alguna manera, su cerebro había decidido omitir aquel detalle.
Miró de reojo a su pareja, sin saber muy bien qué debía decir. ¿Estaría bien que compartieran lecho?
—Una habitación para tres días. Con desayuno y cena, por favor.
—Un momento, por favor... —les respondió una voz tan profunda como el eco de una caverna—. Vale, ya estoy. A ver, dejadme mirar, parejita...
«Parejita... ¿Tan evidente es?» Ayame se sonrojó aún más.
—¡Oh, no! Estamos completos.
Daruu y Ayame se lamentaron al mismo tiempo. Intercambiaron una mirada, apenados, pero cuando él le puso una mano en el hombro y ambos se dieron la vuelta, con la idea en mente de buscar otra posada donde pasar las noches, volvieron a escuchar la voz del recepcionista llamándoles:
—¡Esperad! Eh... esto... supongo que está bien, porque no creo que nadie fuera a reservarla de todas formas... ¡Habéis tenido suerte, jóvenes! No todo el mundo puede disfrutar de la suite de El Patito Montés a precio de habitación normal. Pero es la única que nos queda, y prefiero llenar a tener esa vacía durante toda la temporada. Se ve que los ricachones de más allá de las cordilleras no han querido disfrutar de la primavera del valle este año...
—¡¿Una suite?! —exclamaron al unísono, incrédulos.
—¡Y a precio normal, ojo! —señaló, alzando su rechoncho dedo índice—. Tenéis salón con televisión y radio, cafetera, cocina, un mueble bar y una cama grandísima con las sábanas del tejido más suave que podréis encontrar en Oonindo.
Ambos se quedaron de nuevo paralizados, patidifusos entre la sorpresa... y algo más. El rostro de Ayame no se decidía si sonrojarse o palidecerse, y la muchacha había comenzado a juguetear con sus manos al borde de un ataque de nervios.
«Una... una cama... Tendremos que compartir cama...» Aquello era algo que debía haber supuesto en el mismo momento que había aceptado irse de viaje con Daruu. Pero, de alguna manera, su cerebro había decidido omitir aquel detalle.
Miró de reojo a su pareja, sin saber muy bien qué debía decir. ¿Estaría bien que compartieran lecho?