17/02/2019, 18:18
Y Daruu miró a Ayame.
«¿Por qué no dice nada...? Eso es que no quiere, eso es que sabe lo que va a pasar y ha decidido que no. Siempre ha sido muy inocente, seguro que quiere esperar hasta casarse, seguro que...»; el corazón le latía a mil por hora. ¡Pero si aquello debían haberlo sabido los dos desde el momento en el que se decidieron ir de viaje! Si no... si no no se habría ido con él. Claro. Igual era sólo vergüenza. Era vergüenza. Sólo eso. ¿Sólo eso, verdad?
El cuerpo de Daruu se movió por sí solo y depositó varios billetes encima del mostrador.
—V... vale. Vale. ¡G-gracias! —Se vio en el espejo de detrás del señor de la recepción. Estaba tan rojo como un tomate. Instintivamente, se dio la vuelta y comenzó a caminar tan rígido como un soldadito de plomo.
—¡Oye! Eh, bonita. Espera, que tu novio se olvida de la llave... —dijo, y se agachó detrás del mostrador. Tras abrir y cerrar varios cajones, aparentemente en busca de la llave, la depositó delante de Ayame—. Está en la última planta. Es la única habitación. El desayuno es de ocho a diez y la cena de nueve a once de la noche. ¡Que tengáis unas buenas vacaciones! —Levantó la cabeza, extrañado, intentando mirar por encima de Ayame—. ¿Qué... qué es ese ruido...?
¡Cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-chac!
Daruu, varios metros más allá, apretaba frenéticamente el botón de subir del ascensor para ver si venía más rápido. Y ni siquiera sabía a dónde iba.
«¿Por qué no dice nada...? Eso es que no quiere, eso es que sabe lo que va a pasar y ha decidido que no. Siempre ha sido muy inocente, seguro que quiere esperar hasta casarse, seguro que...»; el corazón le latía a mil por hora. ¡Pero si aquello debían haberlo sabido los dos desde el momento en el que se decidieron ir de viaje! Si no... si no no se habría ido con él. Claro. Igual era sólo vergüenza. Era vergüenza. Sólo eso. ¿Sólo eso, verdad?
El cuerpo de Daruu se movió por sí solo y depositó varios billetes encima del mostrador.
—V... vale. Vale. ¡G-gracias! —Se vio en el espejo de detrás del señor de la recepción. Estaba tan rojo como un tomate. Instintivamente, se dio la vuelta y comenzó a caminar tan rígido como un soldadito de plomo.
—¡Oye! Eh, bonita. Espera, que tu novio se olvida de la llave... —dijo, y se agachó detrás del mostrador. Tras abrir y cerrar varios cajones, aparentemente en busca de la llave, la depositó delante de Ayame—. Está en la última planta. Es la única habitación. El desayuno es de ocho a diez y la cena de nueve a once de la noche. ¡Que tengáis unas buenas vacaciones! —Levantó la cabeza, extrañado, intentando mirar por encima de Ayame—. ¿Qué... qué es ese ruido...?
¡Cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-chac!
Daruu, varios metros más allá, apretaba frenéticamente el botón de subir del ascensor para ver si venía más rápido. Y ni siquiera sabía a dónde iba.