17/02/2019, 22:31
Y Daruu le devolvió la mirada. Lo que pasaba por la cabeza del otro era un secreto que sólo ellos conocían, pero sus mejillas encendidas y sus ojos abiertos como platos hablaban a voces.
Al final fue él quien se adelantó:
—V... vale. Vale. ¡G-gracias! —exclamó, dejando varios billetes sobre el mostrador para después girar sobre sus talones y darse media vuelta.
Ayame, con las piernas rígidas como estacas, estaba a punto de seguirle cuando escuchó la voz del recepcionista tras ella:
—¡Oye! Eh, bonita. Espera, que tu novio se olvida de la llave... —dijo, mientras se agachaba detrás del mostrador y, tras abrir y cerrar varios cajones, dejó la llave de la habitación frente a Ayame, quien la cogió como si le estuviera quemando los dedos—. Está en la última planta. Es la única habitación. El desayuno es de ocho a diez y la cena de nueve a once de la noche. ¡Que tengáis unas buenas vacaciones!
La muchacha se obligó a esbozar una sonrisa.
—Gr... Gracias, señor.
Pero él no la estaba escuchando, había levantado la cabeza con extrañeza y ahora miraba por encima del hombro de la muchacha:
—¿Qué... qué es ese ruido...?
Era Daruu, pulsando el botón de llamada del ascensor como si hubiese un incendio en el edificio y su vida dependiera de ello.
—¡Oh! Disculpe, señor —dijo Ayame, con una inclinación de cabeza.
La muchacha corrió hacia Daruu y le tomó del antebrazo para evitar que siguiera pulsando el botón de aquella manera tan escandalosa. Además...
—Daruu-kun... esto es el montacargas.
Al final fue él quien se adelantó:
—V... vale. Vale. ¡G-gracias! —exclamó, dejando varios billetes sobre el mostrador para después girar sobre sus talones y darse media vuelta.
Ayame, con las piernas rígidas como estacas, estaba a punto de seguirle cuando escuchó la voz del recepcionista tras ella:
—¡Oye! Eh, bonita. Espera, que tu novio se olvida de la llave... —dijo, mientras se agachaba detrás del mostrador y, tras abrir y cerrar varios cajones, dejó la llave de la habitación frente a Ayame, quien la cogió como si le estuviera quemando los dedos—. Está en la última planta. Es la única habitación. El desayuno es de ocho a diez y la cena de nueve a once de la noche. ¡Que tengáis unas buenas vacaciones!
La muchacha se obligó a esbozar una sonrisa.
—Gr... Gracias, señor.
Pero él no la estaba escuchando, había levantado la cabeza con extrañeza y ahora miraba por encima del hombro de la muchacha:
—¿Qué... qué es ese ruido...?
¡Cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-chac!
Era Daruu, pulsando el botón de llamada del ascensor como si hubiese un incendio en el edificio y su vida dependiera de ello.
—¡Oh! Disculpe, señor —dijo Ayame, con una inclinación de cabeza.
La muchacha corrió hacia Daruu y le tomó del antebrazo para evitar que siguiera pulsando el botón de aquella manera tan escandalosa. Además...
—Daruu-kun... esto es el montacargas.